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Debido a los estragos económicos causados por la COVID-19, el Ramadán será sombrío para desplazados sirios

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Debido a los estragos económicos causados por la COVID-19, el Ramadán será sombrío para desplazados sirios

En lugar de celebrar el mes sagrado, muchas personas en buena parte de Oriente Medio y del Norte de África luchan por sobrevivir en medio de dificultades económicas y elevados precios de los alimentos.
14 Abril 2022 Disponible también en:
Shamsa, una madre soltera de 32 años, en su hogar en un asentamiento informal para refugiados sirios en el Valle de la Becá, en Líbano.

Ahmad, un refugiado sirio de 44 años, esperaba que el Ramadán trajera algo de alivio para su familia este año. Debido a las restricciones impuestas por la COVID-19, en los últimos dos años, las celebraciones por el mes sagrado fueron inusualmente tranquilas para Ahmad y su familia (su esposa y cinco hijos), quienes viven al norte de Líbano.

Mientras Líbano atraviesa por la peor crisis económica en una generación – la cual ha disparado el precio de los alimentos, del combustible y de otros artículos, y ha llevado al 90% de la población siria refugiada a la pobreza extrema –, Ahmad enfrenta dificultades para alimentar a su familia este Ramadán.

Los empleos escasean, así que, como trabajador de la construcción, en lo que va del año, Ahmad apenas logró encontrar un empleo de tres semanas de duración. Para llevar algo a la mesa para el iftar, la comida con la que se rompe el ayuno diario en el Ramadán, Ahmad pasa las tardes recorriendo tiendas cerca de su hogar en la Cordillera del Líbano tratando de adquirir vegetales baratos antes de que los desechen.

“Nunca hemos tenido un iftar con comida abundante, pero al menos podíamos comprar dátiles para preparar una ensalada. Este año, la comida será muy sencilla, con apenas uno o dos ingredientes”, comentó Ahmad. “Incluso freír patatas es caro porque un litro de aceite vale medio día de trabajo”.

En la región de Oriente Medio y el Norte de África, si bien se han suspendido la mayoría de las restricciones por la COVID-19, millones de familias desplazadas y comunidades que les dieron acogida aún sienten los estragos económicos causados por la pandemia.

El impacto se ha agravado no solo con las crisis financieras por las que atraviesan Líbano y Siria, sino también con el conflicto que estalló recientemente en Ucrania entre dos de los exportadores de granos y semillas oleaginosas más importantes del mundo, lo cual ha incrementado, entre la mitad y un tercio, los precios de alimentos básicos, como la harina de trigo y el aceite para cocina en Líbano, Siria y Yemen.

“Este año, el Ramadán será como cualquier otro día”.

Para muchas personas en la región, en lugar de celebrar con platillos conmemorativos en la atmósfera festiva que caracteriza el más sagrado de los meses en la tradición musulmana, en el Ramadán prevalecerá el desafío constante de adquirir alimentos básicos para familias que ayunan.

Shamsa, una madre soltera de 32 años, huyó de Siria cuando estalló la crisis en el 2011; actualmente vive en un endeble albergue hecho de lona con una estructura de madera en el Valle de la Becá, en Líbano. Luego de haber luchado contra las inclemencias del clima durante uno de los inviernos más duros de los que se tiene registro en el país, las perspectivas de la familia siguen siendo sombrías.

“Ha pasado un año desde la última vez que mis hijos y yo comimos carne en el Ramadán”, contó. “Este año, el Ramadán será como cualquier otro día. Comeremos frijoles; es lo único que puedo costear”.

El panorama es muy similar en Siria, donde casi siete millones de personas han sido desplazadas y 55% de toda la población enfrenta inseguridad alimentaria. Para muchas personas, el Ramadán es un doloroso recuerdo de tiempos mejores antes de la crisis.

Khadija, de 31 años, y su familia abandonaron su hogar en Homs – en el vecindario de Bab Dreib –, en medio de intensos enfrentamientos en 2013. En busca de protección y seguridad, se trasladaron de un lugar a otro en numerosas ocasiones antes de asentarse, en 2019, en el vecindario de Al Waer, que había estado sitiado.

“Recuerdo haber cocinado mucho para el iftar del Ramadán”, indicó Khadija con una sonrisa nostálgica. “Ahora, como los precios son altísimos, solo podemos costear una comida. Cada año pensamos que ese será el más duro, sobre todo durante el Ramadán, pero la situación sigue empeorando”.

En Jordania, con una evaluación que llevaron a cabo recientemente la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y el Banco Mundial, se descubrió que 64% de las personas refugiadas sobreviven con menos de tres dinares jordanos ($5 USD) al día.

“Dependemos de la ayuda en efectivo que nos proporciona ACNUR, pero debemos cuatro meses de renta”, explicó Mahmoud, un hombre de 53 años originario de Damasco. “También tenemos una deuda en la tienda donde compramos comida. Creo que tendremos que pedir dinero prestado durante el Ramadán”.

Este año, ACNUR lanzó la campaña anual de recaudación de fondos por el Ramadán con el objetivo de proporcionar ayuda en efectivo y otras formas de apoyo a 100.000 familias en la región y en otros sitios.

“La situación se agrava día con día”.

Incluso en lugares tan alejados como Argelia, los refugiados sirios resienten el aumento de precios y el daño económico que provocó la pandemia. Mohammad Adam, originario de la zona rural de Damasco, comentó que la ayuda que su familia y él habían estado recibiendo de su vecindario en Argel se ha agotado porque tanto la población local como las personas refugiadas se han visto perjudicadas.

“Este año, el Ramadán será más difícil que nunca porque las personas que nos ayudaron cuando empezó la pandemia de COVID-19 también viven en condiciones precarias luego de haber perdido su empleo”, explicó Mohammad.

En consecuencia, debe preocuparse por satisfacer las necesidades básicas de su familia, como contar con un techo donde vivir y tener comida en la mesa. Las celebraciones por el Ramadán han pasado a un segundo plano mientras la mayoría hace lo posible por sobrevivir.

“La mayor parte de las personas sirias refugiadas debe al menos un año de renta. La situación se hace cada día más difícil con el alza en los precios de los alimentos; muchas personas no tienen suficiente comida”.

Reportaje de Paula Barrachina Esteban y Dalal Harb, en Líbano; Saad Sawas, en Siria; Lilly Carlisle, en Jordania; y Marina Villuendas, en Argelia.

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