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La infancia robada por las pandillas callejeras

Historias

La infancia robada por las pandillas callejeras

La violencia sexual, las golpizas y el reclutamiento forzado por pandillas hacen que miles de jóvenes salvadoreños, hondureños y guatemaltecos huyan por sus vidas.
8 Diciembre 2016 Disponible también en:
Un grupo de niños salvadoreños juega y ve la televisión en un albergue para refugiados en Chiapas, México, en esta foto de archivo de 2015.

Los dos miembros de la pandilla Barrio 18 esperaron a que los padres de Maribel*, de 15 años de edad, estuvieran fuera de la casa de la familia a las afueras de San Salvador. Cuando ella contestó a la puerta, le dijeron que iban a violarla.


"Estaban gritando lo que iban a hacerme. Me las arreglé para utilizar todas mis fuerzas y empujé la puerta para cerrarla. Ellos se quedaron afuera gritando y yo llamé a mi papá", recuerda Maribel.

Y esas no eran amenazas vacías. Los miembros de las sangrientas pandillas, o maras, han matado a niñas, e incluso a sus padres, por rechazar sus avances.

Cuando su padre, un guardia de seguridad, llegó a casa se dio cuenta de que ya no era seguro que su hija adolescente estuviera en el vecindario, así como huyó con la familia a otro departamento en el oeste de El Salvador.

"Estaba aterrorizada", recuerda.

Maribel se encuentra entre un número cada vez mayor de niños, niñas y adolescentes que huyen para salvar sus vidas debido al empeoramiento de la violencia en El Salvador, Honduras y Guatemala, región conocida como Triángulo Norte de Centroamérica.

"Estaban gritando lo que iban a hacerme . . . Estaba aterrorizada"

Realizando actividades criminales que van desde la extorsión, hasta el robo y el secuestro, el alcance de las pandillas se extiende por toda la región y más allá, convirtiendo los barrios de tugurios urbanos y aldeas destartaladas en una amalgama de territorios rivales.

Aunque ahora está fuera del alcance de los miembros de la pandilla Barrio 18, que amenazaron con violarla, Maribel está lejos de estar a salvo. En el barrio al que huyó, ella está rodeada de miembros de la pandilla rival, la Mara Salvatrucha.

"Es mejor no tener nada que ver con las pandillas. Pero puede ser difícil mantenerlos fuera de tu vida", dice. "Se sienten inmunes porque tienen armas y la gente les tiene miedo. Ellos piensan que pueden matar a quien quieran, y pueden violar a quien les gusta".

Incluso las vidas de los pre-adolescentes se ven afectadas por las pandillas. Ruth*, de doce años, asiste a un centro diurno administrado por el gobierno, junto con Maribel. Este centro ofrece talleres y capacitaciones a los adolescentes y les proporciona un espacio seguro lejos de la vida de pandillas.

Ruth describe cómo tiene que caminar en medio de los pandilleros en su calle a diario, y sus compañeros de clase a veces están entre ellos.

"Si me gritan, les digo hola, porque no quiero ignorarlos y hacerlos enojar. Pero trato de no acercarme a ellos porque sé que eso sólo causará problemas", dice.

La creciente violencia por parte de las pandillas, así como otros tipos de violencia, obligaron a más de 110.000 salvadoreños, hondureños y guatemaltecos a buscar asilo en países vecinos el año pasado, principalmente en México y Estados Unidos, una cifra que ha aumentado cinco veces en tres años.

Los niños están particularmente en riesgo. Decenas de miles de jóvenes como Maribel han huido de sus hogares para buscar seguridad dentro de sus países o en el extranjero.

"Están atrapados entre estas dos pandillas que están constantemente luchando, y esto lleva a la gente a intentar encontrar lugares más seguros para vivir", dijo José Samaniego, Representante Regional del ACNUR para América Central, Cuba y México. "Esto tiene un impacto a largo plazo en su educación y sus vidas".

La violencia sexual, o la amenaza de ella, es sólo uno de los peligros que los niños enfrentan a manos de las pandillas. En la vecina Guatemala, David* describió cómo los "mareros" que usaban armas y cuchillos en la extensa capital, Ciudad de Guatemala, intentaron forzarlo a entrar en su pandilla con un brutal ritual de iniciación, cuando tenía sólo 14 años.

"Estaba sentado junto a un campo de fútbol cerca de mi casa cuando se sentaron conmigo y me ofrecieron marihuana, pero les dije que no fumaba, así que me dieron cerveza en su lugar. Luego me golpearon mientras contaban hasta 13, y dijeron que yo había pasado la iniciación y estaba en la pandilla ahora", recuerda David, que no vio otra alternativa más que correr por su vida.

"Esto tiene un impacto a largo plazo en su educación y sus vidas"

"Salí de casa de mi madre al día siguiente y me quedé con un amigo de la familia al otro lado de la ciudad. Si hubiera regresado al barrio y me negaba a ser parte de la pandilla, me habrían matado", añade.

Las líneas divisorias que marcan el territorio de las pandillas rivales se han convertido en frentes de batalla manchadas de sangre que atraviesan las ciudades como peligrosos bordes irregulares. Los adolescentes incluso tienen problemas para ir a la escuela, si sus rutas cruzan estos territorios.

"Hay jóvenes que podrían llegar a su escuela en sólo siete minutos, pero no pueden ir por ese camino porque eso significa pasar territorio de las Maras. Tienen que caminar de ocho a diez cuadras para tomar un autobús y terminan gastando 40 minutos en su camino a la escuela", dice Mauricio Gaborit, de la Universidad Centroamericana, en San Salvador, quien estudia la violencia en el país.

"Llega un momento para los jóvenes, en el que la situación es insostenible".

Separar los lazos familiares y comunitarios es una experiencia desgarradora y arriesgada para los niños. Pero los jóvenes como David dicen que sienten que no tienen otra opción.

"No quería dejar a mi madre y a mi hermano menor cuando tenía sólo 14 años, pero ¿qué más podía hacer?", Dice. "Llegas a un punto en el que tienes que pensar en sobrevivir."

* Todos los nombres de los niños han sido cambiados por razones de protección.

Por Ioan Grillo en Santa Ana, El Salvador.