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En Rumanía, un refugiado congoleño hace lo mismo que los rumanos

Historias

En Rumanía, un refugiado congoleño hace lo mismo que los rumanos

El amor de Jean-Louis Kialoungou por Rumania comenzó incluso antes de que él llegara a este país como refugiado, a mediados de la década de 1990.
10 Mayo 2013 Disponible también en:
Jean-Louis Kialoungou junto a su hija, Letitia, en Rumanía, su hogar desde los años 90.

BUCAREST, Rumanía, 10 de mayo de 2013 (ACNUR) – La historia de amor entre Jean-Louis Kialoungou y Rumanía comenzó incluso antes de su llegada a este país a mediados de la década de 1990 y, con los años, este refugiado congoleño ha llegado a ser más rumano que la mayoría de los rumanos.

Por ejemplo, mientras Rumanía se preparaba para las elecciones generales el pasado mes de diciembre, él parecía más preocupado por el futuro de su país de adopción que muchos votantes. "Preguntaba a mis amigos y colegas: ¿qué pensáis de los candidatos? ¡Y la mayoría no tenían ni idea!", contaba Jean Louis, quejándose en un rumano fluido de la apatía local en materia de política.

"¿Durante cuánto tiempo se va a seguir tratando a los rumanos como inferiores a otras naciones europeas? ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros?", preguntaba con una pasión que contrasta no sólo con sus raíces africanas, sino también con el hecho de que, como refugiado, no tiene derecho de voto. Dice que está demasiado ocupado para solicitarlo.

Jean-Louis llegó a Rumanía desde la República del Congo hace 16 años, cuando tenía 34. Ahora, además de unas firmes opiniones sobre la política rumana, tiene un trabajo estable, una familia y una casa, y conserva el brillo en sus ojos, así como la juventud y la energía que le ayudaron a superar la adversidad.

"Vivo aquí, tengo una hija y quiero ver cambios a mejor", declaraba Jean-Louis, quien en 1996 huyó de un país azotado por la inestabilidad política y que se dirigía hacia la guerra civil, que finalmente estalló en 1997.

Aterrizó en el aeropuerto de Bucarest en octubre de 1996 con su novia rumana, Daniela, a quien había conocido en su país natal y con quien se casaría más tarde. Tenían billetes para volar a París, pero planeaban pasar primero un par de meses con la madre de Daniela en Rumanía.

"No sé lo que pasó. Me enamoré de este lugar y todavía no puedo terminar de explicármelo", cuenta Jean-Louis, que ahora vive en una casa con un gran jardín en Chitila, una ciudad dormitorio cercana a Bucarest, junto con su mujer y su hija Leticia, de 14 años.

Jean-Louis trabaja en el banco BRD en Bucarest, gestionando transferencias bancarias. En casa, le encanta pasar tiempo en su jardín, donde cultiva verduras, árboles frutales y vides.

Todos los vecinos de Chitila conocen a Jean-Louis porque es el único "hombre negro" en el barrio y por su simpatía; incluso le han iniciado en el mundo del tzuica, un tradicional brandy casero rumano.

"Me fue fácil integrarme en la sociedad rumana y estoy orgulloso de ello," dijo Jean-Louis. "Cuando vas a algún lugar, tú eres quien tiene que adaptarse, debes luchar por ser aceptado y no al revés."

Pero un episodio reciente en el centro de Bucarest le ha recordado que la vida no siempre es fácil en un país donde la inmensa mayoría de la población es blanca. Un obrero comenzó a lanzarle insultos racistas cuando Jean-Louis pasó a su lado hablando por teléfono.

"Él pensó que yo le tendría miedo porque iba en grupo, pero colgué el teléfono y me paré para preguntarle: 'Disculpe señor, ¿le he molestado de alguna manera? ¿Por qué se dirige a mí de esta manera? Usted está aquí haciendo su trabajo y yo voy de camino al mío'", cuenta Jean-Louis.

Su valor y su fuerza de voluntad le han ayudado a hacer de Rumanía su segundo hogar. También cree que sus estudios de literatura francesa y de comunicación en la República del Congo le han ayudado a relacionarse bien con los demás.

"También tienes que saber lo que quieres hacer con tu vida", apuntó, alegando que ser un refugiado en Rumanía no es necesariamente más duro que en otros países en los que hay más oportunidades y el trabajo está mejor pagado.

"La gente aquí es buena y el país tiene potencial", dijo. "Pero hay veces como [con el insulto racista de] ayer por ejemplo, en las que realmente echo de menos África".

La nostalgia de su hogar le golpea cuando escucha la música congoleña que le ha enviado un amigo. "Ayer tuve la impresión de estar en Congo. Si alguien me hubiera dicho, vamos, volvamos allí, me hubiera ido sin ninguna duda".

Desde que Rumanía accedió a la Convención de Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados hace 21 años, se ha otorgado protección internacional a más de 3.550 personas. Si bien la legislación rumana protege a los refugiados, muchos tienen que luchar por tener acceso a sus derechos y reconstruir sus vidas en Rumanía. El año pasado el país recibió unas 2.500 solicitudes de asilo.

Por Andreea Anca en Bucarest, Rumanía