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Osvaldo Laport, Embajador de Buena Voluntad del ACNUR: En cada campo que visité me encontré con mi propia vergüenza

Historias

Osvaldo Laport, Embajador de Buena Voluntad del ACNUR: En cada campo que visité me encontré con mi propia vergüenza

Uruguayan actor Osvaldo Laport has been a Goodwill Ambassador since 2006. He recently went to Congo's North Kivu province on his first field trip for UNHCR. [for translation]
31 July 2009
UNHCR Goodwill Ambassador Osvaldo Laport talks to displaced Congolese women at a clinic in North Kivu during his recent visit. [for translation]

BUENOS AIRES, Argentina, 27 de julio (ACNUR) – Reconocido en los países hispanohablantes y otras partes del mundo por su trabajo protagónico en decenas de telenovelas, Osvaldo Laport acaba de regresar de su primera visita en el terreno en la República Democrática del Congo. Allí visitó algunos de los once campos que el ACNUR administra en el Este del país, donde hay más de un millón y medio de desplazados internos. El Embajador de Buena Voluntad confiesa que la experiencia lo confrontó a realidades de las que cada mañana despierta recordando. "No hay soluciones inmediatas pero debemos trabajar para que la gente y los gobiernos se solidaricen con las situaciones más allá de sus fronteras", reconoce el actor uruguayo radicado en Argentina.

¿Podrías contarnos cómo fue que conociste al ACNUR y por qué decidiste sumar tu aporte a la causa de las personas refugiadas?

Durante un tiempo estuve buscando una causa a la cual donar un porcentaje de las ganancias gracias a la venta de una fragancia que lleva mi nombre. A través de unos amigos, en el 2004 conocí al ACNUR y comencé a estudiar el rol de la Agencia hasta que entendí que era ahí a donde debía acercarme. Una de las cosas que más me movilizó fue el descubrir que la mayoría de las personas bajo el amparo del ACNUR son mujeres y niños. Sentí así que tenía que devolver algo de lo tanto que había recibido de ellos por mis trabajos en las telenovelas. Lo maravilloso es que al mismo tiempo que hicimos el acuerdo con ACNUR, salió el perfume a la venta con el nombre Tiempo de Paz. Y qué mas coincidencia que ésa siendo uno de los objetivos principales del ACNUR el encontrar la paz para que las personas que huyeron de su países puedan algún día regresar a ellos.

Siento que en lo profundo de cada uno de nosotros está el deseo de abrazar al otro y poder producir en él una sonrisa. Lamentablemente, son muchos aún los hombres, mujeres y niños que todavía esperan por ese abrazo.

Recientemente hiciste tu primera visita al terreno como embajador de Buena Voluntad del ACNUR. En ella pudiste conocer las operaciones de la agencia en la República Democrática del Congo (RDC), ¿podrías sintetizar la situación humanitaria con la que te encontraste?

En una palabra, no. No puedo sintetizar la situación humanitaria que encontré. Lo que descubrí es que la capacidad de dolor en el hombre no tiene límites y en cada campo de desplazados que visité sólo me encontré con mi propia vergüenza como un ser humano que vive en el mismo mundo donde estas historias ocurren. Kibati I, Mugunga II, Bulengo, Mugunga III, la comunidad pigmea, desplazados congoleños, refugiados ruandeses y angoleños, niños reclutados como soldados, mujeres víctimas de abusos . . . Cuando pienso en eso es como una pesadilla de la que me cuesta despertar.

¿Qué enseñanzas te proveyó la experiencia y cómo continúa de ahora en más tu trabajo con el ACNUR?

Lo que esta primera misión a terreno me fue transmitiendo está en mutación constante: al principio fue una idea, un lugar desconocido y lejano. Hoy; a casi un mes de mi regreso y ya cobijado en mis afectos, lucho por manejar aquellas emociones que casi cada mañana regresan a mí en imágenes y cierta tristeza. Cuando llegué a RDC me sentía un muzungu (extranjero, en swahili, uno de los dialectos que se habla en el país) pero al irme ya era como un rafiki (amigo) agradecido por todo el afecto recibido en el lugar y por tantas puertas abiertas de gente que lo ha perdido todo. Me encontré en un país maravilloso donde los niños sonríen porque todavía creen en nosotros, los adultos. Y aquí hay una inmensa responsabilidad.

En cuanto a mi labor con el ACNUR, esta experiencia me sirvió para entender que no hay soluciones inmediatas frente a la magnitud de ésta u otras tragedias humanitarias. Creo que hay que trabajar para acrecentar el espíritu solidario de la gente y los gobiernos, para que éste no tenga fronteras y ayude a hacer más llevadera la mochila del dolor que cargan las personas refugiadas.

¿Hubo algo que te dejó sin palabras, sin respuestas?

Sí, la degradación, discriminación y mutilación perpetrada a las mujeres. La terrible realidad de los incontables casos de violaciones mensuales que se dan en la República Democrática del Congo me hace sentir vergüenza por mi género. No puedo dejar de pedir perdón. Hubo otras situaciones que me conmovieron mucho pero las emociones que sentí cuando hablaba con las mujeres en Congo estarán conmigo para siempre.

¿Cuáles crees que son los desafíos humanitarios más urgentes en RDC?

Sé que a veces es una realidad que supera lo imaginable y estoy consciente de lo difícil que es instrumentar estrategias que acompañen tantas y tan diferentes necesidades. Creo que es vital asegurar que los niños dentro de los campos de desplazados puedan concurrir a la escuela. Otro gran desafío está relacionado con la violencia sexual por cuestiones de género: por un lado hay que terminar con la impunidad de los abusadores sexuales, por el otro, tiene que haber un vasto equipo de especialistas y profesionales que brinden ayuda psicológica a las víctimas de estas miserias.

Cada vez más personas llegan solicitando asilo a los países del sur de América latina. ¿Por qué crees que se está dando este fenómeno?

Nuestros países históricamente siempre fueron tierras de acogida a las víctimas de crisis humanitarias y cuando digo históricamente hablo desde principios del siglo pasado – incluyendo a las dos guerras mundiales – hasta el día de hoy. Antes, refugiados eran aquellos que llegaban de Europa; más recientemente y mirando muy cerca nuestro, descubrimos que nosotros – quienes habitamos en el sur del continente – también nos vimos forzados a pedir asilo. En la actualidad, y gracias a la globalización pero también a la apertura del pueblo latinoamericano, personas de distintos continentes eligen a esta parte del mundo para rehacer sus vidas en paz.

¿Qué le dirías a una persona próxima a llegar a la Argentina en búsqueda de asilo?

Ante todo, que refugiados podemos ser todos en cualquier momento de la vida. Y también me gustaría decirle que en nuestra tierra puede echar raíces porque en ella no hay falta de paz, como tampoco, en el espíritu de los hombres y mujeres que la habitan.

Por Carolina Podestá