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Una próspera cooperativa agrícola aviva la esperanza en el campamento de Kakuma, en Kenia

Historias

Una próspera cooperativa agrícola aviva la esperanza en el campamento de Kakuma, en Kenia

Las políticas en Kenia, que son cada vez más inclusivas, ofrecen a las personas refugiadas la oportunidad no solo de reconstruir sus vidas, sino también de prosperar y retribuir a la comunidad de acogida.
20 June 2023
Un hombre con un sombrero en la cabeza trabaja en un campo con un azadón.

Abdulaziz Lugazo, un refugiado somalí que preside una cooperativa agrícola en el campamento de Kakuma, trabaja la tierra que donó el Gobierno de Kenia.

A las seis y media de la mañana, el sol saliente arroja una luz dorada sobre los verdes y frondosos campos que Abdulaziz Lugazo trabaja cuidadosamente en las afueras del campamento de refugiados de Kakuma, al noroeste de Kenia.

Hay mucho movimiento aun a esta hora, pues diversos grupos de mujeres comerciantes negocian los precios de las verduras obtenidas en los campos. “Esa ya se vendió”, le dice Abdulaziz a una de las comerciantes mientras señala una hilera de coles verdes. “Ven de este lado y selecciona otra”.

A medida que llegan más personas, la intensidad de las negociaciones va subiendo junto con la temperatura que provoca el sol saliente. Al mediodía, las hileras de verduras ya han sido recogidas y cargadas en motocicletas.

Abdulaziz viene de una familia que por generaciones cultivó a las orillas del río en Jamame, en la región somalí del Bajo Juba. Fue forzado a huir en 1990, en medio de una guerra civil; antes de llegar a Kakuma, se instaló en el campamento de refugiados de Marafa, en Kenia, cerca de Malindi, un pueblo costero.

Cuando llegó al campamento, en 2007, el árido y polvoriento paisaje que vio no le pareció adecuado para el cultivo. Sin embargo, al haber crecido en la granja de su familia, estaba decidido a echar mano de sus conocimientos genealógicos para sostener a sus hijos.

“Empecé con algunos cultivos en un pequeño jardín en el albergue”, comentó este hombre de 41 años, que tiene tres hijos. Luego, se enteró de que había una cooperativa agrícola en el campamento y que la integraban, primordialmente, antiguos granjeros refugiados.

Un hombre sonríe frente a unos campos de cultivo.

Abdoulaziz Lugazo se unió a la cooperativa para poder aprovechar sus conocimientos agrícolas y mantener a su familia.

“Me sumé de inmediato y empecé a cultivar diversos vegetales, como espinaca, ocra y otros cultivos que son resistentes a la sequía”, señaló Abdulaziz. “Me alegra que el Gobierno de Kenia nos haya proporcionado estas tierras; también agradezco el apoyo de la ONU, que nos ha permitido dedicarnos a actividades agrícolas, comprar libros y uniformes para nuestros hijos, y compartir nuestro conocimiento agrícola con otras personas refugiadas”.

Una política que incluye a los refugiados

Kenia ha dado acogida a más de medio millón de personas refugiadas. Creado en 1992, en el campamento de Kakuma residen más de 264.000 personas que provienen de más de veintidós países; por tanto, se trata del asentamiento de refugiados de mayor tamaño en África.

Si bien la mayor parte de la población refugiada en Kenia vive en Kakuma y considerando que el segundo campamento más grande en el país es Dadaab, la nueva Ley de Refugiados – en vigor desde febrero del año pasado – incluye cambios significativos en materia de política pública (en concreto, en relación con la integración, el acceso a servicios financieros, la inclusión económica, el derecho al trabajo y la libertad de circulación.

Aunque se considera que Kakuma es un pueblo desértico (pues las condiciones son áridas y las temperaturas llegan a 40°C), muchas de las personas que viven ahí tienen experiencia agrícola. En 2016, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, inició un proyecto que apoyó a doscientos granjeros, tanto refugiados como miembros de la comunidad de acogida local.

Hoy en día, novecientos granjeros pueden sacar provecho de veinte hectáreas de tierras agrícolas que fueron proporcionadas por el Gobierno de Kenia; en promedio, cultivan alrededor de 28.000 toneladas anuales, que se traducen en ganancias que superan los $23.000 dólares (USD). Con los cultivos también alimentan a sus familias.

Me alegra que exista esta granja porque contribuye a mi desarrollo.

Abdulaziz fue elegido como presidente de la cooperativa, lo que implica colaborar con los refugiados y la comunidad de acogida para apoyar a los granjeros en sus actividades diarias.

“Me alegra que exista esta granja porque contribuye a mi desarrollo”, recalcó. “El estrés se apodera de ti si permaneces en casa, así que le he enseñado cómo trabajar la tierra a varios miembros de la comunidad de acogida; ahora, ya saben cómo cosechar”.

Filippo Grandi, Alto Comisionado para los Refugiados, estrecha manos con un refugiado en el campamento de Kakuma, en Kenia

En su visita a Kenia por el Día Mundial del Refugiado (20 de junio), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, aplaudió las acciones que ha emprendido el gobierno para apoyar y ayudar a las personas refugiadas en la reconstrucción de sus vidas. De hecho, indicó que las políticas inclusivas de Kenia en Kakuma han permitido que los refugiados, como Abdulaziz, trabajen y contribuyan a la economía local.

“Con esta visita en particular pretendo decirle al mundo que podemos y debemos hacer mucho más para avivar la esperanza, ofrecer oportunidades y encontrar soluciones en favor de los refugiados, sin importar el lugar o el contexto en el que se encuentren. Kenia ha demostrado que esto es posible”, recalcó Grandi en su mensaje por el Día Mundial del Refugiado.

Los granjeros son parte fundamental de la economía del campamento, pues abastecen el mercado local de las tan necesarias verduras; esto aumenta los ingresos por hogar y ofrece oportunidades a otras personas refugiadas.

Medios de vida

Si bien los hombres son más numerosos en las granjas, las mujeres se encargan del grueso del comercio del campamento.

Por ejemplo, Muhawe Selene, de República Democrática del Congo, tiene un pequeño puesto en el mercado. Cada mañana va a las granjas a comprar vegetales. Esta mujer de 39 años, que tiene ocho hijos, huyó de su lugar de origen en Kiwanja, al este de su país, hace cinco años, cuando un grupo de hombres armados asesinó a su esposo.

Una mujer con una pañoleta en la cabeza sonríe a la cámara sosteniendo un puñado de vegetales verdes.

“Sin esta granja, la vida sería mucho más dura”, indicó Muhawe Selene, una mujer congoleña con ocho hijos que compra vegetales de los granjeros para luego venderlos en su puesto en el campamento.

“La granja nos permite poner comida sobre la mesa; también es nuestra fuente de ingresos”, relató. “Sin ingresos, mis hijos no podrían ir a la escuela ni tendrían ropa para vestir. En la granja encuentro los productos que vendo”.

“Me siento feliz en este trabajo porque me llena de energía: obtengo dinero al vender vegetales; el dinero permite que mis hijos vivan bien, así que no tienen que deambular por las calles. Siendo madre autónoma, debo encargarme de todos ellos”.

Aun con las pocas oportunidades que hay en el campamento, Muhawe resaltó que sabía muy bien que “permanecer en casa no ayudaría”. Empezó a lavar la ropa de otras familias, lo cual le permitió ahorrar alrededor de mil chelines kenianos ($7,18 USD), que usó para iniciar su propio negocio de comestibles.

“Me gustaría solicitar capital a las agencias que nos ayudan; así podría tener una tienda propiamente dicha y nuestro negocio podría crecer”, confesó mientras descargaba los vegetales de una motocicleta (en el proceso, llevaba a su hija de cuatro meses en la espalda).

Según un estudio realizado por la Corporación Financiera Internacional en 2018, la economía informal del campamento genera $56 millones de dólares cada año (hay más de 2.000 negocios, catorce de los cuales son mayoristas).

Luego de un largo día en la granja arando los campos y gestionando las actividades diarias de la cooperativa, Abdulaziz vuelve a su casa, que tiene dos habitaciones, donde ha colocado un tapiz de flores de colores que cubre parte de los muros exteriores de chapa ondulada.

“Espero poder vivir en paz y gestionar el negocio en libertad, sin importar dónde me encuentre en Kenia, y sin tener que afrontar ninguna dificultad”, comentó. “Quisiera poder vivir como cualquier otra persona en Kenia”.