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Los refugiados rohingyas voluntarios trabajan para evitar daños provocados por los monzones en Bangladesh

Historias

Los refugiados rohingyas voluntarios trabajan para evitar daños provocados por los monzones en Bangladesh

Los voluntarios están a la vanguardia de una iniciativa para proteger a los residentes de los asentamientos de refugiados ante la proximidad de la estación de los ciclones y los monzones.
5 Abril 2019 Disponible también en:
Los refugiados rohingyas Mohammed Anwar, de 25 años, y Khalida Begum, de 30, señalan un lugar en el que habían liberado a dos personas que habían quedado medio sepultadas en la tierra. Ambos trabajan como voluntarios en la Dependencia de Vigilancia.

Avanzando por un sendero estrecho y tortuoso formado por sacos de arena reforzados con cemento, Anwar, de 25 años de edad y padre de dos hijos, señala varias extensiones de tierra en torno al asentamiento de refugiados de Chakmarkul en las que las lluvias del monzón abrieron grietas en unas laderas sembradas de albergues.

“Recuerdo una casa después de una fuerte tormenta. La tormenta era tan fuerte que la casa se derrumbó y fue arrastrada en un desprendimiento de tierras,” dice, recordando la primera estación de los monzones que los refugiados rohingyas pasaron en Bangladesh tras su huida masiva de Myanmar en agosto de 2017.

“Dos personas quedaron medio sepultadas en la tierra y no podían moverse porque se encontraban atrapadas. La gente intentaba liberarlas utilizando hachas… pero era muy peligroso”, explica.

“Les dijimos que lo dejaran y fuimos nosotros. Llevábamos guantes, botas y ropa de protección, así que retiramos la tierra y logramos rescatarlos. Les ayudamos a salvar la vida y yo me siento muy orgulloso de ello”.

Las lluvias del monzón caen todos los años entre los meses de abril y septiembre. El papel que desempeñaron Anwar y otros voluntarios refugiados durante las lluvias del pasado año fue crucial y contribuyó a preservar la seguridad de la comunidad. 

Anwar, uno de los 50 voluntarios de la Dependencia de Vigilancia, asistió a cursos de capacitación durante tres meses, incluidos talleres sobre primeros auxilios, lucha contra incendios y preparación frente a los ciclones. Esa capacitación fue de gran utilidad. 

“Me ofrecí como voluntaria para ayudar al pueblo rohingya”.

Chakmarkul es un asentamiento de refugiados relativamente pequeño, que aloja a menos de 13.000 personas. Pero la voluntaria Khalida Begum, viuda y madre de cinco hijos, dice que solo en Chakmarkul más de 200 albergues han sufrido daños y han quedado destruidos por los desprendimientos de tierras que se produjeron el pasado año y que los equipos de voluntarios ayudaron a salvar a muchas personas.

“Me ofrecí como voluntaria para ayudar al pueblo rohingya… para proteger a nuestra comunidad y salvar vidas. Conocemos los peligros pero  pensamos que estamos preparados porque hemos aprendido técnicas de rescate y salvamento,” dice.

En la zona sudoriental de Bangladesh el monzón alcanza su punto máximo en los meses de julio y agosto, durante los cuales se producen fuertes aguaceros que descargan enormes cantidades de agua. El pasado año, en tan solo 24 horas cayeron más de 40 centímetros de lluvia.

Los más de 740.000 refugiados rohingyas que han llegado a Bangladesh desde 2017 se alojan en el distrito de Cox’s Bazar, sumándose a los más de 168.000 que huyeron durante los anteriores ciclos de violencia. La estación de las lluvias del pasado año constituyó una dura prueba para los refugiados, que la pasaban por primera vez alojados en endebles albergues de bambú, y para los organismos humanitarios que prestan apoyo al Gobierno de Bangladesh. 

Debido a la rápida afluencia de refugiados, las familias habían construido albergues donde había espacio libre, a menudo en pronunciadas pendientes o en llanuras aluviales. 

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en estrecha cooperación con sus socios y con la comunidad de refugiados, centró sus esfuerzos en mejorar los frágiles y densamente poblados asentamientos de refugiados, construyendo carreteras kilómetro a kilómetro, así como escaleras y puentes.

En el marco de esta iniciativa concertada se instalaron sistemas de desagüe y albergues mejorados, y también se proporcionó a las familias kits de amarre y lonas impermeabilizadas. Los equipos suministraron artículos de emergencia listos para utilizarse y servicios ampliados de abastecimiento de agua y saneamiento. 

También se hizo un gran hincapié en la capacitación y el empoderamiento de las comunidades de refugiados encargadas de la respuesta inicial. Y, si bien los organismos humanitarios siguen reforzando las infraestructuras esenciales y suministrando artículos de socorro a los asentamientos, este año la planificación para casos de emergencia ha adoptado un enfoque centrado en las comunidades.

Además de los voluntarios de la Dependencia de Vigilancia, los pertenecientes a la Dependencia de Divulgación Comunitaria siguen yendo de casa en casa, difundiendo información y concienciando a las familias sobre el modo de protegerse a sí mismas y sus albergues. Los voluntarios de los Servicios de Salud Comunitarios centran sus esfuerzos en prevenir la propagación de enfermedades, y los grupos de voluntarios comunitarios de hombres, mujeres y jóvenes desempeñan también un importante papel prestando asistencia práctica a las familias afectadas y reconstruyendo las estructuras comunitarias dañadas.

También a veces se pide a los voluntarios refugiados que movilicen a las comunidades en colaboración con las Dependencias encargadas de la Protección en Situaciones de Emergencia, que están preparadas para ayudar a reunir a las familias con sus hijos después de una emergencia, así como para proporcionar, en caso necesario,  servicios básicos de asesoramiento y asistencia a las personas vulnerables.
 
“Las condiciones generales en los campamentos han mejorado significativamente con respecto al pasado año, si bien siguen existiendo los riesgos asociados a los monzones y los ciclones”, dice Oscar Sánchez Pineiro, coordinador senior en el terreno de ACNUR en Cox’s Bazar.

“Este año, además de instalar los equipos necesarios, el plan de emergencia sitúa a las comunidades en el centro de la respuesta, aprovechando sus capacidades de preparación y respuesta a los desastres con el apoyo de nuestros equipos. 

“El año pasado, los refugiados demostraron altos niveles de solidaridad y autosuficiencia, por lo que seguiremos capacitándolos para reforzar su capacidad no solo como encargados de la respuesta inicial, sino para ayudar en actividades de reparación de infraestructuras, asesoramiento, prestación de primeros auxilios y evacuación temporal, así como para ayudar a informar de los incidentes,” añadió.

Habiéndose enfrentado ya a estos desafíos en 2018, los refugiados tienen cierta experiencia y piensan que están mejor preparados para hacer frente a los riesgos climáticos este año. Incluso así, muchos están preocupados por lo que podría ocurrir de producirse un ciclón, que podría destruir la mayoría de los albergues de los asentamientos. 

“Estamos preparados pero estamos nerviosos”.

“Estamos preparados pero estamos nerviosos”, dice Kasim, voluntario del grupo de hombres de Chakmarkul, que se reúne regularmente para tratar y abordar los problemas comunitarios mediante proyectos de servicios diseñados y organizados por los propios refugiados. El pasado año, el grupo trabajó a pleno rendimiento durante los monzones, ayudando a las familias afectadas por los desprendimientos de tierras, limpiando el barro de las casas y trabajando para reparar los albergues que habían sufrido daños.

“Los albergues no son resistentes y, además, la tierra es blanda y poco compacta. Se ha realizado una tala masiva de árboles para dejar espacio donde construir albergues y para obtener leña. Debido a la deforestación nos encontramos en una situación más vulnerable y… podríamos correr mayores riesgos. Tenemos que estar vigilantes, tener los ojos y los oídos bien abiertos”, explica Kasim. 

“Tenemos que trabajar todos juntos para salvar nuestros hogares y nuestras vidas. Una persona sola no puede hacer mucho, así que tenemos que enfrentarnos y responder juntos a los peligros”, añade refiriéndose al sólido espíritu comunitario que se había generado en el asentamiento. “Si yo muero se habrá perdido una vida. Si salvo a otros se habrán salvado muchas vidas”.