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Las familias ucranianas desplazadas confían en la amabilidad de los extraños

Historias

Las familias ucranianas desplazadas confían en la amabilidad de los extraños

Los ucranianos se reúnen para proporcionar todo, desde platos hasta camas para los ciudadanos desplazados por la guerra.
6 enero 2015
Vladimir, un carpintero de 41 años procedente de Donetsk, en el este de Ucrania, abraza a su hijo Ilya, de 6 años, en el centro colectivo que ahora es su hogar. En él viven 151 personas desplazadas por los combates en el este de Ucrania. Por ahora, la familia está viviendo en una habitación de este centro colectivo que antes eran las oficinas de un astillero.

MARIUPOL, Ucrania, 5 de enero de 2015 (ACNUR/UNHCR) – Vladimir, de 41 años, echa un vistazo a la pequeña habitación que ahora es el hogar de su familia. Todo lo que ve –ropa, tres camas, platos, cuencos y sartenes y la televisión que entretiene a su hijo pequeño- son donaciones de otros ucranianos.

Desplazados tras 10 meses de guerra en Ucrania, su familia de cuatro miembros ahora vive en las estrechas salas de lo que fueron las oficinas de un astillero en el sureste de la ciudad de Mariupol, junto a otras 147 personas. "Es mejor que ser bombardeado" dice alegremente.

Mariupol tiene aproximadamente el doble de personas viviendo en centros colectivos que otras ciudades de Ucrania, el 12% comparado con la media nacional, del 6%. Pero ninguna de estas dos cifras es baja para una emergencia, asegura Oldrich Andrysek, Representante Regional de ACNUR.

"Es un logro asombroso" dice. "Muchos desplazados se están alojando con familias. Es un resultado increíble en un país donde el número de desplazados se duplica cada dos meses y ha alcanzado las 610.000 personas en poco tiempo, es impresionante que no haya toda una serie de centros colectivos".

Muchos de los que se están alojando en centros colectivos en Ucrania son personas mayores, discapacitados, niños evacuados de orfanatos y personas que no tienen familiares con los que quedarse o dinero para pagar un alquiler.

"Esto supone una carga para la comunidad internacional y el gobierno para ayudar con la calefacción y las malas condiciones sanitarias en los centros colectivos" añade Andrysek. Muchos de estos centros eran campamentos de verano que no estaba previsto que fueran ocupados en invierno.

Este centro en particular puede ser una mejora para los que escapan del conflicto, pero las condiciones están lejos de ser las ideales. Las habitaciones para los 151 residentes son estrechas y están intercomunicadas –muchos tienen que pasar por la habitación de otras personas para ir al pasillo donde están los baños comunitarios, las duchas y las cocinas-.

Cuando la artillería empezó a golpear su casa en el este de la ciudad de Donetsk el pasado mes de agosto, la mujer de Vladimir, Olga, de 29 años, recuerda que "huimos con la ropa de verano y las alpargatas". Mientras las fuerzas antigubernamentales combatían contra el ejército, recuerda los tanques en la calle y las bombas cayendo por todos lados. "Era imposible vivir ahí. Teníamos mucho miedo".

Vladimir hace una pausa mientras come pelmeni (albóndigas) para explicar lo agradecida que está su familia por la generosidad de los habitantes locales que les han dado ropa, tres camas y unas coloridas alfombras que tienen colocadas en las paredes.

Sin embargo, lo que le aflige es un sistema de clasificación de asistencia social del gobierno que establece que sólo ciertos grupos de personas desplazadas pueden recibir ayudas económicas. Tal y como reconoce Andrysek, de ACNUR, según este criterio se asume que Vladimir puede mantener a su familia cuando de hecho no es así.

Los beneficiarios de las ayudas económicas son, entre otros, los inválidos, las familias numerosas, los pensionistas y las madres solteras. Miles de personas han regresado a sus hogares en el este porque no pueden pagar alquileres altos.

Olya no tiene ese perfil, aunque ella y Vladimir dicen que su familia necesita ayuda claramente. "¿Debería divorciarme de ella para conseguir ayudas?" se pregunta Vladimir irritado.

Poco después, más calmado, habla de forma más optimista sobre regresar a su hogar y comprar un cristal para reparar las ventanas dañadas de la casa, probablemente para primavera. Él tiene habilidades para eso, puesto que es carpintero, pero no puede encontrar trabajo en Mariupol y ése es otro asunto delicado: dice que los empleadores locales no quieren contratar a gente de Donetsk.

Muchos desplazados huyeron de Crimea en febrero o del este de Ucrania el pasado verano pensando que sólo estarían fuera unos días. "Es una situación muy extraña, quizá la mitad de la población del este de Ucrania, incluso aunque tengan un piso donde ir, se han dado cuenta de que no serán aceptados en el este de Ucrania" dijo Andrysek. Su desplazamiento amenaza con convertirse en una situación prolongada, por lo que ACNUR está calcula que necesitará 40 millones de dólares para asistirles durante este año.

En el centro colectivo Olya está feliz de que al menos su hija de ocho años, Nastya, pueda ir a la escuela. Mientras tanto, Ilya, de seis años, juega con unos bloques de plástico de construcción en una pequeña mesa cerca de la televisión. ¿Qué esperan estos padres para sus hijos en el futuro? "Paz", dice Vladimir sin dudar. "No quiero nada material", añade Olya, "sólo paz".

Por Kitty McKinsey en Mariupol, Ucrania