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La fiesta multicultural de Timisoara tiene un serio propósito

Historias

La fiesta multicultural de Timisoara tiene un serio propósito

Los residentes de la ciudad organizan reuniones con los refugiados para que tengan éxito en sus nuevas vidas en Rumania.
3 Febrero 2017 Disponible también en:
Refugiados socializan en una reunión en Timisoara.

Se reúnen en una pequeña casa en el barrio histórico de Iosefin. Refugiados y residentes se mezclan con el sonido de la música rock en vivo. "¿De dónde son?", pregunta el anfitrión. Las manos se alzan. "Afganistán, Rumania, Irak, Rusia, Nigeria, Siria, Marruecos".


Bienvenidos a la fiesta multicultural más genial de Timisoara.

"Prueba este arroz con pasas", dice Fareshta, de Afganistán. "Lo hizo mi madre". Charlamos. Quiero tomar un café con ella al día siguiente, pero está liada: tiene un importante examen de informática en la universidad.

La habitación está llena de refugiados que intentan tener éxito en su nueva vida en Rumania, y residentes como el anfitrión de la fiesta, Flavius IIioni-Loga, de la organización ecuménica AIDRom, que los apoya con asesoramiento, clases, alojamiento y eventos multiculturales.

De vuelta en la casa de AIDRom, los refugiados con niños pequeños se divierten con una tarde creativa con Simona IIioni-Loga, psicóloga y terapeuta de arteterapia. Con rollos de papel higiénico y papeles de colores hacen animales como conejos, pingüinos y erizos.

La madre de Fareshta, Fahima, que hizo el arroz con pasas para la fiesta, está con su hija más pequeña, Farnat, de nueve años, que está pegando una cola de algodón en un conejo rosa.

"Nos gusta venir, te relaja", comenta Fahima. "Nuestra familia ha pasado mucho estrés".

Fahima, que era bioquímica, y su marido Abdul, ingeniero y periodista, decidieron irse de Afganistán hace dos años cuando su ciudad natal, Herat, se volvió demasiado violenta, y se reunieron con unos familiares que ya estaban en Rumania. "Una bomba mató a mi hermano y a mi hermana", comenta.

"Queremos tener una nueva vida, una vida en paz, una vida normal, reír y sonreír".

La vida en Rumania no ha sido fácil. Abdul ha tenido que recurrir a lavar coches. Su hijo mayor trabaja en un restaurante de comida rápida. Sus dos hijos más pequeños van al colegio. Fareshta, de 19, trabaja a tiempo parcial en una zapatería mientras estudia en la Universitatea de Vest de Timisoara (Universidad del Oeste).

Ya ha hecho el examen final del primer curso y lo ha aprobado. Sale sonriendo de la biblioteca con su amiga Laila, de 25, también de Afganistán. Las dos jóvenes están en la misma clase, estudian informática e ingeniería de software. Laila, que está casada y tiene un hijo de seis años, también ha aprobado.

"Elegimos IT porque tiene buenas perspectivas laborales", comenta Laila. "Pero ante todo queríamos hacer algo nuevo y moderno, que no estuviera relacionado con el pasado".

El pasado está lejos de ser inspirador. Fareshta recuerda a "los hombres con barba" (los talibanes) zarandeando a su madre. Laila, que pertenece a la minoría hazara, ha visto cosas peores. "Los talibanes solían detener el autobús del colegio, sacar a los hazaras y dispararles", afirma.

En Afganistán es prácticamente imposible que las mujeres se planteen hacer carrera. "Allí es difícil conseguir trabajos porque los hombres tienen que acompañar a las mujeres al trabajo", comenta Fareshta. "Y hay nepotismo y corrupción en el mercado laboral".

"Estábamos cansados de todo eso", dice Laila. "Queremos una nueva vida, una vida en paz, una vida normal, reír y sonreír". Los hombres en sus familias apoyan sus aspiraciones.

"Mi marido está feliz por mí", comenta Laila. "Él también quería estudiar, pero dice "no, si yo no puedo, inténtalo tú, quizás yo pueda en el futuro". Es un buen hombre".

A Fareshta y a Laila les queda un largo camino hasta terminar sus carreras. Aspiran a trabajos en grandes empresas, o a la posibilidad de empezar su propio negocio.

Para los refugiados no se trata solo de una fiesta, sino una oportunidad de socializar y hacer contactos para tener un futuro de éxito en Rumania.

Por Helen Womack

Gracias a la Voluntaria en Línea Milvia Marrero por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.