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'Reinventarse es vivir': Historias de emprendedores refugiados que salieron adelante

Historias

'Reinventarse es vivir': Historias de emprendedores refugiados que salieron adelante

Llegaron a Argentina buscando rehacer sus vidas, pero la pandemia los enfrentó a una situación inédita. Gracias a su ingenio, y al apoyo que recibieron, pudieron salir adelante.
4 November 2021
Penda y su hijo, Bamba, juegan en su casa del barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires.

De niña, Penda nunca hubiera podido imaginarse la vida que tiene hoy.

“Cuando era pequeña no sabía que había un país que se llamaba Argentina” comenta Penda, una mujer de 33 años quien llegó a la capital argentina hace cuatro, huyendo de la crisis en su país natal, Guinea: “El destino, a veces, es más fuerte que nosotros”.

La adaptación a su país de acogida no fue nada fácil. Para poder integrarse a una cultura tan diferente de la suya, lo principal era aprender la lengua. Para esto, desde su llegada, Penda tomaba clases de idioma español en un centro cultural. Pero, el año pasado, estas clases se vieron interrumpidas por la pandemia de COVID-19.

Fue entonces que Penda empezó a pensar en unirse a otras personas que se encontraban en su misma situación para buscar una salida.

“Estábamos encerrados en casa, sin saber qué hacer”, recuerda Penda, quien años atrás estudió dos años de la carrera de Comunicación de Empresas en Guinea. “Y ahí surgió la idea. Pensamos que era posible vender y comprar a través de las redes sociales”.

Para realizar su idea de crear un negocio que acabó llamándose Tienda Migrante, Penda se alió con “Japoo Door Warr”, un grupo de hombres y mujeres refugiadas, migrantes y solicitantes de asilo de Senegal y Guinea, dos países de África del Oeste (el nombre del grupo significa “agarrarnos para trabajar” en wólof, la lengua que se habla en los dos países).

Empezaron comercializando productos de indumentaria – ruanas y remeras – y de primera necesidad, como alcohol en gel o barbijos. Los productos, que se venden a través de las redes sociales, vienen acompañados de mensajes contra el racismo y la xenofobia.

El comienzo no fue fácil. Pero en poco tiempo se enteraron de la convocatoria de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, junto al Ministerio de Desarrollo Social, para apoyar pequeños emprendimientos de personas refugiadas y migrantes. Les salió, y cambió radicalmente su forma de trabajar.

“Yo me encargo de tomar los pedidos y coordinar las entregas, y no tenía computadora. Los chicos que hacen la entrega necesitaban las bicicletas”, menciona Penda. “Ahora tenemos cuatro bicicletas nuevas y computadora para tomar los pedidos”.

Las bicicletas dinamizaron mucho las entregas. “Nos permitió cubrir todos los pedidos que nos llegan, y no depender de otro medio de transporte”, explica Papa, un senegalés de 37 años quien llegó a Argentina hace cuatro años, y trabaja en la Tiendita Migrante como repartidor. Y aunque la situación económica todavía es frágil, dice, los pedidos van en aumento. Ese indicador le permite ahora soñar con poder abrir un local en el futuro, con nuevos productos.

Delivery ‘La Campesina’

Mariela, de 33 años, llegó hace ocho años a Buenos Aires desde Venezuela. En una reunión con la comunidad venezolana surgió la idea de cómo salir adelante en su país de adopción. Lo recuerda así: “Siempre me ha gustado cocinar. Y cuando empezamos a llegar más venezolanos, nos juntábamos con los amigos de mi esposo, que trabajaban en un lavadero. ¿Me vas a cocinar?, me preguntaban. Un día, hablando con un amigo de mi hermana me dice: Si nunca arrancas, nunca vas a vender. Me puse a pensar que era verdad lo que decía”. La idea le quedó resonando.

Cuando empezó la pandemia, ese mismo amigo le volvió a insistir. Y le sugirió abrirse una cuenta en Instagram. “Tenía sentido lo que decía, porque todos estaban encerrados, pendientes del celular. Y de repente querían comer algo diferente. Empecé a publicar, con una leyenda: ‘con delivery gratis’”, repasa Mariela. A los pocos días, comenzó a sumar seguidores y pedidos. El nombre del emprendimiento, “La Campesina”, alude a su lugar de origen: la provincia de Barinas, a ocho horas de Caracas. Es, también, una forma de “rescatar el valor de lo artesanal”.

La demanda desbordó sus previsiones iniciales, y fue entonces que decidió aplicar a la convocatoria de ACNUR y el Ministerio de Desarrollo. Ese apoyo le permitió incorporar un freezer, olla a presión, balanza, y una freidora para producir a mayor escala. Con estas herramientas, y luego de mudarse desde Buenos Aires a Tristán Suárez, en las afueras de la ciudad, ahora Mariela está reformulando el negocio.

Como Papa y Penda, Mariela rescata el respeto de la gente de Argentina aunque, lejos del Caribe, “el frío a veces nos pone a sufrir”.

Penda dice que aquí se siente como en casa, porque “la gente gusta de compartir”. “Yo soy africana, y nosotros somos de compartir todo. Vivimos en comunidad y nos enriquecemos de eso porque no somos iguales: tú tienes algo que yo no tengo. Compartir es algo que a mí me gusta mucho”.

Papa, que realiza llamadas periódicas con su familia en Senegal, destaca la solidaridad de quienes le han apoyado en el ejercicio de reiniciar su vida en Argentina: “Reinventarse es vivir”.

 

A través del proyecto Potenciar Trabajo Autogestivo, se apoyaron 111 emprendimientos de personas refugiadas en distintos puntos de Argentina, como ciudad de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Salta. Esta iniciativa se enfocó a personas de 30 a 39 años, con un balance equitativo de género. El proyecto, que alcanzó a 514 personas refugiadas, se ha desarrollado en el marco del convenio de cooperación firmado entre ACNUR, el Ministerio de Desarrollo Social de Nación y la Comisión Nacional para los Refugiados, y ha sido implementado en estrecha colaboración con las organizaciones de la población de interés de ACNUR.