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Las mujeres sirias refugiadas combaten la monotonía y los malos recuerdos haciendo alfombras

Historias

Las mujeres sirias refugiadas combaten la monotonía y los malos recuerdos haciendo alfombras

Un grupo de alrededor de 40 mujeres en el campamento de Adiyaman encuentran una manera de ocupar su tiempo, creando alfombras bajo un proyecto establecido y patrocinado por la administración del campamento.
24 Octubre 2013 Disponible también en:
Una joven refugiada practica sus nuevos conocimientos como tejedora de alfombras en un telar en el campo de Adiyaman, en Turquía.

CAMPO DE REFUGIADOS DE ADIYAMAN, Turquía, 24 de octubre de 2013 (ACNUR) – Tras la tormenta del conflicto y los combates de la guerra, un campo de refugiados ofrece refugio, seguridad, alimentos y agua, pero también una aburrida monotonía en la que los días se ocupan con poco más que tareas mundanas.

Unas pocas mujeres, no más de 40 en el campo de Adiyaman, en el sur de Turquía, llevan una vida diferente, una vida de aprendizaje primero y trabajo después. Una gran tienda en el centro de este campo que acoge a 10.000 refugiados se ha convertido en un taller de fabricación de alfombras.

El proyecto lo han puesto en marcha los gestores del campo con la ayuda y el dinero de la municipalidad local, que proporciona los telares y otro equipamiento. Bajo la supervisión de una profesora turca, las mujeres aprenden las técnicas de la fabricación tradicional de alfombras y, en unas semanas, comienzan a hacer las suyas propias.

"Las mujeres quieren trabajar aquí para no pensar en Siria todo el tiempo y en los trágicos momentos que han vivido allí", dice Rula Qasim, que huyó de los combates en su país hace más de un año. Durante meses ha estado dando vueltas a lo ocurrido en su país y a los recuerdos de lo que ha dejado atrás, hasta que su madre la animó a unirse al taller.

"Este trabajo nos ayuda a olvidar traumas, como haber perdido parientes, o a dejar de pensar todo el tiempo en los niños que aún siguen en Siria. Este curso nos puede aliviar", explica.

Sin embargo aquí se ofrece algo más que ayuda. Warda Beitun sólo tiene 15 años pero lleva en el taller casi un año y ha acabado dos alfombras. Los materiales los facilitan compañías turcas que luego se llevan las alfombras acabadas y las venden en Turquía o en otros países. Las dos alfombras de Warda se vendieron y ella recibió un porcentaje del beneficio.

Las alfombras siguen los diseños tradicionales y eso, según Warda, es complejo. "La parte más difícil de este trabajo es hacer coincidir con precisión los motivos. Hay muchos aspectos de esta profesión que son difíciles de aprender, no es sencillo, como colocar el hilo en la posición exacta. Hay que aprender muchas cosas. Es un reto".

La tutora turca de artesanía, Gamze Karayilan, no intenta esconder el hecho de que ella y sus compañeras ven este trabajo como algo más que enseñar a tejer alfombras. No les da miedo sugerir a las mujeres sirias que este trabajo puede empoderarlas.

"Tienen algunas tradiciones" dice Gamze. "Desde el punto de vista de un hombre, el objetivo principal en la vida de una mujer es tener hijos. Al principio incluso nosotras criticábamos eso, pero es su tradición. Aquí en el campo los hombres dominan la vida diaria y miran a las mujeres de otro modo. Este es un pequeño esfuerzo, pero al menos estamos intentando cambiar la cultura".

Al taller de alfombras le ha seguido recientemente otro proyecto piloto, de costura y sastrería para hombres. Por ahora sólo 15 hombres están aprendiendo este nuevo oficio.

Fuera del taller, en las arenosas calles de este suburbio de tiendas, la monotonía es la protagonista. Al contrario que los refugiados urbanos, los sirios que viven en el campo no pueden salir de él y, por lo tanto, no pueden buscar trabajo durante la cosecha del algodón. Así que miles de personas se sientan o esperan de pie. Para ellos hay poco más que puedan hacer.

Por Don Murray en el campo de refugiados de Adiyaman, Turquía