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Después de seis meses, rohingyas en Tailandia luchan para no perder la esperanza

Comunicados de prensa

Después de seis meses, rohingyas en Tailandia luchan para no perder la esperanza

Six months after they arrived by boat, many Rohingya in Thailand's shelters and immigration detention centres feel their future is still uncertain. [for translation]
2 August 2013
Un empleado de ACNUR supervisa la situación de los rohingya en el centro de detención de inmigrantes de Ayutthaya en Tailandia.

AYUTTHAYA, Tailandia, 2 de agosto (ACNUR) – Cada año, millones de turistas viajan a Tailandia atraídos por el sol, las playas paradisíacas y las compras. Pero Saifullah*, de solo 17 años, no puede contener las lágrimas cada vez que recuerda su llegada al país.

"Todavía lloro cuando recuerdo las dificultades que tuvimos durante la travesía", dice el joven rohingya rememorando su odisea de 16 días en alta mar, junto con otros 178 hombres, el pasado enero. "Estuvimos 10 días sin comer y cuatro días sin agua. El motor se averió. Pensé que nunca volvería a ver tierra".

¿Qué lleva a un adolescente a abandonar su hogar y a arriesgar su vida en una embarcación sobrecargada en busca de un futuro incierto en un lugar desconocido? "Pensé: la vida es un infierno en el estado de Rakhine [Myanmar], así que ¿por qué no busco una oportunidad en otro lugar?", explica Saifullah.

Sus compañeros de viaje comparten su punto de vista. Kamal*, de 22 años, perdió a su hermano menor en los disturbios intercomunitarios del año pasado en Sittwe, la capital del estado de Rakhine. El joven fue apuñalado y murió poco tiempo después. Kamal y otro de sus hermanos echaron a correr y lograron ocultarse en el bosque antes de tomar la decisión de huir.

"Los jóvenes como nosotros no pueden quedarse en el estado de Rakhine, porque la policía puede detenernos en cualquier momento. No podemos salir a trabajar libremente", explica Kamal, que solía trabajar como jornalero en su aldea. "Pensé que, antes de morirnos allí, sería mejor irnos a algún sitio donde hubiera paz".

Junto con otros inmigrantes ilegales, alquilaron una embarcación y pagaron 15.000 kyats (unos 15 dólares) – todo lo que tenían – por ese largo e incierto viaje.

"A veces pasaba algún barco y sus tripulantes nos daban arroz, chiles o pescado que cocinábamos utilizando el motor", recuerda Kamal. "Pero la mayor parte del tiempo, nos moríamos de hambre. Cuando teníamos hambre, nos tendíamos. A veces bebíamos agua de mar. Mucha gente vomitaba pero no murió nadie. Entonces se averió el motor. Nos quedamos a la deriva hasta que cuatro pequeñas embarcaciones no arrastraron hasta la costa".

Estaban tan enfermos y extenuados que apenas sabían dónde estaban. Algunos se desplomaban. Los aldeanos tailandeses les ayudaron dándoles algo de comida y pidiendo atención médica urgente. "Estaba muy débil porque no podía comer lo suficiente", explica Zaeed*, de 17 años. "En Tailandia me hicieron análisis de sangre y me fueron dando líquidos y medicamentos".

Las autoridades tailandesas detuvieron a los 179 pasajeros de la embarcación y los trasladaron a un centro de detención de inmigrantes de la provincia de Kanchanaburi, en el oeste de Tailandia. Para evitar que estuvieran hacinados, trasladaron a 16 de ellos al centro de detención de inmigrantes de Ayutthaya, en el centro de Tailandia, un mes después.

Kamal agradece tener más espacio en Ayutthaya, así como el hecho de que se organicen turnos para salir de las celdas a hacer ejercicio o a ayudar con la limpieza del centro. La comunidad musulmana local y los estudiantes les proporcionan comida adicional regularmente. La madre de un empleado del centro suele llevarles zumos de fruta.

"El personal nos consigue todo lo que pedimos. Dicen que si nosotros somos felices, ellos son felices", cuenta Kamal. "Pero estoy preocupado por mi hermano menor que se encuentra todavía en el centro de Kanchanaburi. No sé cómo estará".

Aunque están muy agradecidos por la comprensión y la ayuda que reciben del personal del centro y de la población local, cada vez están más preocupados por la falta de noticias sobre los familiares que dejaron atrás y por la perspectiva de que su reclusión se prolongue. Pasan el día rezando, recitando el Corán, llorando y tratando de dormir, aunque ninguno ha dormido demasiado en los últimos seis meses.

"No puedo pensar en mi futuro", dice Saifullah. "No sé durante cuánto tiempo estaremos aquí. Si un día nos liberan, podremos trabajar y ganarnos un jornal. No puedo volver a Myanmar hasta que haya paz".

Kamal está de acuerdo. "No voy a volver a Myanmar por ahora. Pero, si un día hay paz y libertad de movimientos, no cabe duda de que regresaré a mi tierra ", dice. "Solo queremos una cosa:un lugar donde poder movernos libremente, trabajar y sobrevivir. No pedimos gran cosa".

Kamal, Saifullah y Zaeed están entre los 2.000 hombres, mujeres y niños rohingya que han recibido protección temporal en Tailandia y se alojan en los centros de detención de inmigrantes y albergues para mujeres y niños.

ACNUR hizo un llamamiento a las autoridades tailandesas para que los traslade a lugares que permitan la reagrupación familiar y una mayor libertad de movimientos hasta que se puedan encontrar soluciones a largo plazo.

La situación en el estado de Rakhine de Myanmar sigue siendo tensa y no es propicia para su regreso. Más de un año después del estallido de la primera ola de violencia intercomunitaria, sigue habiendo unos 140.000 desplazados dentro del país, la gran mayoría de etnia rohingya.

* Se han cambiado los nombres por motivos de seguridad.

Por Vivian Tan, desde Ayutthaya, Tailandia

Gracias a la Voluntaria en Línea Eva Milla Grisaleña por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.