Cerrar sites icon close
Search form

Buscar el sitio de un país

Perfil de país

Sitio de país

"Como una forma de retribuir, colaboro con entusiasmo y alegría"

Historias

"Como una forma de retribuir, colaboro con entusiasmo y alegría"

Casi 500 venezolanos albergados en Roraima se ofrecen como voluntarios en comités de participación comunitaria para ayudar a mantener a los refugiados y migrantes a salvo de COVID-19
28 Mayo 2020
El artista Ramos muestra felizmente uno de los murales que pintó en el albergue Tancredo Neves, en Boa Vista.

Darle vida y color al albergue en el que vive es lo que más alegría le da al venezolano Juan Batista Ramos, de 69 años. Al igual que él, unos 480 venezolanos albergados en Roraima encontraron en el trabajo comunitario una forma de contribuir a los lugares que llaman, aunque sea temporalmente, su hogar.


"Cada vez que el albergue me necesita, estoy feliz de poder ayudar", dice Ramos, quien llegó solo a Brasil en octubre de 2019, procedente de Venezuela.

Mientras que la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), los socios de la sociedad civil y la Fuerza de Tarea Logística y Humanitaria de la Operación de Acogida operan los 13 albergues temporales en Roraima, los miembros de los Comités temáticos de participación comunitaria son los protagonistas en la distribución de alimentos, mantenimiento, limpieza y promoción de acciones de salud, educación y seguridad para los más de 5.800 refugiados y migrantes que viven en Roraima.

Artista y músico, la contribución de Ramos es a través del Comité de Infraestructura del albergue Tancredo Neves, en Boa Vista, donde ha estado desde enero de 2020, cuando fue alojado por el ACNUR. En el sitio, hay 15 paneles pintados por él.

Además de pintar, Ramos también anima a los otros 286 residentes con su música. "Ahora, dondequiera que mires aquí, en el albergue, hay un paisaje que nos recuerda que hay belleza en el mundo".

Su trabajo más reciente fue pintar el nuevo fregadero construido especialmente para personas con discapacidades, una iniciativa del ACNUR para expandir el acceso al agua como medida preventiva para COVID-19. Actualmente, unas cien personas en el albergue Tancredo Neves tienen más de 50 años. También es uno de los lugares con el mayor número de personas con discapacidad: hay 14 usuarios de sillas de ruedas.

Grifos adaptados para personas con discapacidad física en el albergue Tancredo Neves, en Boa Vista.

En total, hay casi 500 voluntarios venezolanos alojados que se dividen en 54 comités temáticos de participación comunitaria. Con la llegada de la pandemia, el grupo de líderes voluntarios se ha convertido en una herramienta esencial para prevenir la propagación del virus entre la población.

“Los comités son fundamentales para el funcionamiento de los albergues. Esta acción es una de las estrategias del ACNUR y sus socios para promover la participación comunitaria en las actividades cotidianas y fomentar la responsabilidad compartida”, explica José Egas, Representante del ACNUR en Brasil.

Todas las actividades de gestión participativa de los albergues se adaptaron al contexto de la pandemia COVID-19, transformando los albergues en agentes de prevención voluntarios, que tuvieron que repensar cómo realizar sus actividades rutinarias de acuerdo con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Resulta un desafío servir tres comidas al día a más de 1.200 personas sin crear multitudes y riesgos de contagio. Este es el día a día del Comité de Alimentos, Limpieza y Servicios Generales de Rondon 3, el albergue más poblado de Boa Vista. La venezolana Jennimar Itriago, de 41 años, es miembro de este grupo.

"Solo aquellos con las manos limpias y una máscara recibirán el almuerzo", advierte, quien trabaja para crear conciencia entre la población protegida. Mientras sirve comida, guía a las personas a usar máscaras, lavarse las manos varias veces y respetar la distancia física.

Jennimar durante la distribución de comidas en el albergue más grande de Roraima, Rondón 3.

“Estoy agradecida de que me hayan aceptado en el albergue y de toda la asistencia que me está brindando ACNUR, sus socios y los militares. Como una forma de retribuir, colaboro con entusiasmo y alegría”, dice Jennimar.

Ella y Ramos ilustran los datos revelados por el Informe de Registro y Alojamiento del ACNUR en Roraima para abril de 2020. La publicación tiene como objetivo monitorear el flujo de población de los albergues para planificar mejor las acciones de gestión y prevención de COVID-19 en estos presentando el perfil demográfico de las poblaciones protegidas en el estado y los diferentes comités de participación comunitaria que operan.

Participación comunitaria en albergues indígenas

Entre los albergues para refugiados y migrantes en Roraima, once están en Boa Vista, en la capital, y otros dos en Pacaraima, en la frontera. Uno de los que se encuentra en Pacaraima es exclusivo para indígenas venezolanos.

Hay 254 personas de la etnia warao que comparten el albergue Janokoida, que en el idioma de sus residentes significa "Gran Casa". Antes de la pandemia de COVID-19, la población era de 511. Sin embargo, con medida preventiva, parte de los residentes fueron transferidos a Janoko Yakera, "Casa Bonita".

Los líderes de las comunidades indígenas se conocen con el nombre de "aidamos". Isidro Pacheco, de 43 años, es uno de ellos: enfermero warao y miembro del Comité de Salud local. Su trabajo es guiar y monitorear a la población protegida.

“Revisamos a toda la comunidad diariamente, si las personas tienen algún síntoma. Asesoramos sobre la limpieza del lugar y la higiene para niños y adultos”, explica.

Isidro trabajó durante seis años en Venezuela, en una comunidad indígena warao, como enfermero. Realizó atención preventiva y exámenes prenatales, así como atención de partos y la aplicación de vacunas en niños.

El enfermero con ornamentos típicamente warao.

Hoy, Isidro lleva a cabo sesiones de información para la comunidad protegida, explicando las medidas de prevención paso a paso. “Repetimos, para todos, las pautas de salud que nos dan los administradores de los albergues”.

Los warao también están organizados para la educación de niños y jóvenes. La indígena Amarilis Jiménez, de 26 años, forma parte del comité que promueve actividades educativas y deportivas para los más jóvenes.

“Aquí, los niños hablan tres idiomas: español, portugués y warao. Es importante hablar español y portugués para que puedan continuar a la escuela en el futuro. Pero también estamos haciendo todo lo posible para que los niños se reencuentren con su cultura y su idioma”, defiende Jiménez, quien guía a los menores sobre lo que es COVID-19.

“El trabajo de los comités es fundamental para prevenir COVID-19 en los albergues. Establecen mejores canales de diálogo con la población protegida y fortalecen la protección de estas personas mediante la identificación de necesidades y soluciones dentro de la comunidad misma”, explica José Egas, Representante del ACNUR en Brasil.

Las actividades del ACNUR están respaldadas por donaciones de la comunidad internacional, empresas y donantes individuales. Este año, la contribución del Gobierno de Japón a las acciones de vivienda en la región norte del país fue fundamental para reforzar la respuesta en este sector. ACNUR agradece las importantes contribuciones de todas sus donaciones, que permiten fortalecer los mecanismos para proteger a la población refugiada en situaciones vulnerables.

El informe fue realizado por ACNUR en el marco de la Plataforma R4V - Respuesta a los venezolanos, una coordinación interinstitucional del sistema de las Naciones Unidas y la sociedad civil. La Plataforma R4V está compuesta por un conjunto de socios y tiene como objetivo responder al flujo de venezolanos en América Latina y el Caribe. En Brasil, la Plataforma R4V está compuesta por 13 agencias de la ONU  y 27 organizaciones de la sociedad civil.