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Viviendo el frío del invierno en una zona de guerra

Historias

Viviendo el frío del invierno en una zona de guerra

En Ucrania, las temperaturas invernales dificultan la vida de miles de personas que ya habían visto sus vidas destrozadas por el conflicto.
17 Enero 2019
Una mujer espera en el calor de un autobús en un punto de control en Mariinka, Ucrania.

Desde 2014, el conflicto en Ucrania ha obligado a 1,5 millones de personas a huir de sus hogares. Para quienes se han visto afectados por la violencia, el invierno puede ser especialmente difícil, con las temperaturas cayendo hasta los -20 °C. Después de cinco años, muchas personas desplazadas han agotado sus recursos y a menudo tienen que elegir entre comprar comida y medicinas o pagar por calefacción.

En 2018, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, aumentó la distribución de ayuda, incluyendo ropa, dinero y combustible, a miles de familias desplazadas en el este de Ucrania. Junto con socios, también ha reforzado los albergues existentes y ha colocado calefacción a las tiendas en los puntos de control a lo largo de la línea de contacto que divide las zonas controladas por el Gobierno y las no controladas.

Conoce a cuatro ucranianos desplazados que no quedarán si atención este frío invierno, gracias al apoyo de ACNUR y las ONG socias.

Stefania y su perro afuera de la casa del vecino donde vive en Mykolayivka, Donetsk.

Stefania, 71 años

He vivido en Mykolayivka, Donetsk por muchos años. Los inviernos aquí son fríos y ventosos. Las temperaturas pueden bajar incluso a los -10 °C.

El bombardeo dificulta las cosas en esta época del año. Cuando comienza, lo primero que haces es correr al sótano, pero hace mucho frío allí. Cuando mi casa fue bombardeada en 2015, traje toda la ropa y las mantas que tenía. Incluso entonces, hacía frío.

Después, fui a revisar mi casa. Curiosamente, muchas cosas permanecieron intactas, incluyendo la nevera y la televisión. Pero faltaba el techo. El olor era terrible. Muchas cosas se estaban quemando y tuve que mudarme con un vecino.

Después de ese invierno, desarrollé problemas con mis riñones y mi corazón.

Este año recibí materiales de albergue de emergencia del ACNUR. También me dieron cuatro toneladas de carbón.

Sueño con estar de vuelta en mi propia casa. Y con dormir en mi cama en un camisón. Hemos estado durmiendo en nuestra ropa durante tantos años. Cuando empiezan a bombardear, corres de inmediato a la bodega, no hay tiempo para vestirte.

Espero que la lucha se detenga y que mis hijos vuelvan a casa. El hijo de mi hija solo tiene dos años, pero ya tiene muchos problemas de salud causados por el estrés y el miedo. No puede mirar los fuegos artificiales porque teme que estén bombardeando.

Espero mucho que algún día vuelvan.

Vladyslav fotografiado en su casa dañada en Avdiivka, Donetsk.

Vladyslav, 64 años

Soy de Avdiivka en Donetsk. Mi esposa murió hace años y mis dos hijas viven en Crimea con sus hijos. Mucha gente ha huido de nuestro pueblo.

Después de que mi casa fuera bombardeada en 2015, me mudé al sótano porque se destruyó el techo y gran parte del interior. Los vecinos se quedaron conmigo. Por la noche, se oían los bombardeos y las tuberías de gas explotando. Recuerdo cortar árboles en el jardín para mantener el calor.

No había pan, ni luz, ni gas. Comíamos papas que habíamos cultivado en el verano y si alguien salía a la calle preguntábamos a dónde iban, para saber dónde encontrarlas si las mataban.

Ahora no puedo estar solo. Tengo miedo. Les agradezco a mis vecinos, por las tardes voy a su casa y me caliento. Los precios del carbón son altos y casi no como en verano, así que puedo comprar carbón para el invierno. Una subvención en efectivo del ACNUR ayudará a pagar la electricidad. No puedo pagarlo con mi pensión, que es de solo 1.900 UAH (alrededor de 67 dólares) por mes.

Extraño mucho a mis hijas. Desafortunadamente, hay problemas con las líneas telefónicas en mi calle, por lo que no he podido llamarlas durante aproximadamente un mes.

Quiero paz. No quiero que la gente se muera de hambre y se congele. No quiero que los niños escuchen explosiones. Espero que la paz finalmente llegue.

Olena en su apartamento, cerca de la línea de contacto, con su hija Yelyzaveta, de siete meses de edad.

Olena, 23 años

Vivo en el pueblo de Majorsk en Donetsk con mi hija Yelyzaveta, que tiene siete meses.

Me mudé aquí después de que mi madre muriera en 2017. Estaba muy deprimida. No quería vivir, así que cuando una amiga me invitó a unirme a ella, me alegró aceptar su invitación.

Pero este ha sido un invierno duro. Al haberme mudado cerca de la línea de contacto con un niño pequeño en mis brazos, siento la peor parte de lo que está sucediendo.

No hay calefacción central en mi edificio debido al conflicto, así que me sentí muy feliz cuando ACNUR y Proliska (ONG socia de ACNUR) me trajeron una estufa. Lo más importante es la calefacción. Otras organizaciones también ayudan. Es difícil cuando tienes un hijo.

Espero que podamos mudarnos a otro lugar, más seguro que el lugar que tenemos ahora. No hay un hospital o una farmacia cerca, y siempre me preocupa la rapidez con la que llegaría la ambulancia si algo sucediera.

Nadiya, fotografiada aquí en su casa en Donetsk, ha criado a 15 niños adoptados.

Nadiya, 59 años

No puedes imaginar lo que hemos vivido desde el comienzo del conflicto.

Durante los dos primeros años vivimos en el pueblo de Zhovanka, muy cerca de la línea de contacto, y nos bombardearon casi todos los días. La casa quedó dañada y nuestros perros fueron asesinados. Ni siquiera podíamos caminar a ninguna parte debido a las minas terrestres.

Fue especialmente duro en invierno. Las ventanas estaban rotas y luchamos para mantener nuestra casa caliente. Cuando llovía, nuestro techo goteaba y no había electricidad la mayor parte del tiempo. Todos estábamos asustados, pero no teníamos a dónde ir.

En 2016, gracias a Proliska, pudimos mudarnos a un lugar más seguro en Chasiv Yar. Fueron la primera organización en apoyarnos y nos sentimos muy agradecidos. Traían comida y ropa de abrigo, carbón y medicinas.

Juntos, mi esposo y yo hemos criado 15 hijos adoptados y nuestra propia hija. La mayoría de nuestros hijos tienen necesidades especiales. Algunos de ellos han crecido y han comenzado sus propias familias.

El año pasado, ACNUR nos dio chaquetas de invierno para todos, así como mantas, ropa de cama, toallas y un juego de utensilios de cocina.

Recientemente, fui a un concierto. Mientras la audiencia lo disfrutaba, comencé a llorar. ¡La vida es tan injusta! Algunas personas tienen la oportunidad de vivir felices, mientras que otras se ven privadas incluso de servicios básicos en sus pueblos a lo largo de la línea de contacto.

Espero que el conflicto termine pronto. Los soldados irán a sus casas y se reunirán con sus familias, y la gente aquí en el este volverá a la vida normal y pacífica.