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Botellas vacías y cabras con pañuelos de colores: una nueva vida para los repatriados burundeses

Historias

Botellas vacías y cabras con pañuelos de colores: una nueva vida para los repatriados burundeses

Refugiados antiguos traen todo lo que poseen de Tanzania - Puertas antiguas, toros, incluso roedores como proteína.
29 November 2012
En el centro de tránsito de Mabanda, el reverendo Prime Habonimana alimenta a su magnífico toro.

CENTRO DE TRÁNSITO DE MABANDA, Burundi, 29 de noviembre (ACNUR) – Cuando llegó el momento de abandonar el campo de refugiados de Mtabila en Tanzania para regresar a Burundi, Peregi Nyandwi, de ocho años, llevó consigo sus más preciadas pertenencias, sus tres conejos.

Actualmente, sentado en el centro de tránsito de ACNUR cercano a la frontera, desde donde regresará a su pueblo, este niño acaricia las cuerdas de una guitarra de fabricación casera, el bien más preciado que trajo su hermano de 19 años. Peregi se toma un descanso y deja de tocar la guitarra para meter la mano en una cesta verde de plástico. Peregi muestra orgullo uno de los conejos, al que sostiene por la piel del cuello mientras éste trata de liberarse.

Lo que los refugiados repatriados, que disponen hasta final de año para regresar a Burundi, eligen para llevar con ellos dice mucho sobre cómo piensan rehacer sus vidas una vez retornen a casa.

"Se llevan consigo todo lo que poseen, en especial lo que consideran más valioso", dice Maguelone Arsac, que ha estado ayudando a los recién llegados desde que ACNUR, la Organización Internacional para las Migraciones y otros colaboradores comenzaron a poyarles en la repatriación a finales de octubre.

A este oficial de servicios comunitarios de ACNUR un día le llamó la atención el número de repatriados que llegaban con hámsteres en jaulas. A diferencia de los conejos mascota de Peregi, estos roedores estaban destinados a convertirse en comida. Otro día, muchos repatriados iban cargados den piñas.

"Nos dan energía" explica un hombre que viaja con los seis miembros de su familia." No conocíamos el proceso y tampoco sabíamos si tendríamos algo para comer", así que trajeron consigo sus propias piñas. Para su alivio, todos los repatriados recibieron una comida caliente, así como tratamiento médico en caso necesario, y finalmente una noche de descanso antes de que ACNUR les trasladara al día siguiente a sus aldeas de origen.

Los niños se traen balones de fútbol hechos con bolsas de plástico atadas con cuerdas y bajan de los autobuses con las bombillas de los quinqués colgadas alrededor del cuello a modo de collares gigantes. Las madres traen cuencos de plástico, rotos o dañados, pero que todavía hacen servicio. Un hombre mueve con cuidado dos lámparas fluorescentes. Tampoco faltan las cajas de plástico llenas de botellas de bebidas vacías que servirán como capital para futuros pequeños negocios.

Los repatriados llevan consigo todos sus bienes, como por ejemplo algunos utensilios hechos con latas viejas de aceite vegetal, e incluso elementos de las casas en las que vivían en los campos de refugiados y que han sido desmanteladas.

Cuando se le pregunta por qué trae consigo un montón de puertas de madera en mal estado, Athanase Nduwimana, un refugiado de 43 años que regresa con su mujer y sus siete hijos, responde sin dudarlo "cuando llegue, construiré una pequeña cocina separada de la casa principal y emplearé esto para montar las puertas".

Quizás lo más valioso para las personas que vivirán de la tierra en Burundi son sus animales. Vacas y cerdos regresan con los repatriados – en camiones separados – al igual que sus cabras, que llevan pañuelos de colores para que sus dueños puedan reconocerlas.

El reverendo Prime Habonimana, un pastor de mediana edad de una iglesia cristiana, lleva a casa con orgullo su gran toro negro, el legado del programa lanzado por ACNUR en 2004 en Tanzania gracias al cual se entregaron vacas a los refugiados a cambio de que se comprometieran a donar su primer becerro a otros refugiados.

"Esto tiene un gran valor" explica, haciendo una parada en la alimentación del animal. ¡Porque donde yo estaba había muchas vacas y si alguien quería aparearlas, tenían que pagarme 20.000 chelines tanzanos (unos 12 dólares, una importante suma para un refugiado ). El toro se llama Ziada , una palabra kiswahili que significa "adicional", porque el considera al toro como "algo extra, una bendición" que ha recibido del programa de ACNUR.

Mientras espera a que regrese su hermano mayor, que ha ido a recoger la ración familiar que proporciona ACNUR, Peregi continúa tocando la guitarra fabricada con latas recicladas de aceite vegetal que se reparten con las raciones de comida en el campo de refugiados.

Peregi tararea una canción cuya letra en kirundi dice algo así: "Rogamos a Dios para que siempre ayude a su gente". Según él mismo reconoce, se trata de la canción adecuada para este tiempo y lugar".

Por Kitty McKinsey, en el centro de tránsito de Mabanda, Burundi