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Las niñas y los niños centroamericanos enfrentan un duro camino hacia el norte

Historias

Las niñas y los niños centroamericanos enfrentan un duro camino hacia el norte

Huyendo de la violencia en El Salvador y Honduras, las niñas y niños corren el riesgo del ser víctimas de abuso por contrabandistas y cárteles de la droga en un trayecto desesperado por encontrar seguridad.
9 Diciembre 2016 Disponible también en:
Un grupo de jóvenes hondureños aborda un barco a orillas del río Usumacinta en el pueblo de La Técnica, Guatemala, para cruzar a México.

Carlos de nueve años de edad y Susana de cuatro años de edad, permanecen sentados en las bancas del Río Usumacinta en Guatemala con su padre, Gerónimo Vázquez*, mirando sobre el agua hacia México, a donde planean viajar por la tarde sin documentos.


Trabajando en El Salvador, su país nativo, como oficial de policía, Vásquez estuvo involucrado en un tiroteo en el que murió un miembro de una pandilla callejera. Como venganza, los miembros de la pandilla rociaron su casa con disparos mientras que su familia permanecía dentro.

Al día siguiente partió hacia Estados Unidos con su esposa y sus hijos en un desesperado viaje terrestre en busca de seguridad, lo que según él, está resultando especialmente difícil para su joven familia.

"Es difícil para los niños. Ellos no entienden lo que está pasando pero no podíamos dejarlos en casa con toda esa violencia", dice Vázquez, levantando a su hija. "Es mejor que ellos vengan con nosotros, incluso si este es un camino duro".

"No podíamos dejarlos en casa con toda esa violencia"

El año pasado, alrededor de 110.000 personas huyeron de las pandillas y otros tipos de violencia en los países del Triángulo Norte de Centroamérica, región comprendida por Guatemala, El Salvador y Honduras, buscaron asilo en el extranjero, cinco veces más desde 2011, según cifras del ACNUR.

La mayoría busca protección en Estados Unidos y México, aunque la cifra real de aquellos que corren por sus vidas es mucho mayor, pues algunos huyen sin documentos y no presentan solicitudes formales de asilo por falta de información o miedo a ser detenidos y deportados.

Entre los que corren una serie de peligros en el camino hacia el norte, hay un número creciente de niños. Además de los peligros físicos de cruzar los ríos fronterizos, las selvas y los desiertos, corren el riesgo de ser secuestrados por delincuentes vinculados a cárteles de la droga, y son vulnerables a los abusos sexuales. Otros quedan a merced de los traficantes de personas, cuya única preocupación es ganar dinero.

En este desordenado asentamiento fronterizo, sólo en el norte de Guatemala, alrededor de 300-400 personas emprenden el viaje hacia México a través del río cada día, según un funcionario de la Cruz Roja Guatemalteca, muchos pagan 150 quetzales, alrededor de $20 dólares, para cruzar en bote de remos, evitando los puestos fronterizos.

Aproximadamente 1 de cada 4 personas en dirección al norte son menores, algunos acompañados por sus padres, como Carlos y Susana, mientras que otros realizan el viaje solos.

"Es algo que asusta . . . Cuando sigues este camino sabes que estás poniendo tu vida en gran peligro", dice Rodrigo Barrera*, de diecisiete años de edad, quien huyó de Honduras debido a la violencia generada por las pandillas, llegando a La Técnica sin un centavo en sus bolsillos.

"Sabes que estás poniendo tu vida en gran peligro"

Como muchos menores no acompañados, no tiene idea del camino que tomará, dónde se quedará o cómo reaccionará si la policía lo detiene.

Los niveles de violencia en el Triángulo Norte han alcanzado niveles nunca vistos. Aquellos que corren por sus vidas a menudo llevan a sus pequeños hijos con ellos. Los niños lidian con raciones esporádicas de comida y con la falta de sueño durante el camino, descansando en autobuses, trenes, moteles, albergues o en el monte, afirman los trabajadores humanitarios.

En el módulo de la Cruz Roja Guatemalteca ubicado en la zona, la paramédica Miriam Castañeda describe cómo ella atiende a niños con diarrea, fiebre, tos y malnutrición. Castañeda afirma que frecuentemente las familias se ven obligadas a caer en manos de los llamados coyotes, o traficantes, que cobran alrededor de $6.500 dólares para llevar a las personas centroamericanas a Estados Unidos sin documentos. Estos coyotes hacen que los grupos sigan adelante, incluso si un niño está enfermo.

Abraham Suyen, quien trabaja para la Iglesia Católica a favor de los migrantes y refugiados en la zona, dice que las complicaciones psicológicas resultan ser más severas entre los niños en movimiento.

"Tenemos a niños que son forzados a huir de sus hogares, se van llorando, desesperados, estresados y tienen miedo de ser secuestrados", dice Suyen. "Es un trauma muy fuerte que los marca para toda la vida".

Suyen también señala los riesgos de explotación sexual para los menores.

"Existe el temor de ser víctimas de trata con fines de explotación sexual. Esta es probablemente su mayor preocupación", dice. "Podrían decir que tienen 22 años, cuando se ven de 15. Quieren ocultar su edad porque saben que son un blanco fácil".

Las autoridades guatemaltecas han reportado más de 5.000 víctimas de trata o de explotación sexual en un período de cinco años, de acuerdo con un informe de UNICEF de 2016. Según el reporte, más de la mitad de las víctimas son menores, siendo el grupo más vulnerables las niñas de 12 a 17 años, muchas son de Honduras y El Salvador.

A lo largo de la frontera mexicana, los cárteles de la droga como los Zetas, llevan a cabo secuestros masivos de migrantes y refugiados a cambio del rescate, frecuentemente asesinando a aquellos que no pagan.

ACNUR aboga enérgicamente por la protección de las personas desplazadas por la fuerza. Salvaguardar los derechos de las niñas y los niños que huyen en busca de seguridad presentando su propio conjunto de desafíos.

"Ellos son vulnerables, por ser menores y estar en desplazamiento", dice Paula Worby, jefa interina de la oficina del ACNUR en la región de Petén, Guatemala.

Gran parte del apoyo actual a los que están huyendo proviene de una combinación de albergues administrados por iglesias, módulos de la Cruz Roja y voluntarios. A veces, los residentes ayudan espontáneamente a los menores no acompañados.

A pesar de los peligros y las dificultades del camino muchos, como José Barrera, no ven alternativas. Regresar a casa no es una opción, pues teme por su vida, y las vías migratorias regulares para buscar protección internacional a través de rutas más seguras son extremadamente limitadas. Él dice que está decidido a seguir adelante, con la esperanza de llegar a Houston, Texas.

"Quiero seguir adelante, porque detrás hay sólo maldad", dice Barrera. "Tengo miedo pero también tengo la esperanza de tener una mejor vida".

*Todos los nombres de los refugiados han sido modificados por cuestiones de protección.

Por Ioan Grillo en La Técnica, Guatemala.