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Familias sursudanesas reconstruyen sus vidas en un asentamiento de refugiados en Uganda

Historias

Familias sursudanesas reconstruyen sus vidas en un asentamiento de refugiados en Uganda

ACNUR redespliega personal de otras partes del país, mientras organizaciones socias establecen nuevos centros de salud para afrontar el flujo de refugiados.
28 July 2016
"Aunque estamos lejos de la ciudad más cercana, tengo la esperanza de que nuestras vidas van a ir a mejor," dice Esther Ojabajon, una refugiada sursudanesa."

ADJUMANI, Uganda, 28 de julio de 2016 (UNHCR / ACNUR) -- Es un día lluvioso en el norte de Uganda. Esther Ojabajon vigila la pequeña parcela de tierra que ahora es su hogar. Sus hijos arrancan a manos llenas la hierba alta y la queman para preparar la tierra donde construirán un refugio de madera y lonas plastificadas.

Resguardada de la lluvia en una tienda de campaña improvisada, Esther describe como ella y sus siete hijos -- el más pequeño solo tiene tres años -- huyeron para salvar sus vidas cuando estalló la violencia en Sudán del Sur: "Oí disparos en nuestro pueblo y huimos en mitad de la noche".

Una vez cruzaron la frontera, la familia se registró como refugiados en el congestionado punto de recogida de Elegu, para a continuación ser trasladados a un centro de tránsito, donde tuvieron que esperar hasta poder desplazarse al asentamiento de refugiados de Pagarinya.

Aquí se sienten a salvo. "No he oído ni un solo tiro desde que llegué", dice. "No tengo que preocuparme por proteger a mis hijos, porque aquí son libres y están a salvo".

Esther, de 43 años, cree que puede conseguir una vida mejor para su familia. "Aunque estamos lejos de la ciudad más cercana, tengo la esperanza de que nuestras vidas van a ir a mejor".

Ya está haciendo planes: "puedo cultivar mi terreno y plantar cacahuetes, maíz, sorgo y verduras de hoja verde".

Esta mañana, los dos hijos mayores de Esther, Calisto y Manuele, de 20 y 17 años respectivamente, se fueron a buscar el colegio del asentamiento, para poder retomar sus estudios.

"Puedo cultivar mi terreno y plantar cacahuetes, maíz, sorgo y verduras"

Los enfrentamientos entre las facciones rivales leales al Presidente Salva Kiir y Riek Machar estallaron el pasado 7 de julio en el país más joven del mundo, obligando a parte de la población a huir a Uganda.

Hasta ahora 44.557 personas han emprendido la huida. La semana pasada, una media de 4.000 personas cruzaron la frontera diariamente.

En su momento de mayor afluencia, el punto de recogida de Elegu -- con capacidad para alojar a 1.000 personas -- dio cobijo a más de 11.000 nuevos refugiados. Asimismo, en poco tiempo, el flujo de personas llenó el asentamiento, recientemente abierto, de Pagirinya, lo que provocó que ACNUR y el Gobierno ugandés se plantearan la apertura de nuevas áreas de asentamiento rápidamente.

El asentamiento de Pagirinya, que se extiende por una cuadricula de colinas onduladas a unos 25 kilómetros al sur del punto donde el Nilo Blanco separa Uganda de Sudán del Sur, ha crecido muy rápidamente en las últimas semanas.

Josephine Nakabuubu Ssenyunja, trabajadora de ACNUR en el asentamiento, detalla que los nuevos centros de recepción que se están construyendo en Pagarinya podrán alojar a unos 15.000 refugiados. Algunos irán a un terreno cercano, mientras que otros serán trasladados a dos nuevos asentamientos.

Explicó que ACNUR ha reasignado a parte de su personal desde los asentamientos en el sur y el medio oeste de Uganda, mientras que las organizaciones socias están trabajando al máximo para establecer nuevos centros de salud en las tiendas de campaña recién levantadas.

"Los refugiados estamos mucho más integrados con la comunidad local porque pueden hacer la mayor parte de las tareas agrarias juntos"

Elias Lazerus Moga, que llegó a Uganda como refugiado el domingo, reconoció al comandante del asentamiento porque ya había vivido como refugiado en Uganda de 1989 hasta 2008, cuando volvió a su hogar en la ciudad de Loa, en el estado de Ecuatoria Oriental.

Elias, de 54 años, percibe diferencias en el asentamiento en comparación con cuando llegó por primera vez, hace casi tres décadas.

"Los refugiados estamos mucho más integrados con la comunidad local porque podemos hacer la mayor las tareas agrarias juntos", dice. "Podría ir caminando sin dificultad hasta mi parcela de terreno porque ya se han construido las carreteras, incluso antes de que llegue la gente. Hace años esto no era así".

Sibo Mutanguha, oficial de protección infantil de ACNUR en Pagarinya, afirma que más del 65 por ciento de la población del asentamiento son menores de 18 años.

Menuda y habladora, Marta Abau, de 21 años, espera su tercer hijo. Por miedo a la creciente inseguridad, huyó de su hogar en la ciudad de Torit el pasado 6 de julio, un día antes de que estallasen la violencia y los saqueos. Gracias a que el sistema priorizó su condición vulnerable, recibió su parcela de tierra hace dos semanas.

En la casa fabricada a base de barro y palos que ahora es su hogar, Marta considera sus opciones. El terreno que se le ha asignado está cubierto de rocas del tamaño de un puño que tiene que quitar.

"Es muy difícil para mí quitar todas las rocas del tirón porque tengo un niño pequeño", dice, señalando a Godfrey, de tres meses, que tiene colgado a espalda. "Pero ya he hecho un trato con una vecina para poder usar una franja de su parcela a cambio de algunas judías".

Marta tiene tiempo perdido que recuperar. Pasó varios días en el hospital de Adjumani recuperándose de la malaria, y cuando volvió descubrió que ya no tenía ni la lona, ni la olla ni la manta que ACNUR le había dado.

Los oficiales del asentamiento lo arreglaron para que al día siguiente recibiera útiles de repuesto. "Voy a trabajar muy duro para rehacer mi vida aquí. Voy a cultivar maíz, mandioca y verduras para mi familia porque, mientras siga habiendo guerra en Sudán del Sur, no pienso volver", dice con determinación. "Ahora éste es mi hogar".