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Nosotros decidimos cómo tratar a las personas refugiadas, es deshumanizante privarlas de educación

Historias

Nosotros decidimos cómo tratar a las personas refugiadas, es deshumanizante privarlas de educación

Con motivo del lanzamiento del Informe sobre Educación 2021 de ACNUR, el autor y bloguero estadounidense John Green afirma que las oportunidades de aprendizaje para la niñez refugiada son totalmente inadecuadas y que el mundo debe reconocer su derecho a la educación.
7 Septiembre 2021 Disponible también en:
John Green, Colaborador de Alto Perfil de ACNUR, se reunió con niños refugiados sirios en Ammán, Jordania, en marzo de 2016.

Han pasado algunos años desde que conocí a algunos de los millones de personas sirias que se han visto obligadas a huir de la terrible violencia en su país. En una visita a los campamentos de refugiados de Jordania, hablé con varios jóvenes cuyas vidas se habían visto alteradas: habían visto a sus amistades y familiares muertos y heridos, y se habían visto obligados a abandonar sus hogares sin saber si volverían o cuándo.

Resulta aleccionador pensar que muchos de esos niños seguirán siendo refugiados, ya que la crisis siria – y el desastre humanitario que la acompañó – cumple ahora 11 años.

Casi todos los niños que conocí me dijeron que su prioridad número uno era volver a la escuela. A través de un intérprete, una niña de 10 años llamada Aida me dijo: “Solo quiero aprender”.

Pero la devastadora realidad es que las oportunidades educativas disponibles para la niñez refugiada de todo el mundo son totalmente inadecuadas. Y con cada año de escuela perdido, los niños pierden terreno y ven cómo su futuro se erosiona pieza a pieza.

Los recuerdos de este viaje volvieron a mí en los últimos días al ver cómo se desarrollaba el caos en otro país devastado por la guerra: Afganistán, asolado por la violencia desde hace más de 40 años.

Las cámaras se han centrado en las personas que se apresuran a subir a un avión y huir del país, entre ellas muchas que temen las represalias por su educación o empleo. Pero hay otros millones de personas que siguen en Afganistán y que necesitan ayuda desesperadamente, y cuyo futuro también es incierto. Para muchas niñas y niños afganos, la inseguridad y fragilidad de la sociedad en la que han crecido ha empeorado considerablemente, lo que socava aún más sus posibilidades de aprender y desarrollar su potencial.

Incluso si logran encontrar seguridad en otro país, los desafíos no terminan. Las desgarradoras historias que me contaron las personas sirias que conocí en Jordania serían inmediatamente familiares para los innumerables niños de Afganistán que se han visto obligados a huir por la frontera. En lugar de las historias de las aulas y el patio de recreo, de entrar en el equipo de la escuela o en la universidad, es más probable que tengan recuerdos similares de miedo, agotamiento y hambre, de pesadillas que preferirían olvidar.

“Solo quiero aprender”.

La gran mayoría de las personas refugiados – el 86 por ciento – vive en países de ingresos bajos o medios. El resultado es que muchas niñas y niños no tienen escuelas a las que asistir, y en los casos en los que hay educación disponible, los sistemas educativos que los atienden carecen de fondos suficientes y están saturados. Incluso en los casos en que las escuelas funcionan con un sistema de doble turno para que pasen más estudiantes por las puertas, es habitual que en un salón de clases haya más de 100 estudiantes por docente.

Pero no se trata sólo de sistemas educativos sobrecargados. A medida que la niñez refugiada crece, justo cuando deberían estar tomando alas como estudiantes, se enfrentan a intensas presiones económicas para mantener a sus familias encontrando trabajo o cumpliendo con las tareas domésticas. Las personas refugiadas, ya sean de Siria, de Afganistán o de cualquier otro lugar, lo dejaron todo atrás y tuvieron que empezar de nuevo. Para muchas, la educación es algo que simplemente no pueden permitirse sin apoyo financiero.

Ser privado de educación es deshumanizante. Imagina el efecto que tiene en tu autoestima el hecho de que te consideren indigno de un lugar en el aula, o de sentir que el mundo no cree que el derecho a la educación se aplique a ti porque no importas.

En el fondo, todo lo que la juventud refugiada quiere es que se le trate de la misma manera que a los jóvenes de todo el mundo: no como personas a las que hay que temer o compadecer, no como estadísticas, no como problemas, no como personas que de alguna manera son “menos que” sus contemporáneos de otros lugares, sino como seres humanos plenos y multitudinarios.

“Cada joven es nuestra responsabilidad”.

A menudo se habla de la juventud refugiada como una “generación perdida”, pero en realidad no está perdida. Sabemos dónde está y qué necesita: escuelas, docentes, libros, equipamiento y tecnología, y atención. No está perdido. Está esperando que el mundo reconozca su humanidad y su derecho a la educación.

No podemos abordar esta crisis de forma barata. La tecnología puede ser una herramienta importante –y durante la pandemia ha sido crucial para permitir que el aprendizaje continúe – pero nunca debe sustituir el entorno del aula para la socialización y el aprendizaje, ni las valiosas habilidades, la formación y la experiencia de un profesor.

Tenemos que invertir en la juventud como entidad colectiva y no dejar a varios millones de niñas y niños fuera del trato social porque sus circunstancias dificulten o incomoden darles una educación. Cada joven es nuestra responsabilidad porque cada joven nos ayudará a afrontar desafíos de salud, cambio climático, pobreza, tecnología y empleo, de igualdad y derechos humanos, y más.

Nosotros decidimos cómo tratar a nuestros semejantes, y podemos decidir apoyar a la niñez del mundo, incluida la juventud refugiada, con la compasión y los recursos que merecen.

El autor y bloguero John Green ha sido Colaborador de Alto Perfil de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, desde 2015. Este artículo de opinión apareció por primera vez en The Independent el 6 de septiembre de 2021.