Cerrar sites icon close
Search form

Search for the country site.

Country profile

Country website

Primos centroafricanos separados por el conflicto, deseosos de volver a estudiar juntos

Historias

Primos centroafricanos separados por el conflicto, deseosos de volver a estudiar juntos

Gothier y Prince-Bonheur crecieron juntos pero el conflicto los separó. Gothier pudo retomar sus estudios, pero Prince sigue en el exilio.
11 September 2019
Gothier, de 23 años, y su primo Prince-Bonheur, de 22, pescan en el río que separa la República Centroafricana de la República Democrática del Congo.

Prince-Bonheur Ngongou tenía 17 años y estaba en plena clase de francés cuando escuchó tiros por primera vez. El profesor dejó de hablar y el caos se adueñó del aula.


“Tardamos unos segundos en comprender por qué gritaba la gente”, recuerda.

Prince salió corriendo hasta su casa en Mongoumba, una ciudad en la prefectura meridional de Lobaye, en la República Centroafricana. Tomó a su madre y a sus hermanos pequeños y corrieron para salvar sus vidas hacia el río Ubangi, el mayor afluente del río Congo, que constituye la frontera entre la República Centroafricana, la República del Congo y la República Democrática del Congo (RDC).

Más o menos al mismo tiempo, Gothier Semi, primo y mejor amigo de Prince y que ahora tiene 23 años, se encontraba en casa preparando la bolsa para ir a la escuela cuando escuchó los gritos. “No sabía dónde estaba mi familia, pero podía ver el miedo en los ojos de la gente que corría hacia el agua. Supe que yo también debía echar a correr”, nos cuenta.

El destino los dividió.

Gothier saltó a la primera barca que encontró. Solo y asustado, flotó a la deriva en el río durante horas. Cuando por fin se detuvo, se encontró en Bétou, en la República del Congo.

Mientras tanto, Prince y su familia inmediata habían cruzado las agitadas aguas del río en una pequeña canoa hasta llegar directamente a la orilla opuesta. Pronto alcanzaron la RDC y se dirigieron al campamento de refugiados de Boyabu, donde ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, les proporcionó comida y cobijo.

Por primera vez en sus vidas, Gothier y Prince se encontraban separados, en distintos campamentos de refugiados y en países diferentes.

Ambos se enfrentaban a una nueva realidad. Como la mayoría de menores de su edad que huyen de un conflicto, la ausencia de escuelas secundarias, profesores y materiales educativos en el campamento supuso que ninguno de los dos pudiera continuar con sus estudios y hacer realidad sus ambiciones.

El destino intervino de nuevo. En 2016 una frágil paz comenzó a fraguarse en algunas zonas de la República Centroafricana después de que el sectario conflicto hiciera huir a 600.000 personas a países vecinos, además de otras 600.000 que permanecen desplazadas dentro del país.

Gothier estaba desesperado por volver a casa y retomar la escuela, y el año pasado sus esperanzas se hicieron realidad. Hasta la fecha, ACNUR ha asistido al Gobierno en las tareas de retorno voluntario desde el Congo hasta la prefectura de Lobaye de casi 4.500 personas originarias de la República Centroafricana; Gothier es uno de ellos. Volvió a Mongoumba, se matriculó en el instituto y ahora se esfuerza por recuperar el tiempo perdido.

Bonheur (a la izquierda), de 22 años, y su primo Gothier, de 23, posan para un retrato delante de la escuela de Mongoumba (República Centroafricana).

“Perder cinco años de clases me ha hecho retroceder mucho”, nos explica. “Pero este es el único modo de reiniciar mi vida. La educación es la clave”.

Sin embargo, a Prince las cosas no le han salido tan bien. “Desde que me fui [de casa] hace cinco años, no he podido asistir a la escuela. Sin estudiar, estoy ocioso”, cuenta.

Prince sigue siendo refugiado. En ocasiones se atreve a cruzar el peligroso cauce del río para volver a Mongoumba, donde a veces vende crédito para celulares para ganar algo de dinero o trabaja en la farmacia mal abastecida de su tío. Pero, en su condición de refugiado, sus visitas no son oficiales y no tiene papeles para volver de forma permanente y matricularse en clase con Gothier.

“A veces vuelvo a mi antigua escuela”, nos cuenta Prince. “Hasta me siento fuera de clase y escucho al profesor mientras espero que termine mi primo. Me produce mucha tristeza”.

“La vida sin escuela, no es vida”.

David Yakpounga, de 55 años, es el director de la escuela y nos cuenta que le gustaría que Prince y otras personas en su misma situación pudieran volver a matricularse, con independencia de que tuvieran o no los documentos necesarios. “Les animo a que vengan a clase, pero solo se quedan en Mongoumba uno o dos días”, explica. “Así no se puede aprender nada”.

Prince asegura que no se va a rendir. “Sé que necesito una educación. La escuela es mi futuro. La vida sin escuela no es vida”.

El Sr. Yakpounga está de acuerdo. A medida que más personas centroafricanas regresen del exilio, el país necesitará medios para reconstruir y ampliar las escuelas, formar a más profesores y suministrar más materiales educativos.

“Un país cuyos menores no estudian es un país muerto”, dice el director. “Sin educación no puede haber paz”.

Esta historia forma parte del informe sobre educación de 2019 de ACNUR Redoblar esfuerzos: La educación de los refugiados en crisis (disponible en inglés). El informe muestra que, a medida que los menores refugiados crecen, los obstáculos que impiden su acceso a una educación se hacen cada vez más difíciles de superar: solo el 63% de menores refugiados acude a la escuela primaria, frente al 91% de la población mundial. Del mismo modo, el 84% de los adolescentes del mundo reciben una educación secundaria, mientras que solo el 24% de los refugiados tienen esta oportunidad. De los 7,1 millones de menores refugiados en edad escolar, 3,7 millones no acuden a la escuela: más de la mitad.