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Técnicos italianos de alto nivel entrenan a jóvenes futbolistas refugiados y locales en Uganda

Historias

Técnicos italianos de alto nivel entrenan a jóvenes futbolistas refugiados y locales en Uganda

Jugadores de las comunidades refugiada y de acogida participan en un programa de entrenamiento con técnicos procedentes del club de fútbol Sampdoria venidos en el marco de una iniciativa de paz.
18 June 2019
Patrick Amba, de 14 años, juega al fútbol delante de su casa. Su sueño es llegar a ser jugador profesional y espera llamar la atención de los entrenadores que los visitan desde Italia.

Patrick Amba se prueba unas botas de fútbol nuevas, una camiseta azul oscura con una raya roja y unos pantalones blancos: los colores del Sampdoria, uno de los equipos de fútbol de la primera división italiana.


Este refugiado de 14 años sursudanés está entre los 64 jugadores procedentes de asentamientos de refugiados y comunidades de acogida en el norte de Uganda que fueron seleccionados para entrenar con técnicos procedentes del campo del Sampdoria.

“Cuando juego al fútbol soy feliz, siento que soy un miembro importante de mi comunidad y puedo compartir mis ideas”, dice Patrick.

Aquí los recursos como balones y botas son escasos, pero el fútbol sigue siendo una vía de escape tanto para jugadores como para espectadores: una fuente de esperanza de que un día el deporte pueda traducirse en una oportunidad para una vida mejor.

“Me ocuparé de mis hermanas y de mis padres”.

“Hay muchas maneras en que el fútbol puede ayudarme en el futuro. Me ayuda a hacer amigos. Quiero ser tan buen jugador que pueda ayudar a mi familia. Mi madre se esfuerza mucho para cuidar de la familia y me gustaría ayudarla. Me ocuparé de mis hermanas y de mis padres”, dice Patrick. 

La familia de Patrick tuvo que huir de su ciudad natal en Yei hace tres años, para lo que anduvieron durante días hasta encontrar la seguridad del otro lado de la frontera, en Uganda, país que acoge a más de un millón de refugiados procedentes de unos cinco continentes, la mayoría de ellos sursudaneses.

La mayoría de la población refugiada procedente de Sudán del Sur tiene menos de 18 años y más de la mitad han abandonado los estudios o tienen problemas para aprender en instalaciones masificadas y mal equipadas.

“Te pasas todo el día pensando en las personas que dejaste atrás y las que perdiste, pero cuando saltas al campo todo ese estrés desaparece”, cuenta Stephen Abe, jugador y entrenador refugiado de 21 años.

Los entrenadores del Sampdoria Marco Bracco y Roberto Morosini dijeron que querían ofrecer esperanza y mostrar su solidaridad con los jóvenes amantes del fútbol. 

“Las personas refugiadas enfrentan muchos problemas, así que está bien que se centren solo en el fútbol durante tres días. Era un sueño que teníamos y ahora que estamos aquí nos sentimos muy felices”, nos cuenta Marco. 

El club de fútbol, fundado hace 73 años, ha colaborado con la Embajada de Italia en Uganda, el Comité Olímpico Internacional (COI), el Comité Olímpico Ugandés (UOC), La Federación Ugandesa de Asociaciones de Fútbol (FUFA), la ONG italiana AVAC y con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.

“Cuando los niños no van a la escuela no tienen mucho que hacer en los asentamientos, así que el deporte los mantiene activos y ocupados. También les ayuda a hacer nuevos amigos, lo cual promueve la paz. Este tipo de actividades tienen un gran impacto”, dice James Bond Anywar, asistente de protección de ACNUR.

El entrenamiento de tres días incluyó una serie de ejercicios sobre regateo y pase del balón para mejorar la coordinación y la disciplina.

“Su juego es más técnico que táctico y juegan un fútbol muy físico. Nuestro objetivo es escucharles decir: ‘Ahora sé lo que significa jugar como un jugador profesional’”, nos cuenta Marco.

“Creo que son muy buenos porque es un campo muy difícil; no es normal jugar en estas condiciones, pero tienen mucha pasión”, dice Roberto.

El entrenamiento vino seguido de un torneo entre cuatro equipos de distintos asentamientos. El equipo de Patrick marcó el primer gol y puso en pie a los aficionados de las gradas, pero tuvo problemas para mantener la posesión del balón durante el resto del partido y acabó perdiendo 2-1.

Fue un golpe muy duro para Patrick. Se quitó sus recién estrenadas botas de fútbol y hundió la cara en su entrenador y amigo Stephen, que trataba de consolarlo.

“Cuando lo vi llorar se me rompió el corazón”, cuenta Stephen. “Patrick es un chico con un don y está orgulloso de ello, le gusta mostrárselo a la gente”.

El equipo de Patrick acabó cuarto y un equipo del asentamiento de Bidi Bidi, más al norte de Uganda, se hizo con la victoria. Sin embargo, todos los jugadores compartieron el mismo nivel de motivación.

“Lo mejor de todo fue el entrenamiento. Fue algo muy importante. Ahora tengo confianza en mis movimientos y sé más cosas”, dice Patrick.

“Hemos visto mucha pasión aquí. Nosotros también tenemos pasión, pero el nivel de compromiso de estos chicos es muy alto. Después de esta experiencia puedo volver y explicarle a mis propios jugadores que hay gente que juega sin zapatos, sin un campo, y que aún así quiere jugar”, dice Roberto.

Esta sesión de entrenamiento marca también el lanzamiento de un programa de educación deportiva de tres años de duración para ugandeses y refugiados que ofrecerá entrenamiento, orientación y cursos de gestión deportiva. Las actividades también continuarán el trabajo de consolidación de la paz entre la población refugiada y las comunidades de acogida.

“Queremos que estén juntos para que cuando regresen mañana, puedan predicar con el ejemplo. Cuando expliquen esta filosofía, se expandirá como una enfermedad infecciosa…” dice Haruna Mawa, antiguo jugador de la selección nacional de Uganda que ejerció de entrenador durante el torneo junto con el Sampdoria.

De vuelta a casa, Patrick se centra en sus tareas.

“Cuando jugué me sentí muy grande. Me sentí una estrella”.

“Barro mi habitación y cuido de los animales. Después voy a por agua y, cuando termino, puedo irme a jugar al fútbol porque he hecho mis tareas temprano por la mañana”, nos explica.

Cuando Patrick acaba sus tareas, su madre Rose le hace un gesto con la cabeza antes de agarrar el balón y empezar a chutar en la pequeña parcela de tierra en la que su familia cuida pollos y cultiva tomates y sandías. Sus amigos lo llaman Salah, por el jugador egipcio del Liverpool Mo Salah.

“Una vez fui el más pequeño del campo, pero cuando jugué me sentí grande. Me sentí una estrella”, dice Patrick.

Rose siempre se ha sentido orgullosa de su hijo, pero tiene cautela para que sus sueños no se centren en una sola cosa.

“Le animo a que vaya a la escuela y no desatienda los estudios. Tiene que estudiar y jugar al fútbol a la vez”.