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Decir la verdad trae alivio y unos documentos esenciales a refugiados congoleños en Burundi

Historias

Decir la verdad trae alivio y unos documentos esenciales a refugiados congoleños en Burundi

Cerca de 40.000 refugiados en todo Burundi se presentan para un ejercicio de verificación de documentos de seis meses que vale la pena para una mejor protección y una mejor asistencia.
24 April 2013
Una gran familia congoleña acude al ACNUR y a los oficiales del gobierno burundés para presentar sus documentos en un ejercicio de verificación que les conseguirá nuevos documentos de identificación con los que lograr una mejor protección.

CAMPO DE REFUGIADOS DE BWAGIRIZA, Burundi, 24 de abril de 2013 (ACNUR) – Al principio, la refugiada congoleña Wivine Batí Mulemaz estaba nerviosa ante el amplio control de documentos que estaban llevando a cabo la Agencia de la ONU para los Refugiados y el gobierno de Burundi en este campo al este del país.

"No lo entendía porque había refugiados que decían que queríais destruirlo todo", decía la pequeña mujer con una amplia sonrisa. "La gente hablaba sobre los makanaki [gente añadida a las cartillas de racionamiento para aumentar el tamañazo de la familia]. Decían que el único motivo de la verificación de documentos era reducir el tamaño de la familia".

En un campo de refugiados donde las cartillas de racionamiento son, literalmente, un vale de comida, Wivine confiesa, "pensé que habría un desastre con las cartillas de racionamiento. Pensé que ellos querían reducirlas"

Mostrando otra sonrisa, dice que finalmente entendió que "el propósito de la verificación es corregir los errores y las mentiras. Eso me parecía bien. Uno se siente aliviado cuando puede decir la verdad. La verdad nos permite una vida mejor".

Una vida mejor y una documentación preciada. Durante la campaña de verificación, se está pidiendo a los 43.189 refugiados en Burundi que muestren sus documentos y expliquen quiénes son y su relación con cada miembro de su familia. Al final obtendrán documentos de identificación oficiales de gran valor, con hologramas difíciles de falsificar y con cartillas de racionamiento actualizadas que les permitirán acceder a la comida en los campos, así como un nuevo documento familiar con fotos de todos los miembros.

Todo esto supone una mayor protección. Los refugiados no sólo pueden demostrar quiénes son y evitar ser deportados si salen de los campos, sino que también les garantiza a aquellos que tienen necesidades especiales, como menores no acompañados o personas con discapacidad, conseguir los servicios que deberían tener.

La campaña se lanzó en Bwagiriza en marzo y terminará en la capital, Bujumbura, en septiembre.

Wivine estaba especialmente agradecida al ACNUR por haber organizado la campaña de información previa a la revisión de documentos. Admite que estaba tan confusa que asistió a tres sesiones de información en diferentes puntos dentro del campo para hacerse a la idea de qué esperar y qué hacer.

Parte de la campaña consistió en una comedia teatral compuesta y representada por refugiados congoleños en la cual un chico joven confesaba haber registrado ilegalmente a un niño burundés en su cartilla de racionamiento. Se arrodillaba contando cómo Dios le había dicho que confesara, pues reconocía que recibir comida extra era un robo. Un segundo actor, que representaba a un pastor, le ofrecía la absolución, siempre que dijera la verdad durante el acto de verificación.

Esta campaña pareció tener efecto en Isaac Semuhanuka, un profesor y refugiado congoleño de 49 años. Acudió a eliminar de su cartilla de racionamiento al hijo de su hermana, que no vivía en el campo. "Fui yo quien quiso decir que el niño no estaba allí y que tenía que ser borrado", dice, añadiendo que no quería volver a aceptar comida de alguien que no estaba en el campo.

La campaña de verificación, añade, "nos permite decir la verdad y ser abiertos". Recordando que durante la campaña de información los miembros de ACNUR resaltaban la importancia de decir la verdad, Isaac dice: "El hecho de poder decir la verdad también nos alivia".

Tras hacer la cola y tener que volver varias veces, Wivine ha obtenido una tangible recompensa por su tiempo y su honestidad. Se marchó con la tarjeta de refugiada, una cartilla de racionamiento y un certificado de registro, éste último nuevo para ella.

Wivine está casada y tiene cuatro hijos, además también cuida de tres niños parientes suyos. Ella siente que los nuevos documentos producen en todos ellos un sentimiento mayor de seguridad. "Si alguien me molesta, puedo enseñarles esto", dice moviendo su tarjeta de refugiada.

Así lo siente porque tras el trauma que sufrió cuando abandonó en 1996 Kivu Sur, al este de la República Democrática del Congo, a causa de la violencia. Wivine explica "no tengo un hogar allí. Creo que seré refugiada hasta que muera".

Por Hannah Simon y Tony Tumagu en el Campo de Refugiados de Bwagiriza, Burundi