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Esposos nicaragüenses cultivan una nueva vida en el exilio durante coronavirus

Historias

Esposos nicaragüenses cultivan una nueva vida en el exilio durante coronavirus

Un año y medio después de huir de Nicaragua, Label y Santos habían conseguido montar un pequeño negocio. Pero con la llegada del coronavirus, la pareja depende de los cultivos de su huerto para sobrevivir.
28 May 2020
El zapallo de la huerta de Label y Santos esta casi listo para ser cosechado. La pareja de solicitantes de asilo han utilizado el patio de su casa para iniciar una huerta que les permite subsistir durante la pandemia por el COVID-19.

Antes de la pandemia, Label Barahona* y su esposo Santos Bejarano* salían de casa temprano para vender las empanadas que preparaban en su casa, una comunidad rural a una hora de la capital panameña. No ganaban mucho – unos 400 o 500 dólares por mes – pero era lo suficiente para poder pagar el alquiler de su casita y comprar comida.


Pero justo en el momento en el que su vida comenzaba a estabilizarse, después de que la persecución política los obligara a huir de su Nicaragua natal sin más que algunas maletas, llegó la crisis de COVID-19. El 1 de abril, el gobierno de Panamá, estableció medidas de confinamiento total para prevenir el contagio. Label y Santos ya no podían salir a la calle a vender empanadas. Como ellos, miles de panameños y extranjeros, incluyendo refugiados y solicitantes de asilo, han visto sus medios de vida impactados por la crisis, a pesar de la puesta en marcha de programas de asistencia estatal para mitigar las consecuencias económicas de la pandemia.

Desde entonces, Label y Santos solo salían para atender al huertito que se ha convertido en una de sus principales fuentes de alimentos y a buscar mangos, marañones y plátanos en los árboles en torno de su casa alquilada.

“Muchas veces no tenemos qué comer, menos como pagar la renta”

“Ahora con la pandemia, la situación se ha agudizado mucho más y prácticamente no tenemos ningún ingreso”, dijo Santos. “Muchas veces no tenemos qué comer, menos como pagar la renta”.

Situaciones como la suya son trágicamente comunes, particularmente entre solicitantes de asilo – una comunidad que, desprovista de las redes de apoyo que tenían en su país natal, es vulnerable de por sí. La mayoría de los más de 17.000 refugiados y solicitantes de asilo registrados en Panamá a finales de 2019 subsisten de la economía informal, trabajando por el día en puestos en la calle, limpiando casas o en construcciones.

Privados de sus ingresos por las medidas de confinamiento, muchos solicitantes de asilo se encuentran ante una encrucijada: ¿Es mejor desafiar las órdenes de quedarse en casa para intentar ganarse su pan, exponiéndose a una multa o, peor, el posible contagio, o quedarse adentro con una despensa vacía?

Pero para Label y Santos, no es dilema. Con 60 años, los dos se encuentran en la categoría de mayor riesgo por el coronavirus.

“Lo más complicado es que sabemos que somos los más vulnerables,” dice Label, añadiendo que, en su comunidad, no hay servicios médicos cercanos, como farmacias u hospitales. Por eso, la pareja se limita a salir para atender al huerto donde sembraron tomates, zapallo y espinaca, aprovechando los conocimientos de agronomía que Santos adquirió durante su infancia en el campo nicaragüense.

Santos Barahona, solicitante de asilo nicaragüense, revisa los brotes de tomates y ají que han sembrado en el patio de su casa a las afueras de Ciudad de Panamá.

Label y Santos huyeron de Nicaragua en septiembre, 2018, unos cinco meses después de la serie de manifestaciones antigubernamentales que estallaron en abril contra un proyecto de reforma del sistema de jubilación. La pareja donó algunos alimentos a los manifestantes. A dos años de la crisis sociopolítica en Nicaragua, unas 116,000 personas han huido del país. Como Label y Santos, alrededor de 8,000 nicaraguenses han buscado protección en Panamá.

“Después del 18 de abril de 2018 nuestra vida cambió,” recuerda Label. “Desde que los jóvenes salieron a reclamar los derechos de los jubilados y comenzaron a reprimirlos, todos los que les ayudábamos … nos vieron como enemigos”.

Empezaron a recibir amenazas y hostigamiento en su casa y en su empresa de distribución e importación de productos agrícolas. “Nos cortaron los servicios públicos, intervinieron nuestros teléfonos. Saquearon y quemaron nuestra empresa. Quedamos en la calle,” cuenta Label con voz entrecortada.

Se escondieron en el sótano de una iglesia. Eventualmente, con el apoyo de un obispo de confianza, pudieron comprar dos pasajes a Panamá, dejando atrás a sus tres hijos adultos y dos nueras. En Panamá, pidieron el asilo y comenzaron a intentar reconstruir sus vidas, con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y varias organizaciones socias. Sin embargo, aunque los dos tengan títulos universitarios, solo solicitantes de asilo admitidos a trámite pueden tener acceso a un permiso de trabajo. Esto, sumado a su edad avanzada, ha hecho más difícil la búsqueda de un empleo estable.

“Queremos incorporarnos y aportar a este país con trabajo, esfuerzo y entrega”

“En cierta medida limitan a las personas que tienen 60 años, por los estereotipos. En varias ocasiones, entregamos el CV y la gente nos dice cuando ven la edad que nos van a llamar. Pero sabemos que no lo harán,” dijo Santos. Para no tener que depender de los demás, optaron por abrir el negocio de empanadas. 

Con la flexibilización de las medidas de confinamiento, a partir del 1 de junio, Label y Santos podrán salir a vender alimentos por pedido, un ingreso muy necesario para ellos en este momento.  

Aunque la pandemia ha hecho que su futuro sea particularmente incierto, una cosa sigue inmutable: su sueño de volver a Nicaragua. Pero mientras tanto, una vez que termine el confinamiento, pretenden contribuir a su nuevo país.

“Panamá va a necesitar brazos”, dice Santos. “Queremos incorporarnos y aportar a este país con trabajo, esfuerzo y entrega”.