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Malasia: escuela gestionada por refugiados ofrece a niños una oportunidad de educación

Historias

Malasia: escuela gestionada por refugiados ofrece a niños una oportunidad de educación

Most ethnic Chin refugees or asylum-seekers in urban Malaysia don't have access to formal education. They've set up their own schools to fill the gap. [for translation]
7 Enero 2010 Disponible también en:
Love of Learning: A group of ethnic Chin girls studying at the school. [for translation]

KUALA LUMPUR, Malasia, 7 de enero (ACNUR) – El cielo de la tarde está nublado, oscuro y amenaza con llover. A pesar del inminente aguacero, cerca de una docena de niños inician un partido de softball al aire libre. "Esta es su hora de libertad, ahora pueden salir a correr al aire libre tras haber permanecido en casa durante toda la semana. No creo que les importe la lluvia", dijo riendo John, su profesor.

El joven profesor y sus estudiantes son refugiados de la etnia Chin de Myanmar, que en la actualidad viven en la jungla de hormigón de Kuala Lumpur, capital malaya. Del total de 71.400 refugiados y solicitantes de asilo registrados por la Agencia de la ONU para los refugiados en Malasia, unos 10.000 son niños en edad escolar, aunque no tienen derecho a acceder a la educación reglada. Para llenar este hueco, muchas comunidades de refugiados han creado sus propios centros educativos en las ciudades en las que vive la mayoría de ellos.

John es profesor voluntario en una escuela gestionada por un grupo de refugiados reunidos en la "Organización de los Estudiantes Chin" (CSO, por sus siglas en inglés). La escuela consiste a grandes rasgos en un piso situado sobre una tienda en el centro de Kuala Lumpur. Cerca de 200 niños refugiados se sientan en el suelo en pequeñas clases para aprender inglés, matemáticas, ciencias y estudiar la cultura Chin. También disfrutan de una sesión semanal de deporte que forma parte del plan de estudios.

"CSO puso en marcha esta escuela porque nuestros niños no podían asistir a los colegios públicos", señala Hup, coordinador de CSO. "Los niños no aprendían lo suficiente en Myanmar y, si además no pueden acceder a la educación aquí, su futuro será muy complicado".

La escuela está gestionada por un puñado de voluntarios, tanto refugiados como malayos, que dan clase cinco días a la semana. La financiación de la escuela se obtiene principalmente de la tasa mensual de unos 5 dólares que pagan los padres, así como de otras donaciones de organizaciones no gubernamentales y de personas privadas. ACNUR proporciona libros de texto que se utilizan en los planes de estudios de Malasia.

Las hermanas Lidia, de 12 años, y Sonia, de seis, asisten a la escuela. "Llegamos a Malasia hace un año y empezamos a asistir a esta escuela de inmediato", dice Lidia. "Me gusta estar en el colegio y aprender nuevas cosas, aunque al principio Sonia no podía venir al colegio. Tenía miedo de los hombres, de los policías. Nunca salía de nuestro piso". Ir a la escuela ayudó a su hermana pequeña a salir de su cascarón, añadió Lidia.

"Asistir al colegio es tan importante para los niños – no sólo para su educación", dice Hup. "Aprenden a trabajar en equipo, disciplina, limpieza y confianza en uno mismo".

Los voluntarios hacen todo lo que pueden para ayudar a los niños a seguir asistiendo a la escuela, ofreciéndoles incluso comidas gratuitas. "Muchos niños no tienen lo necesario para poder comer en casa, por lo que venir a la escuela significa que podrán llenar su estómago cada día", señala Hup.

Peter tiene dos hijos que asisten a la escuela del CSO y, a pesar de que lleva cuatro meses sin trabajo – a los refugiados a menudo les es difícil conseguir un trabajo habitual debido a su situación irregular – para él es una prioridad que sus hijos puedan ir al colegio.

"Nunca me he preocupado por el alto precio del alquiler o por las condiciones de vida – puedo vivir con ello", afirma Peter. "Lo que realmente es importante es poder enviar a mis hijos al colegio sin peligro".

A pesar de que la escuela está a menos de 100 metros de su piso, aún así acompaña y recoge a sus hijos de la escuela cada día.

"Esto no es como su pueblo. Esto es una ciudad, no es seguro para ellos caminar solos por la calle", nos explica Peter. "No hablan el idioma local. Si les sucede algo, ¿cómo van a poder cuidarse?"

Es este miedo el que hace que la mayoría de los padres refugiados mantengan en casa a sus hijos cuando no van al colegio. No sorprende por tanto que disfruten tanto con la sesión deportiva semanal, en la que pueden soltar toda la energía acumulada.

Aunque las clases son importantes para Sui, de 14 años, está claro que ella valora todavía más los juegos. "Se me da muy bien el softball. Creo que se me da mejor que a los chicos", dice con orgullo. "Me siento muy bien cuando gano a los chicos – siento que puedo hacer cualquier cosa".

Y la escuela le ofrece la oportunidad de soñar con un futuro diferente. "¿Que espero del futuro?", pregunta Sui. "Paz. Sólo quiero una vida en paz".

Por Yante Ismail, en Kuala Lumpur, Malasia