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Los iraquíes que regresan a sus hogares se enfrentan a condiciones terribles tras el cierre de campamentos

Historias

Los iraquíes que regresan a sus hogares se enfrentan a condiciones terribles tras el cierre de campamentos

Con 250.000 iraquíes que aún viven en campamentos después de huir del ISIS, el cierre repentino de 14 sitios a finales de 2020 obligó a muchas personas de Irak a regresar a hogares y pueblos destruidos que carecen de servicios básicos.
27 May 2021
Una niña calienta agua en la aldea de Tabouqa, cerca de Mosul, donde decenas de familias viven con pocos servicios básicos después del cierre de los campamentos a finales del año pasado.

Cuando el agricultor de 68 años Dahi finalmente regresó a su aldea después de pasar más de tres años en el sur de Mosul, en un campamento para desplazados iraquíes que huían de los militantes del ISIS, su regreso a casa estaba lejos del momento feliz que había imaginado durante mucho tiempo.


A finales del año pasado, las autoridades anunciaron el cierre del campamento de Salamiyah, lo que dio a la familia de Dahi y a otras personas solo unos días para empacar sus cosas y regresar a la aldea de Risala, cerca de la frontera noroeste de Irak con Siria. A su llegada, encontraron una destrucción generalizada en los hogares y la infraestructura, incluida la pequeña escuela local.

“Lo encontramos en ruinas. Fue abandonado, olvidado por tres o cuatro años”, compartió Dahi. “Las casas aquí están construidas con barro, si dejas una casa de barro sin mantenimiento durante un tiempo, se colapsará. Vimos varias casas que se habían derrumbado”.

“Necesitamos ayuda”.

El reto inmediato que enfrentaban los aldeanos era cómo mantenerse por sí mismos, al no poder cultivar debido a la falta de materiales y equipos agrícolas, y sin trabajos o fuentes alternativas de ingresos. Incluso asegurar el agua fue un gran desafío: tener que depender de costosas entregas en camión que a menudo eran imposibles, cuando el único camino de tierra hacia el pueblo se convirtió en un lodazal tras las tormentas invernales.

La precariedad de su situación se reveló trágicamente cuando la hija de tres meses de un vecino de al lado tuvo fiebre, y sus intentos de llegar a la ciudad más cercana con un hospital a 12 kilómetros de distancia fracasaron después de que su vehículo se atascara al intentar navegar por el camino pantanoso.

“La pequeña hija de mi vecino Abdulhadi se enfermó, y debido a que no pudo llegar al hospital por las condiciones de la carretera, ella murió”, recordó Dahi.

Más de 6 millones de iraquíes se vieron obligados a huir de sus hogares cuando los militantes de ISIS tomaron el control de grandes extensiones de territorio en 2014. Desde entonces, unos 4,8 millones de personas han regresado a sus hogares, pero más de 1,2 millones siguen siendo personas desplazadas internas.

De las personas que todavía se encuentran desplazadas dentro de Irak, unas 250.000 vivían en campamentos, donde las condiciones son básicas pero ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios proporcionan servicios esenciales como alojamiento, escuelas y atención médica.

En octubre de 2020, el Gobierno iraquí anunció el cierre repentino de 13 campamentos, que afectó a más de 34.000 residentes, y más campamentos cerraron en los meses siguientes. Si bien el regreso voluntario a su lugar de origen es lo que prefiere la mayoría, muchas de las personas afectadas por la decisión de cerrar los campamentos ahora deben lidiar con propiedades e infraestructura destruidas, inseguridad y falta de empleos.

ACNUR ha expresado su preocupación al gobierno, destacando que algunos de los cierres se llevaron a cabo sin previo aviso y sin consultar con los residentes del campamento.

Luego de una evaluación reciente, ACNUR está trabajando ahora para pavimentar la carretera que une la aldea de Risala con la ciudad más cercana, también rehabilitará la escuela local y la casa de huéspedes de los profesores.

Pero el futuro sigue siendo incierto para Dahi y las otras 300 familias que viven en Risala, y la sequía amenaza ahora su capacidad para alimentarse en los próximos meses.

“Nuestras condiciones de vida son muy difíciles. Nuestra fuente de ingresos es la agricultura y este año debido a la sequía no tenemos cultivos”, expresó Dahi. “Necesitamos ayuda. Nadie puede vivir solo del aire”.

Otros iraquíes afectados por el cierre de los campamentos se enfrentan a dificultades similares. En la aldea de Tabouqa, al suroeste de Mosul, 37 familias llegaron a casa a finales del año pasado luego del cierre del campamento de Hamam al Alil, solo para encontrar un caos de edificios en ruinas y una aldea desprovista de los servicios más básicos.

Un residente, Abdelwahed, de 48 años, describió a la situación en la que se enfrentaban él y su joven familia, como desesperada.

“Mis hijos aún son pequeños y deberían de estar en la escuela, pero no es así, porque no tenemos escuela en el pueblo”, comentó. “Si alguien necesita ver a un médico, tenemos que conducir durante horas por caminos enlodados para llegar a un hospital. En el campamento solíamos recibir queroseno, teníamos escuela y atención médica”.

“No sabemos cómo empezar de nuevo”.

La situación ha dejado a Abdelwahed y a otros aldeanos anhelando una alternativa que antes hubiera parecido impensable.

“Todos estamos en el mismo barco que se hunde. Nadie quiere quedarse en nuestra aldea dañada”, señaló. “Ojalá pudiéramos volver a la miseria del campamento. Al menos era mejor que vivir aquí “, compatió.

“No sabemos cómo empezar de nuevo”, continuó Abdulwahed. “Hemos gastado todo el dinero que teníamos. Necesitamos apoyo financiero para comprar material agrícola y maquinaria… para que podamos comenzar a confiar en nosotros mismos para reconstruir nuestras vidas, nuestras granjas y nuestra aldea otra vez”.