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La ganadora del Premio Nansen 2013 reflexiona sobre el impacto de su labor

Historias

La ganadora del Premio Nansen 2013 reflexiona sobre el impacto de su labor

Seis años después de haber ganando el Premio Nansen para los Refugiados que otorga ACNUR, la hermana Angélique hace balance de cómo cambió su vida y la de las personas a las que sigue prestando apoyo.
30 September 2019
La hermana Angélique Namaika acude a la iglesia acompañada de los huérfanos y huérfanas que cuida en Dungu (República Democrática del Congo).

En la ciudad de Dungu todo el mundo se refiere a la hermana Angélique Namaika como “madre”. Esta religiosa congoleña se ha encargado de miles de personas en situación de vulnerabilidad en esta región al nordeste de la República Democrática del Congo (RDC) que lleva décadas soportando violencia y conflicto.

La monja de 52 años ha pasado años ayudando a mujeres a recuperarse de los efectos del conflicto en la región, la mayoría sobrevivientes a la brutal violencia y el sufrimiento infligidos por grupos armados como el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés).

En 2013, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) reconoció su excepcional valor y su extraordinaria dedicación a ayudar a personas sobrevivientes y le concedió el prestigioso Premio Nansen para los Refugiados.

Aprovechando el reconocimiento internacional, utilizó el dinero del premio y la visibilidad que le aportó para ampliar y mejorar diversas actividades en su Centro de Reintegración y Desarrollo, que hasta la fecha ha ayudado a transformar las vidas de más de 22.500 mujeres y niñas.

“Me importan mucho las mujeres porque considero que los cimientos de la humanidad están en sus manos”.

“Me importan mucho las mujeres porque considero que los cimientos de la humanidad están en sus manos”, explica. “Decimos que educar a una mujer es educar a un país entero”.

La hermana Angélique empezó a ayudar a mujeres en situación de vulnerabilidad afectadas por la guerra en el Congo en 2008. A menudo sus familias habían sido asesinadas o estaban desaparecidas, y sus hijos habían sido secuestrados y forzados a convertirse en niños soldado. Muchas mujeres habían sido víctimas de secuestros, abusos, palizas y violaciones.

“Quería escucharlas, compartir un plato de comida con ellas y que supieran que no estaban solas”, dice.

También cuidó de huérfanos y huérfanas en unas condiciones de extrema dificultad y con unos recursos muy escasos.

“Algunas mujeres me pedían que cuidara de sus hijos e hijas porque ellas no podían hacerlo”, recuerda, y añade que los consoló pese a sus llantos por el hambre incluso cuando no tenía nada que darles de comer.

“Yo también lloraba, y rezaba por encontrar el modo de ayudar a estas mujeres, niñas y niños”, recuerda la hermana Angélique. “Una voz en mi interior me decía: aunque todo el mundo te abandone, yo nunca te abandonaré”.

La galardonada con el premio Nansen añade que cuando se pusieron en contacto con ella desde ACNUR para comentar su trabajo y le informaron del premio y de que estaba dotado con 100.000 USD, entonces supo que todo iba a cambiar.

“Mis plegarias fueron atendidas”, dice. “Gracias al premio pude viajar por toda Europa y hasta conocer al Papa en el Vaticano”.

Su primera inversión con el dinero del premio consistió en establecer una panadería semiindustrial equipada con un horno de 25 kg de capacidad. Quería asegurar que el mayor número posible de mujeres pudieran trabajar en ella y obtener unos ingresos derivados de la producción y venta del pan. Hoy, más de 50 mujeres trabajan en la panadería.

También construyó una escuela primaria en enero de 2015 y matriculó a 133 niños y niñas cuyos padres no podían pagar los costes. Hoy, el centro se ha ampliado e incluye guardería, escuela primaria y escuela secundaria, con un total combinado de más de 1.500 menores matriculados. Desde su inauguración, más de 4.000 alumnos han tenido la oportunidad de estudiar aquí.

“La educación siempre ha sido un tema muy importante para mí”, cuenta la hermana Angélique. “Temía que estos pequeños perdieran la oportunidad de una vida mejor si no tenían la posibilidad de estudiar”.

Junto con el Premio Nansen para los Refugiados llegó también una gran visibilidad de las actividades de la hermana Angélique, lo cual atrajo más donantes, más apoyos y más ánimos. En octubre de 2014 pudo inaugurar un centro pediátrico que ha tratado desde entonces a más de 14.000 pacientes.

También ha organizado cursos de alfabetización para mujeres, dándoles acceso a oportunidades de formación y a una mayor autosuficiencia.

“La reintegración socioeconómica de las mujeres en la sociedad les ayudó a superar los traumas que habían vivido”, explica la hermana Angélique.

“La hermana cuidó de nosotras”.

Clémentine, sobreviviente de los ataques del LRA, es una de estas mujeres que consiguió superar la adversidad gracias a la ayuda de la hermana Angélique. Abandonó su hogar en 2008 después de que un grupo armado secuestrara a su hermano.

“La hermana cuidó de nosotras”, dice Clémentine. “Pude asistir a un taller de costura y ahora trabajo como formadora y enseño a coser a otras mujeres”.

Los penosos efectos de la guerra y del conflicto empujaron a la hermana Angélique a ayudar a los demás, y por ello vuelve la vista atrás sobre su experiencia con gratitud.

“¡Madre, madre!” grita con entusiasmo un grupo de niños y niñas cuando la ven entrar en el centro. Corren a ella y la sepultan en un gran abrazo colectivo.

“Por esto es por lo que hoy puedo decir que he dejado de llorar”, dice con una sonrisa.