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Organizaciones de base se esfuerzan por acabar con la apatridia en Tailandia

Historias

Organizaciones de base se esfuerzan por acabar con la apatridia en Tailandia

Las personas apátridas en pueblos de minorías étnicas están recibiendo ayuda de voluntarios para solicitar la nacionalidad, un complejo proceso.
4 Noviembre 2022 Disponible también en:
Meepia Chumee (izquierda) se ríe junto a Meefah Ahsong (centro) y La-aw Kukaewkasem (derecha), quienes la ayudaron a navegar por el proceso de solicitud de la nacionalidad y de legalización de su situación jurídica.

Escondida entre montañas verdes y onduladas, a unos 60 kilómetros de la bulliciosa ciudad de Chiang Mai, en el norte de Tailandia, se encuentra una aldea de las tribus akha y lisu de las colinas, donde Meepia Chumee vivió en un constante estado de incertidumbre durante más de 30 años. 


Su madre (tailandesa) y su padre (apátrida) la abandonaron siendo una bebé, así que su nacimiento nunca fue registrado. En consecuencia, no tiene condición jurídica en el país en el que nació. La criaron su abuela y un tío, también apátridas. 

La población apátrida registrada en Tailandia supera el medio millón, lo que la convierte en una de las más grandes en el mundo. Casi un cuarto de las personas apátridas vive en Chiang Mai. La mayoría pertenece a minorías indígenas de la montañosa zona fronteriza. El registro les da cierto acceso a educación, empleo y atención médica. Sin embargo, no pueden trasladarse libremente de una provincia a otra. Aun así, se desconoce el número de personas apátridas que, como Meepia, no han sido registradas y, por tanto, enfrentan desafíos adicionales en el acceso a derechos fundamentales como la educación, el empleo y la atención médica.  

Meepia no pudo cursar más allá del segundo grado, ya que fue forzada a abandonar la escuela. Más tarde, no le quedó más que trabajar intensamente en granjas donde, a lo mucho, recibía cien bahts al día (es decir, menos de tres dólares). Luego de haber sido detenida en un punto de control policial y tras haber pagado una multa por no llevar un documento de identidad, le aterraba salir de la aldea. Su esposo era también apátrida. Sin embargo, cuando él logró obtener la nacionalidad, esta les fue otorgada también a sus hijos, pero no a Meepia.
 
“Fue sumamente difícil”, confesó. “A veces me sentía descorazonada y me preguntaba por qué no tenía lo mismo que el resto”.

 

Meepia cosecha maíz seco en los campos que renta para obtener ingresos extra. Siendo una apátrida no registrada, le fue difícil concluir la escuela y encontrar trabajo.

Tailandia apoyó la campaña #IBelong (Yo pertenezco) para acabar con la apatridia hacia 2024; además, poco a poco ha reformado sus leyes en materia de nacionalidad y registro civil para facilitar la solicitud de la ciudadanía y el ejercicio de derechos. Desde 2008, más de 100.000 personas han adquirido la ciudadanía tailandesa. Sin embargo, en la práctica, los procedimientos son burocráticos, complejos y de difícil acceso. 

Cuando Meepia tenía 30 años, por un golpe de suerte, alguien de su aldea conoció a su madre en Chiang Rai, una provincia cercana. Sin dudarlo, Meepia aprovechó la oportunidad para iniciar el proceso de solicitud de la nacionalidad. Se armó de valor para contactar a su madre y solicitar que se hiciera una prueba de ADN que demostrara su parentesco. Recopiló todos los documentos que tenía y viajó a la oficina distrital, a 17 kilómetros de distancia (hacerlo supone un gran riesgo para una persona apátrida no registrada). 

Su solicitud fue rechazada luego de tres años de espera. Le dijeron que debía reiniciar el proceso en la provincia donde vive su madre, es decir, a cientos de kilómetros de distancia. 
 
La historia de Meepia recorrió la aldea entera y llegó a los oídos de Meefah Ahsong, una voluntaria de la comunidad que colabora con Legal Community Network (LCN) y con Legal Advocacy Walk (LAW), dos organizaciones no gubernamentales de base que, junto con ACNUR, apoyan a las personas en el proceso de solicitud de la nacionalidad y de legalización de su situación. 

“Soy analfabeta. Sabía lo suficiente para comprender de qué trataban algunos documentos, pero, en realidad, no entendía el cien por ciento”, indicó Meepia. “Meefah me llamó y me dijo que su organización podía ayudarme.”
 
Meefah fue también apátrida, así que conocía a cabalidad las dificultades que enfrentaba Meepia. Meefah es una de los 20 o 30 voluntarios comunitarios en aldeas indígenas en cinco distritos de Chiang Mai. Son héroes y heroínas sin capa que trabajan incansablemente para acabar con la apatridia en Tailandia. Considerando que fueron también apátridas, los voluntarios son nominados por otras personas de la aldea; luego, LCN y LAW les brindan capacitación para que conozcan las leyes de nacionalidad, para que recaben información y para que colaboren con el funcionariado gubernamental en las oficinas distritales. 

Meefah ayudó a Meepia con el papeleo y la acompañó a la misma oficina distrital; esta vez, no obstante, con refuerzos.

“Meefah me dijo que mi madre debía acompañarme, así que la llamé para que lo hiciera”, contó Meepia. “Aquel día, Meefah llevó también al líder de mi aldea, a otros voluntarios de la ONG e, incluso, a funcionarios del Departamento de Administración Provincial; así logramos que me registraran en el sistema”.

Finalmente, Meepia obtuvo la nacionalidad tailandesa en agosto de 2022, a los 34 años.

 

Meepia presume su nueva identificación como ciudadana tailandesa.

Para Meefah, es una “bendición” ayudar a otras personas en su comunidad a que obtengan la ciudadanía. 

“Me alegra que tengan una nueva vida, un mejor empleo y acceso a atención médica”, indicó. “Deseo que las personas apátridas en las aldeas conozcan sus derechos”. 

Meepia, por su parte, espera que, luego de todo el trabajo que le costó obtener la ciudadanía, tenerla le abra la puerta a oportunidades laborales en los distintos hoteles en la región, los cuales no habían querido contratarla por no contar con una identificación. Además, dice que nunca había sentido la confianza que le da tener un estatus legal.

“Sentí un gran alivio y mucha felicidad el día que tuve mi identificación tailandesa en las manos. Aunque no tenga dinero como otras personas, ahora tengo los mismos derechos que ellas. Puedo dejar de vivir con miedo”.