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"Tienes que encontrar recursos en tu interior para poder lidiar con esto"

Historias

"Tienes que encontrar recursos en tu interior para poder lidiar con esto"

En ocasión del Día de la Asistencia Humanitaria, Vincent Cochetel, funcionario del ACNUR secuestrado en el norte de Cáucaso en 1998, recuerda su experiencia de cuativerio.
19 August 2010

GINEBRA, Suiza, 19 de agosto (ACNUR) – Una noche de enero en 1998, Vincent Cochetel, en aquel entonces jefe de la oficina del ACNUR en Vladikavkaz, en el Cáucaso Norte, llegó a su departamento al fin de la jornada laboral y se encontró con hombres armados esperándolo adentro.

Lo forzaron a arrodillarse en el piso con una pistola apuntándole el cuello. "Pensé que se trataba de un asesinato por encargo", recuerda. Desde aquella noche, y durante 317 días, fue tomado como rehén, a veces encadenado a una cama de metal y confinado al aislamiento en la oscuridad. Su experiencia supera los riesgos que los trabajadores humanitarios enfrentan al realizar su trabajo. En ocasión del Día de la Asistencia Humanitaria, el jefe de prensa del ACNUR, Adrian Edwards, conversó con Vincent Cochetel.

¿Puedes describir cómo comenzó todo?

Vivíamos en departamentos seguros, con trabas en las puertas, botones de pánico en la puerta de entrada y demás precauciones. Al tratar de abrir la puerta para ingresar a mi departamento, me encontré con tres hombres que me estaban esperando con pasamontañas, pistolas y silenciadores. Tomaron las llaves y también el control de la situación. El guardaespaldas no pudo hacer nada. Quiero decir, si hubiera hecho algo, nos mataban a los dos.

Nos llevaron adentro del departamento y nos separaron. Me hicieron arrodillar y me apuntaron en el cuello con una pistola. Sentí el frío del metal. Pensé que era el final. Pensé que era algún asesinato por encargo porque ese tipo de cosas suelen pasar en esa parte del país. Y podía escuchar en la otra habitación, cómo amordazaban con cinta al guardaespaldas. Lo golpearon un poco. Y luego de unos minutos muy largos vinieron por mí, y me esposaron. Me vendaron los ojos. Y fuimos abajo, seis pisos por escalera. Me caí un par de veces. Me empujaron. Después, me subieron al baúl de un auto. Y luego, me pasaron de auto en auto durante tres días. Pasé tres días en los baúles de los autos. Tres días hasta ser trasladado a Chechenia.

Si estoy en lo cierto, estuviste solo la mayoría del tiempo de tu cautiverio. ¿Cómo eran en general las condiciones en las que te encontrabas?

A excepción de los tres primeros días, estuve en una celda. Una celda oscura, con una mano esposada a la estructura metálica de una cama, y unos 10-15 minutos de luz al día para comer.

Recuérdanos cuántos días.

Más de 300 días. Lo más difícil de describir es la profunda soledad que se siente. Porque nada sucede en la oscuridad. Y describirlo es difícil porque son sólo 15 minutos de luz, el resto es . . . estás solo con tu alma. Tratas de no pensar demasiado para no volverte loco, pero tienes que mantener la mente ocupada. Para tener tu mente ocupada, hay diferentes juegos y actividades. Y también tratas de mantener tu cuerpo ocupado.

¿Hubo violencia en el trato hacia ti durante el cautiverio?

Los primeros 12 días hubo violencia con el objetivo de obtener información. Entonces, 45 minutes de interrogatorio con música fuerte para tapar el ruido. Y luego paraba. Paraba de un modo interesante. Me gustaría describir aquel momento porque aprendí mucho en ese período.

Había un tipo interrogándome que se llamaba 'Ruslan', un hombre muy violento, especialmente cuando estaba bajo los efectos del alcohol. Y la noche, o el día anterior -al principio tuve dificultades para darme cuenta si era de día o de noche-, había escuchado ruidos de niños llorando, vomitando, y personas corriendo de un lado a otro.

Antes de que comenzará el interrogatorio le pregunté: '¿Puedo hacerte una pregunta, Ruslan?' Asintió, y entonces le pregunté: '¿Tu hijo está enfermo?' Me miró en estado de shock y me dijo: '¿Quién te dijo que yo tengo un hijo?' Le contesté: 'Lo adiviné porque escuché a un niño llorando, a un niño pequeño' . . . '¿Quién te dijo que yo tengo un hijo?' repitió 'No, nadie me dijo que tenías un hijo, sólo lo deduje, y sé lo que es tener un hijo enfermo en casa, y descifré que tendría unos dos o tres años.' Y él dijo: '¿quién te dijo su edad?' y le dije 'nadie me dijo su edad, sólo adiviné' a lo que respondió: 'sí, está enfermo, está con vómitos y no sabemos por qué.' Y comenzamos a charlar sobre la salud de los niños, cuán difícil es comprar medicamentos en Chechenia, que podía conseguir algunos en Ingusetia, qué organizaciones no gubernamentales permanecen en la región. Y hablamos por 45 minutos acerca de la salud y la educación de los niños. Nunca más lo volví a ver. Nunca más me volvió a poner las manos encima. Ese fue el fin de la etapa de interrogatorios.

La lección que aprendí es que aunque te cruces con la peor clase de personas en la vida, aún tienes que tratar de hacer el esfuerzo de tirar de la cuerda correcta. Si lo haces, puedes revertir el equilibro del poder a tu favor. Pero si no haces el esfuerzo, no puedes esperar demasiado. Y para mí, ése fue un buen aprendizaje porque me di cuenta de que eventualmente podría hacer uso de esa táctica con algunos de los guardias. Esto funcionó con algunos, con otros no. Pero al menos tienes que hacer el esfuerzo. En aquel momento no sabía que la violencia es algo que puedes soportar, porque ellos tenían interés en mantenerme de algún modo en forma o vivo, por lo menos hasta cierto punto. El asilamiento, es algo a lo que uno no está preparado para soportar y tienes que buscar recursos en tu interior para sobrellevarlo.

¿Qué pasaba contigo en ese momento? Tenías grandes razones para preguntarte por qué estabas trabajando, por qué llegaste allí para trabajar con ACNUR, qué estabas haciendo allí.

Se atraviesan muchos momentos existencialistas y te preguntas por la lógica de lo que estás haciendo. Pero cuando miro atrás y pienso si tuviera que volver a hacerlo, creo que había una buena razón por la que estábamos allí: estábamos alimentando a medio millón de personas. Contribuíamos con el abastecimiento de agua para la república entera, ayudábamos a los desplazados internos a retornar allí, reconstruyendo escuelas y la infraestructura social, asistiendo a las personas. Teníamos buenas razones para estar allí.

Fuiste liberado, según entiendo, en la frontera entre Chechenia-Ingusetia. ¿Qué pasó ese día?

Me sacaron de la cama muy temprano a la noche, me pusieron contra la pared, hubo un poco de brutalidad innecesaria. Esposado con las manos atrás, me llevaron a un auto y había una caravana de autos, unos cinco o seis autos muy nuevos . . . guardias armados por todos lados. En cierto punto, me bajaron del auto y me subieron a otro. Nadie me hablaba. Me pusieron en otro auto y me forzaron a agachar la cabeza. Había cuatro personas en el auto que marchaba lentamente fuera del camino. Lo podía sentir, no era un camino normal. Y luego fue como estar en una película mala, disparos por todos lados. Sentí a un tipo que cayó sobre mí desde la izquierda, a la derecha no había ningún guardia. Entonces me lancé fuera del auto y me cubrí detrás de la parte trasera. Había disparos, escuchaba órdenes confusas en ruso y checheno. Me hicieron poner de rodillas otra vez, rogando piedad porque no sabía qué estaba pasando. Cuatro días antes decapitaron a cuatro rehenes en otro lugar, sabía de eso y de que habían asesinado a algunos rehenes, pero no sabía las circunstancias. Y de pronto, uno o dos tipos me arrastran hasta otro auto. Me tiran al piso del auto como una bolsa de papas. Tenía un casco en la cabeza cuando me empujaron hacia el auto. Cuando sentí el casco supe que estaba con las fuerzas regulares. Me llevaron en el auto hasta un lugar seguro.

Aún trabajas con ACNUR. ¿Por qué continúas trabajando para una organización que puso en riesgo tu vida por tu trabajo, el cual puede volver a ponerte en riesgo?

Varias personas me preguntaron eso, diciéndome ¿no tuviste suficiente? Creo que si hubiera dejado de trabajar para el ACNUR en aquel momento, hubiera significado que me hubieran quitado algo. Aquellos hombres hubieran ganado. Fue muy importante para mí continuar, probarme a mí mismo que podía trabajar, y que tal vez podía hacer una diferencia personal en algún lado para algunos refugiados. Después de unos años, puedo decir que lo que viví me acercó un poco más a la experiencia de ser refugiado. No sabía lo que era la tortura. No sabía lo que era el confinamiento solitario; ahora puedo hablar de ello. Puedo reconocer aquellas señales cuando los refugiados hablan de ello. Creo que por lo menos puedo escuchar mejor. Y si puedo compartir algo de mi experiencia y incluirla en el sistema como parte capacitación a mis colegas y a otros trabajadores humanitarios, o a colegas que entrevistan a refugiados o solicitantes de asilo, puede, después de todo, ser una experiencia útil.

¿Qué has aprendido de ti mismo?

Fortaleza, debilidad. Conozco la delgada línea entre la cordura y la locura. He explorado las profundidades de la soledad que muy pocas personas han explorado. Pero se encuentra un camino para salir adelante. Ésa es la belleza de la naturaleza humana.

¿Aún crees que vale la pena ser un trabajador humanitario, a pesar de lo que has vivido?

Claro que sí, porque mientras pienses que lo que haces puede hacer una pequeña diferencia, entonces vale la pena. He invertido años de mi vida en esta organización, podría haber sido otra organización, pero elegí ésta. No creo que aquel año [1998] cuando estuve fuera de la organización, en cautiverio, haya sido un año inútil. Creo que aprendí muchísimo, y si puedo compartir un poco de esa experiencia con los colegas, es un valor agregado para toda la oficina y los colegas que han servido en similares lugares peligrosos.