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Una salida para una familia iraquí atrapada en la violencia de Libia

Historias

Una salida para una familia iraquí atrapada en la violencia de Libia

George and his family fled to the border with Egypt when conflict erupted in Libya. The Iraqis could not return home, but a solution has been found for them. [for translation]
9 May 2011
Dos de las hijas de George y Mary empaquetan sus pertenencias antes de partir a Rumanía.

SALLUM, Egipto, 9 de mayo (ACNUR) – Durante años, George* ha estado leyendo acerca de la violencia y destrucción que asolaban su país, Irak, desde la seguridad de su hogar en Libia, a donde se trasladó hace años para forjarse una carrera como ingeniero eléctrico. Nunca imaginó que la guerra llegaría también a esta tranquila zona del norte de África.

La vida no siempre ha sido fácil para esta familia cristiana. Sin embargo, habían solicitado ser reasentados y se mantenían optimistas respecto a sus posibilidades hasta que a principios de este año, estalló el conflicto en Libia. George y su familia acabaron encontrando una salida, con la ayuda indispensable de ACNUR, pero no sin tener que pasar muchas semanas temiendo por sus vidas y preguntándose si algún día conseguirían salir del país.

La crisis en Libia se inició cuando la gente tomó las calles a mediados de febrero para protestar contra el gobierno, siguiendo el ejemplo de movimientos similares que habían provocado la caída de los líderes de los vecinos Túnez y Egipto. Las protestas en Libia condujeron a la guerra y la ciudad del este del país donde vivía esta familia iraquí fue atacada.

"No hay seguridad, nada. Los niños caminan por la calle con metralletas. Incluso estando en casa, cualquiera puede venir a por nosotros" dijo George – que pidió no ser identificado – recordando la atmósfera reinante en la ciudad. "Entonces comenzaron los bombardeos. Solíamos escondernos bajo las escaleras", añadió el hombre de 67 años.

Hace unas seis semanas, la familia decidió abandonar el país y se dirigió al paso fronterizo egipcio de Sallum, donde ACNUR los encontró acurrucados en una esquina de una concurrida terminal de llegadas. Se habían dispuesto un espacio en busca de algo de privacidad detrás de unas colchas atadas a un clavo en la pared y remetidas debajo de un colchón puesto de canto. Eran la única familia iraquí en una sala llena de mujeres y niños de países subsaharianos como Chad, Eritrea y Sudán.

Decenas de miles de personas han huido hacia Egipto a través del paso fronterizo de Sallum. Mientras los egipcios y libios realizaban de manera ágil los trámites administrativos ante los servicios de inmigración, los nacionales de terceros países tenían que esperar hasta que se les facilitara el viaje de vuelta a sus países de origen. Aquellos que no podían ser repatriados porque sus vidas corrían peligro, como George y su familia, han tenido que hacer frente a largas esperas. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, António Guterres, ha pedido repetidamente a los países de reasentamiento que acojan a este colectivo vulnerable.

George, su mujer Mary* y sus cinco hijos fueron reconocidos como refugiados por la oficina de ACNUR en Trípoli en 2008. También fueron propuestos para ser reasentados, ya que en su caso era demasiado peligroso regresar a Irak, donde la pequeña comunidad cristiana es objeto de persecución. Estaban esperando una respuesta a su petición de reasentamiento cuando el conflicto empezó.

Aunque habían rehecho sus vidas en Libia, todavía se enfrentaban a diversos problemas y querían ir a un país donde pudieran vivir en paz y sin temor a ser discriminados. "Mis hijos tienen problemas, especialmente los chicos", dijo George, explicando que se burlaban de ellos en el colegio por sus creencias religiosas.

Su mujer y sus hijas vestían de modo que pudieran ocultar su religión. "No podíamos llevar una cruz y teníamos que cubrirnos la cabeza", señaló Mary. Sus hijas a menudo tenían que salir acompañadas por sus padres cuando se movían por la ciudad.

Durante la visita de ACNUR, algunos miembros de la familia estaban afrontando mejor la situación que otros. Sus vivaces hijas mayores, Helen*, de 23 años, y Sarah*, de 21, trataban de sacar el máximo provecho de este ambiente desconocido, incierto y duro, donde la familia tenía que compartir las limitadas instalaciones con muchos otros.

Helen estudiaba el último año en la Facultad de Medicina de Trípoli cuando su familia tuvo que huir, pero se mantenía optimista sobre su futuro, pese a las preocupaciones de su padre. "Si no consigue graduarse, tendrá que repetir la carrera de medicina", dijo George con inquietud.

Pese a que Helen y Sarah tenían ganas de salir de Sallum, intentaban no lamentarse de su situación. Las chicas se habían ofrecido como voluntarias en una clínica instalada por la Organización Mundial de la Salud para ayudar a las personas atrapadas en la frontera. Con cientos de hombres solteros atrapados a su alrededor, George escoltaba a sus hijas cada día hasta la clínica.

Su hermano más pequeño, Michael*, de 17 años, se muestra retraído y callado. En Libia, pasó por un periodo particularmente complicado, ya que a menudo era objeto de burlas por parte de otros niños. Su hermano William* parece más seguro de sí mismo. "Quiero ir a la Universidad, acabar mis estudios. Quiero un conseguir buen trabajo; no quiero estar siempre desplazándome, viviendo bajo constante tensión", aseguró.

Dina, la benjamina de la familia, de 15 años, se sentía deprimida al mirar a su alrededor y ver la sala llena de gente. "No estoy contenta. Somos unos sin techo". Su ánimo sólo mejoraba cuando hablaba de las películas de Bollywood que había visto.

Poco después de que ACNUR visitara a la familia, la noticia que llevaban tanto tiempo esperando llegó: iban a ser reasentados. Pero primero tendrían que pasar unas semanas en el Centro de Tránsito de Emergencia en la ciudad rumana de Timisoara, que proporciona una residencia temporal a los refugiados cuya vida corre peligro.

Ahora están viviendo en este centro junto a un grupo de eritreos que han sido trasladados a Rumanía desde Túnez tras huir de Libia. Ellos tampoco pueden volver a su país de origen. Pronto este largo calvario habrá acabado para George, Helen y sus hijos, que podrán empezar una nueva vida en Estados Unidos. "Quiero vivir en paz, con libertad y sin temor a nada" dijo William, que aspira a ser piloto. Dina por su parte prefiere el periodismo. "Mi sueño es que mis hijos tengan un buen futuro: su educación, su seguridad y libertad" dijo su madre.

* Los Nombres han sido cambiados por motivos de protección.

Por Nayana Bose en Sallum, Egipto