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Apatridia: ex refugiados consiguen la nacionalidad y sueñan con tener una vivienda

Historias

Apatridia: ex refugiados consiguen la nacionalidad y sueñan con tener una vivienda

After 35 years of stateless limbo in Viet Nam, a Cambodian man is now a citizen with the prospect of a real home. [for translation]
15 Septiembre 2011 Disponible también en:
Nguyen The Tai (a la derecha) y su hermana Le Ngoc Hai en el exterior de la casa de su madre, cerca de la ciudad vietnamita de Ho Chi Minh. Estos ex refugiados camboyanos fueron apátridas hasta que recibieron la nacionalidad vietnamita el año pasado.

HO CHI MINH, Vietnam, 15 de septiembre (ACNUR) – Cuando el palmeral del distrito Thu Duc de esta ciudad se convirtió en un campo de refugiados hace casi 30 años, la zona estaba tan alejada que se tardaban cinco horas hasta llegar al centro en barco.

Conocido ahora como el Distrito Nueve, hoy es una de las zonas de moda de la ciudad de Ho Chi Minh, donde la gente rica de negocios se ha construido villas y castillos de fantasía con murallas, a los que llegan en menos de una hora por puentes y amplias autopistas.

Las propiedades de lujo han estado siempre fuera del alcance de Nguyen The Tai, que huyó de Camboya y llegó aquí como refugiado cuando tenía 11 años, y ha sido apátrida toda su vida. De hecho, nunca soñó ni siquiera con comprar la pequeña casa de hormigón que ACNUR construyó y en la que vive con su madre de 75 años.

Pero sus sueños se ampliaron exponencialmente después de que finalmente lograra la nacionalidad vietnamita el año pasado al igual que lo hicieron unos 2.300 ex refugiados camboyanos. Gracias a los esfuerzos de ACNUR, ahora tiene la oportunidad de comprar su casa de alquiler a las autoridades locales a sólo el 2% del precio del mercado.

"Me haría muy feliz ser el propietario de esta casa", dice alegre este hombre de 46 años, que juega con su perro en su pequeño jardín. "Hay un proverbio vietnamita que dice 'el hogar está antes que la carrera'".

No se puede decir tampoco que él haya tenido una carrera, porque era apátrida. No obstante, Tai – que tomó su nombre vietnamita cuando logró la nacionalidad – ha podido trabajar sólo como obrero no cualificado por la mitad de salario, a pesar de ser un experto electricista. No podía pedir préstamos, conseguir un DNI o casarse legalmente con la mujer con la que había vivido.

Su hermana mayor, que ahora se llama Le Ngoc Hai, también ha pagado un alto precio durante toda su vida a causa de la apatridia, que ha sido su realidad estos años después de la caída de Pol Pot en Camboya. La familia huyó en 1975 después de que su padre, un ex oficial militar camboyano, fuera atacado con un hacha por los jemeres rojos de Pol Pot. Murió por las heridas después de llegar a Vietnam.

Pese a que habla francés con fluidez, lo más cerca que ha estado Hai de usarlo a nivel profesional ha sido cuando ha estado trabajando estos 15 últimos años como cocinera para un hombre francés por un salario ínfimo en la ciudad de Ho Chi Minh.

En los 80, a medida que veían que otros miles de refugiados estaban siendo reasentados en terceros países, la familia tuvo la esperanza de poder reunirse con parientes en Francia. Pero un cambio en las políticas hizo añicos ese sueño y, para mediados de los 90, su atención se centró en intentar conseguir la nacionalidad de su país de adopción, del que aprendieron sus costumbres y su lengua. Pero se vieron atrapados en un limbo legal porque Vietnam les pedía renunciar a su nacionalidad camboyana, y Camboya había renunciado a ellos.

Las aspiraciones de todos los refugiados apátridas en este asentamiento se desplomaron. "Sólo tenía una esperanza: que cuando muriera pudiera obtener un certificado de defunción para demostrar que un día existí", dijo uno de los vecinos de la familia que vive en la línea de casas modestas construidas por ACNUR y posteriormente entregadas a las autoridades municipales.

Hai, madre de dos adolescentes, se entristece al pensar que ha tenido que esperar 35 años para ser una ciudadana legal, pero ella y su hermano son todavía optimistas respecto al futuro.

"No soy muy joven pero tampoco muy vieja", dice una mujer de 51 años, "así que aún puedo tener esperanza de que la vida cambie gracias a mi nueva nacionalidad".

Su hermano añade con una sonrisa: "Físicamente soy fuerte, más fuerte que la gente joven, así que ahora espero poder trabajar en mi verdadera profesión". Y comprar esa casa, claro.

Por Kitty McKinsey en el Distrito Nueve de Ho Chi Minh, Vietnam