Cerrar sites icon close
Search form

Search for the country site.

Country profile

Country website

Cuidar de una ciudad en Malí para devolverle la salud

Historias

Cuidar de una ciudad en Malí para devolverle la salud

Jamilla Amadou tuvo que desplazarse de su hogar en Gao como consecuencia del conflicto. Ahora acoge a otras personas desplazadas y cura a los enfermos y enfermas en una ciudad que sigue luchando por recuperarse.
1 May 2019
La enfermera Jamilla Amadou trabaja en el hospital general Centro de Salud de Referencia de Gao (Malí).

Jamilla Amadou ya sabía desde la escuela primaria que quería ser enfermera.


“Estaba dispuesta a luchar para conseguirlo. Ya me veía luciendo una bata blanca”, cuenta con una sonrisa.

Hoy, esta formidable mujer de 50 años, es jefa de enfermeras y está a cargo de 40 enfermeros y enfermeros en prácticas en el Centro de Salud de Referencia de Gao. Se trata de un hospital general que da servicio en una región con casi 550.000 habitantes en el norte de Malí, muchos de los cuales han sido desplazados por el conflicto.

Ese fue también el destino de Jamilla. En 2012, cuando los milicianos se hicieron con el control de Gao, tomó a su familia y salió corriendo. Se encontraban entre las 80.000 personas que se vieron obligadas a abandonar la ciudad de Gao. Antes del ataque, Gao tenía una población de 100.000 personas.

“La gente estaba aterrorizada”, recuerda. “Lo dejamos todo atrás, la ciudad se quedó vacía. Fuimos obligados a desplazarnos a Mopti (una ciudad que también se encuentra dentro de la zona de conflicto). Allí trabajé con niños malnutridos”.

“La gente estaba aterrorizada. Lo dejamos todo atrás, la ciudad se quedó vacía”.

La mayoría de los milicianos fueron expulsados en 2013. Jamilla volvió a Gao a comienzos de 2015 para descubrir que su hospital estaba en ruinas.

“Lo habían destruido todo: puertas, ventanas, equipamiento… Hasta arrancaron las cortinas”.

Con la ayuda de unas ONG y de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que corrieron con los gastos de instalación de un segundo depósito de agua para garantizar las necesidades de los pacientes, el hospital vuelve ahora a funcionar casi con total normalidad.

Su vida en el hospital transcurre entre largas jornadas y muchos pacientes. Jamilla está técnicamente a cargo de un personal de enfermeros y enfermeros en prácticas, pero ella misma examina pacientes desde las 7:30 todas las mañanas.

Rápidamente ve a un paciente de 62 años con un fuerte dolor de cabeza y presión arterial muy alta, seguido de Mohammed, un profesor de 33 años con problemas de riñón y fuertes dolores en el pecho. Ha recorrido 450 kilómetros desde una ciudad en el norte porque no dispone de ningún hospital cercano. Tardó dos días y dos noches en llegar hasta Gao.

Jamilla solicita que se le hagan más pruebas de riñón a Mohammed. Después llegan más pacientes. En un día medio se presentan hasta 35 con enfermedades tan brutales como familiares: malaria, fiebres tifoideas, gastroenteritis, diabetes.

Un grupo de enfermeros en prácticas y voluntarios, como Ali Maiga (20 años), la siguen por los pasillos. Él también quería acabar sus estudios para ser enfermero como Jamilla, pero su familia se quedó sin dinero. Ahora trabaja gratis con la esperanza de reunir algún día dinero suficiente para alcanzar su sueño.

“Quiero ser de ayuda”, nos dice. “Aquí hay niños y niñas que han perdido a sus padres. Quiero servir a la comunidad desde aquí”.

Cuidar de los enfermos es una vocación. Y, para Jamilla, nunca se acaba. Al término de un largo día, corre de vuelta a casa en su pequeño escúter a motor y todo vuelve a comenzar. En el laberinto de habitaciones que componen su hogar, es cabeza de una familia formada por su madre, su hermana, su hijo y su hija, un sobrino, dos nietos, su hermano Abdullah de 37 años (discapacitado de nacimiento) y, en función de la semana, entre 20 y 30 otras mujeres que van a dormir sobre esterillas en dos salas abarrotadas.

“No nos rendiremos… Esta es nuestra región y nuestra ciudad. Trabajaré por ella hasta mi último aliento”.

Todas son desplazadas internas obligadas a abandonar su ciudad de Hombori, en el centro del país, después de que los milicianos cortaran las cosechas de tabaco y mijo. Los hombres armados consideran que el tabaco es pecado y vuelven de vez en cuando para atemorizar a los residentes y comprobar que no se han plantado nuevas cosechas.

Aminara, de 33 años, es una de estas mujeres. Duerme en una de las habitaciones con su hija de 5 años que se llama Aminara como ella. Dejó a sus otros tres hijos en casa de sus padres, en la ciudad.

“Los grupos armados pasan por aquí de vez en cuando”, nos cuenta. “No hay trabajo. Seguimos teniendo miedo”.

Jamilla pasa del pesimismo al optimismo. “Mis hijos tienen muy poco futuro. Ahora las escuelas están en huelga (los profesores dicen que no les pagan). Pero las cosas han mejorado algo aquí. Nunca cerraré la puerta a nadie que necesite quedarse en casa”, nos cuenta.

“No nos rendiremos. Pero necesitamos ayuda, más ayuda externa. Esta es nuestra región y nuestra ciudad. Trabajaré por ella hasta mi último aliento”.