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El uso imaginativo de una antigua prisión abre nuevas puertas a refugiados

Historias

El uso imaginativo de una antigua prisión abre nuevas puertas a refugiados

Un hotel pop-up y un restaurante administrados por refugiados ha dado una nueva vida a un imponente edificio de Ámsterdam que alojó en el pasado a curtidos delincuentes.
12 Octubre 2018 Disponible también en:
Hayder Al Saadi, de Bagdad, es el administrador del restaurante A Beautiful Mess, situado en lo que fue la lavandería de la antigua prisión de Ámsterdam.

El recepcionista Wassim Al Wattar agita las llaves mientras camina por el pasillo del hotel. Se detiene ante una pesada puerta, gira la llave y la abre con un sonido metálico. La luz del día entra a través de las ventanas con rejas y cae sobre dos austeras camas, que son lo único que hay en la habitación. Afuera, se oye el ruido de un tren que pasa.


Si parece la celda de una prisión, es porque en el pasado lo fue, parte de una famosa cárcel al sur de Ámsterdam. Tras el cierre de la prisión en 2016, esta se transformó en un hotel administrado por refugiados, hasta que cerró sus puertas hace unas semanas.

“A los huéspedes les encantaba porque es diferente”, dice Wassim, refugiado sirio que una vez a la semana atendía la recepción del Movement Hotel en Bjilmerbajes, una famosa antigua prisión en el sur de Ámsterdam, hasta que las puertas del efímero proyecto cerraron recientemente. “Cada día trae experiencias nuevas, personas nuevas, historias nuevas”.

Fue toda una experiencia. La recepción, dos plantas más abajo, fue en el pasado la sala de ocio de los guardias de la prisión. Las paredes, de un rosa luminoso, no pudieron disipar totalmente la sensación de desasosiego de ingresar en un edificio que durante décadas albergó a algunos de los delincuentes más curtidos de los Países Bajos.

Tras la clausura de la cárcel en 2016, cinco de sus seis torres se utilizaron como alojamiento temporal para solicitantes de asilo. Decepcionada por esta solución, nada ideal, la organización no gubernamental holandesa Movement on the Ground empezó a buscar una manera de dar una nueva vida a los desolados edificios. Y decidieron que se conseguiría con un hotel pop-up gestionado por personal formado por personas refugiadas. Incluso mejor, también podía ayudar a generar nuevos puestos de trabajo para los recién llegados.

“Queríamos atraer a la gente en vez de alejarlos”, dice Nina Schmitz, directora gerente de Movement on the Ground. “Nos dijimos: veamos si podemos transformar este sitio de un lugar oscuro a uno brillante”.

Más de 50 refugiados trabajaron en el hotel, tras su apertura en septiembre de 2017. El personal recibió formación en hotelería y la experiencia local que necesitaban para encontrar un trabajo en la floreciente industria turística de Ámsterdam. Wassim, por ejemplo, espera que la experiencia aumente sus perspectivas laborales.

“Todo el mundo quiere pasar la noche en la cárcel, por diversión”.

“He refrescado mis conocimientos, he aprendido mucho”, dice Wassim, de 28 años, que hasta hace poco dividía su tiempo entre el hotel, turnos en un restaurante de comida rápida y la fotografía freelance. Lo mejor del hotel era que los huéspedes a menudo aprendían tanto como los trabajadores.

“Era un lugar de encuentro multicultural”, dice Wassim. “Algunos huéspedes venían en busca de una experiencia. Otros, porque querían sentirse cómodos con la gente que trabajaba aquí”.

“Todo el mundo quiere pasar la noche en la cárcel, por diversión”, coincide Nina. “Pero una vez los huéspedes llegaban y lo veían todo, empezaban a hacer preguntas a los trabajadores sobre sus historias. Aquí es donde se dio la verdadera integración, aquí mismo, en el lobby de este hotel”.

Encuentros similares aún se celebran al otro lado del patio de la cárcel, en un restaurante gestionado por refugiados. El restaurante, A Beautiful Mess, permanece abierto.

Ocupa la antigua lavandería de la prisión y junto a la pared hay una fila de lavadoras y secadoras industriales.

Hayder Al Saadi, el gerente, espumea la leche para un cappuccino tras la barra. “La gente es curiosa”, dice. “Vienen a dar una vuelta y a hacer fotos. Otros se enteran que somos refugiados y quieren conocernos y probar nuestra comida. Entonces ven que sí, que soy un refugiado, pero también soy una persona normal”.

“Tenía mucho interés en encontrar un trabajo lo antes posible para mantenerme a mí mismo”.

 Como el hotel, el restaurante se diseñó para atraer a gente al lugar y ofrecer un punto de apoyo en la restauración a los recién llegados. Para Hayder, de 30 años, el proyecto de la organización no gubernamental holandesa Refugee Company ha hecho mucho más que eso. Originario de Bagdad, al llegar a los Países Bajos en 2015, tuvo que luchar mucho para recobrar su confianza.

“A través de este proyecto, mi vida ha cambiado mucho”, dice Hayder, que entró a trabajar en lo que entonces era una pequeña cafetería pop-up como aprendiz de barista la primavera pasada. “Estoy creciendo desde el día que empecé a trabajar aquí. Pero no ha sido mérito mío. Es la confianza que recibo de la gente aquí, la atención, el espacio que me han dado. Eso es lo que marca la diferencia”.

Hayder había gestionado su propia cafetería en Irak, pero pronto se dio cuenta de que tenía mucho que aprender sobre el negocio de la hostelería en los Países Bajos. Todo era diferente, desde el trato con los proveedores, a la manera en que la gente se toma el café. Tras unos meses, su duro trabajo dio sus frutos. Cuando la cafetería evolucionó hasta convertirse en un restaurante el verano pasado, el equipo le ofreció un trabajo a jornada completa.

“Era uno de mis grandes deseos”, dice Hayder, que se sintió aliviado al ser autosuficiente en vez de depender de las ayudas de las autoridades holandesas. “Tenía mucho interés en encontrar un trabajo lo antes posible para mantenerme a mí mismo”.

Un año después, Hayder está tan consolidado en la gestión del restaurante, que puede formar a otras personas. Cada pocas semanas, él y el resto del equipo forman un nuevo grupo de camareros que tienen diferentes niveles de experiencia. Otras 20 personas se forman en puestos de cocina, para servir una selección de platos de Oriente Medio y África.

Como pasó con el hotel, el restaurante tiene mucho éxito, tanto entre los residentes en la ciudad como entre los turistas, y llena todas sus mesas cuatro noches por semana. Pero ambos proyectos son solo temporales. Con los últimos solicitantes de asilo ya realojados, las torres de la antigua prisión se derribarán para dejar paso a nuevas viviendas. Una cosa está clara: con su innovador uso de un espacio vacío, ambos proyectos han ayudado a muchos recién llegados como Wassim y Hayder en su camino.

“Es un sentimiento maravilloso recibir esta ayuda de la gente en Ámsterdam”, dice Hayder, que espera continuar trabajando en el restaurante si se traslada a una nueva ubicación el verano que viene. “Te hace sentir que te abren las puertas”.

 

Gracias a la Voluntaria en Línea Esperanza Escalona Reyes por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.