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Servicios de salud mental ayudan a que personas refugiadas transformen sus vidas en Libia

Historias

Servicios de salud mental ayudan a que personas refugiadas transformen sus vidas en Libia

En Libia, muchas personas refugiadas y solicitantes de asilo precisan de apoyo psicosocial después de años de conflicto e inseguridad; ACNUR y su socio prestan una ayuda que cambia vidas.
30 December 2020
Una solicitante de asilo sudanesa asiste a terapia con una psicóloga en un centro comunitario de día en Trípoli a través de la Fundación Cesvi Onlus, una ONG socia de ACNUR.

La vida cotidiana en Trípoli, la capital de Libia, nunca fue fácil para Yusra*, refugiada sudanesa de 32 años y madre de cuatro hijos. Trabaja largas horas como empleada doméstica para mantener a su familia y dice que a menudo era víctima de acoso y discriminación.


Pero su punto más bajo tuvo lugar en noviembre del año pasado. Llevaron a su marido a su casa después de encontrarlo ensangrentado y medio desnudo en la calle. Había sido retenido y torturado por milicianos en un recinto cerrado antes de liberarlo con el cuerpo lleno de cortes y hematomas. Yusra dice que desde ese momento casi no habla y casi nunca sale de casa.

La experiencia dejó aterrada a Yusra, con una sensación persistente de temor, con el miedo de que toda su familia pueda estar en peligro. Se puso en contacto con un centro comunitario de día en Trípoli gestionado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en busca de ayuda.

“Fue mi punto más bajo, pero ahora soy mucho más fuerte”.

“Estaba en una situación muy negativa. Aquí he recibido mucha ayuda y mucho apoyo”, explica Yusra. “Cuando vine había tocado fondo, pero ahora siento que me he levantado, como si hubiera vuelto a nacer. Fue mi punto más bajo, pero ahora soy mucho más fuerte”.

Yusra es una de las más de 200 personas refugiadas y solicitantes de asilo que han recibido apoyo psicosocial y de salud mental este año por parte de CESVI, organización socia de ACNUR. La asistencia incluye tanto sesiones individuales como terapia de grupo.

Tras años de conflicto e inestabilidad, la demanda de servicios de salud mental en Libia es alta, pero no hay suficientes servicios públicos especializados para cubrir las necesidades de la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hasta una quinta parte de la población total puede padecer algún tipo de problema de salud mental.

Las personas refugiadas y solicitantes de asilo en Libia son especialmente vulnerables, ya que muchas han sido víctimas de trata, han enfrentado violencia física o sexual y han pasado largos períodos en detención en los que las condiciones eran terribles y los casos de abusos están bien documentados.

El marido de Yusra está recibiendo terapia individual para ayudarlo a recuperarse de su traumática experiencia: se estima que su trastorno es todavía demasiado grave como para participar en sesiones de grupo. Yusra, por su parte, que fue diagnosticada con trastorno por estrés postraumático, dice que ha encontrado la sesiones de grupo especialmente útiles.

“Ayuda a liberar la energía negativa y los sentimientos que tengo”, dice. “Gracias a la doctora y a la interacción con las demás personas, compartimos experiencias y me siento más esperanzada. Siento el beneficio de escuchar las experiencias de otras personas”.

“Algo que aprendí de la doctora es que lo que pasó, pasó”, añade Yusra. “Por supuesto que no lo olvidaremos, pero no debemos insistir en ello. Lo usamos como lección cuando tenemos que enfrentar otras dificultades en nuestras vidas, [pero] tenemos que pensar en lo que nos deparará el mañana”.

Yusra dice que la terapia también mejoró las relaciones en casa. “Me ha ayudado con mis hijos. Antes lloraba o me enfadaba con ellos, pero estos berrinches han desaparecido. Ahora soy una persona diferente”, nos cuenta.

Hamida*, psicóloga clínica que trabaja con CESVI, dice que la salud mental y la terapia psicosocial pueden resultar de enorme ayuda a las personas refugiadas y solicitantes de asilo en Libia, que enfrentaron numerosos desafíos tanto durante el trayecto como en su vida en el país.

“Aunque no hayan experimentado la violencia en primera persona, la han visto”.

“No cabe duda de que la mayoría de las personas refugiadas necesita de nuestra ayuda”, dice Hamida. “Han atravesado situaciones muy difíciles. Aunque no hayan experimentado la violencia en primera persona, la han visto. Esto afecta a su comportamiento, a su forma de pensar”.

Está especialmente satisfecha del progreso conseguido durante las sesiones en grupo, que organiza con esmero para unir a personas de nacionalidades y edades similares que estén experimentando situaciones comparables en su vida diaria.

Como consecuencia de la pandemia de COVID-19, Hamida ha tenido que dividir sus sesiones en dos grupos para garantizar el distanciamiento físico. Los participantes tienen que llevar mascarilla y se les toma la temperatura al acceder al centro comunitario; también se facilita gel hidroalcohólico.

“Con independencia de cuál sea el padecimiento, de si es o no grave, es más fácil tratar el dolor o la tristeza si se comparte en un grupo. Esto ayuda a las personas a liberar el estrés y otras cuestiones que tengan”, explica.

“Intentamos aportarles destrezas para evitar recaídas, porque muchas se encuentran en una situación precaria que se refleja en lo que piensan. Por ejemplo, muchas tienen la idea de cruzar el mar [hacia Europa] porque piensan: ‘Si total ya he muerto’. Esta forma de pensar es reflejo de un trastorno grave. Y si podemos hacer algo para ayudar a estas personas, lo que sea, es muy, muy importante que lo hagamos”.

Otra mujer que ha recibido ayuda en el marco de este programa es Shadia*, una refugiada sudanesa de 38 años que padece epilepsia y depresión grave. Tuvo dificultades en su matrimonio y estuvo muy retraída, incluso trató de suicidarse en varias ocasiones.

“Salta a la vista la diferencia en mí desde que comencé estas sesiones”, dice. “Antes estaba enferma, tensa y estresada. Siempre pensaba en quitarme la vida y tenía muchos ataques. Ahora he dejado de tener ataques y ya no me medico. Por lo que respecta a mi salud mental, me siento bien conmigo misma. Contemplo el futuro con optimismo”.

Shadia es hoy una mujer enérgica y segura de sí misma; hace poco empezó a trabajar y responsabiliza a las sesiones de su transformación y de su nuevo empoderamiento.

“Mi carácter cambió: me hice fuerte y capaz de implicarme en la comunidad”.

“Mi carácter cambió: me hice fuerte y capaz de implicarme en la comunidad”, nos cuenta.

Hamida dice que estos testimonios positivos de las personas que han recibido ayuda han animado a otros a buscar ayuda en los especialistas en salud mental.

“Puede que no sienta su dolor, pero lo comprendo. Se sienten ayudados y apoyados y esto cambia profundamente su forma de pensar: los libera de estrés y, a su vez, esto los ayuda a mejorar”, concluye.

*Los nombres se han modificado por motivos de protección.