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Refugiados centroafricanos de distintas generaciones muestran su solidaridad en Camerún

Historias

Refugiados centroafricanos de distintas generaciones muestran su solidaridad en Camerún

Movida por su sentido de la solidaridad, Bouba Mairama es una figura materna para muchos de los miles de refugiados que han huido de la República Centroafricana.
12 Agosto 2014 Disponible también en:
Bouba Mairama rodeada de niños, algunos refugiados de la República Centroafricana, a los que cuida en su casa de Gbiti, en Camerún.

GBITI, Camerún, 12 de agosto de 2014 (ACNUR) – Motivada por un sentimiento de solidaridad, Mairama ha sido como una madre para muchos de los miles de refugiados que han huido de la República Centroafricana (RCA) desde comienzos de año y que han buscado refugio en la pequeña ciudad de Gbiti.

Ella les da ropas con las que reemplazar los trapos con los que llegan, les ofrece comida y agua, les acoge y educa a los menores no acompañados y, además, ofrece valiosos consejos a las mujeres y niñas que llegan desde los bosques.

Mairama hizo también ese viaje pero hace ocho años, en 2006, cuando huyó de Bozoum, en el oeste de la República Centroafricana, junto a su familia debido a la creciente situación sin ley y a los ataques contra la gente de su comunidad, de etnia peul. "Escapamos por la noche. Ni siquiera llevábamos los zapatos", recuerda, añadiendo que su marido murió después en Camerún a causa de una enfermedad.

La situación actual es mucho peor, ya que la violencia entre comunidades ha aumentado desde diciembre y ha obligado a decenas de miles de personas a huir, entre ellas 120.000 que han llegado hasta Camerún. Pero Mairama sabía por lo que estaban pasando aquellas personas que empezaron a llegar y su respuesta demostró la solidaridad que hubo entre ex refugiados y los recién llegados al comienzo de esta crisis. El centro de tránsito de Gbiti está cerrado desde entonces y los refugiados han sido reubicados en campos, pero la solidaridad continúa.

Mairama, que lidera el comité de mujeres refugiadas de Gbiti, recuerda que cuando los refugiados empezaron a llegar hace meses carecían de ropa, calzado, dinero y comida. "El hambre les estaba matando" dice esta madre de seis hijos. "Les dimos nuestra propia ropa. Organizamos encuentros con todas las mujeres refugiadas, recaudamos dinero, les pagamos ropa y jabones y les dimos comida" añade Mairama. Ella además ofreció su casa a 18 de los muchos niños que llegaron solos a Gbiti después de perder a sus padres o quedarse separados de ellos en la huida.

Mairama les da comida, ropa y una educación en la pequeña escuela musulmana que ella ha montado en su patio para los refugiados de esta crisis y de flujos anteriores. Los niños se quedan con ella hasta que les pueda encontrar una familia. Hasta ahora ha logrado reunir con sus familias a todos excepto a tres de los 18 niños que ha acogido desde diciembre.

Muchos de los 20.000 refugiados que han llegado a la zona de Gbiti desde diciembre dependen de la asistencia de organizaciones como ACNUR, que les ofrecen ayuda de emergencia y atención sanitaria antes de trasladarlos a los campos de refugiados. Pero, en pro de su espíritu solidario, la comunidad – incluyendo a refugiados que, como Mairama, llegaron en oleadas anteriores – también juega un papel humanitario importante ofreciéndoles refugio y otra asistencia.

Mairama siempre ha ayudado a quienes lo necesitaban, incluso cuando vivía en la República Centroafricana y el país estaba envuelto en oleadas periódicas de violencia y desplazamiento forzoso. Cuando los primeros refugiados centroafricanos empezaron a llegar, ella no podía quedarse parada sin hacer nada. "Incluso aunque no tengo medios, si veo a una persona en la miseria, lo acojo", explica.

Ella dice que los otros miembros del comité de mujeres refugiadas sienten lo mismo. "Sentimos pena" recalca Mairama. "Buscamos dinero para pagar tratamientos médicos para los que lo necesitan" añade.

Desde comienzos de año, los miembros del comité de mujeres refugiadas han recaudado unos 1,5 millones de francos centroafricanos, el equivalente a 3.100 dólares. Puede que no parezca mucho, pero aquí llega lejos.

"Hago y vendo donuts y harina de maíz. Vendo plátanos, aguacates y cacahuetes. Tengo dos terrenos y cultivo maíz, cacahuetes, patatas, judías y plátanos" dice Mairama, explicando cómo ha podido contribuir a recaudar dinero y comprar material de ayuda.

Pero ella también está recibiendo ayuda de ACNUR, que le facilita materiales básicos como esteras y mantas para los niños refugiados a los que acoge. "ACNUR nos está ayudando. Cuando nosotros llegamos, ACNUR también estuvo allí", dice, añadiendo: "Todavía necesitamos su ayuda".

Cuando veía a la gente deambular por la frontera, muchos en terribles condiciones psicológicas y físicas después de los traumas que han vivido en la RCA – a menudo durante semanas-, Mairama se negaba a volver a casa en ningún momento.

"La situación no es buena" subraya con una expresión tensa en su rostro. Entonces mira a los niños recitando el Corán en su patio y sonríe. Pero Mairama no puede evitar pensar que el futuro de estos niños estará en Camerún debido a las discordias y nuevas divisiones en su país de origen.

Por Céline Schmitt en Gbiti, Camerún