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El poder del amor

Historias

El poder del amor

Historias de refugiados y refugiadas LGBTI que encuentran el amor más allá de las fronteras.
17 Mayo 2019
"Deberíamos tener el derecho a ser quienes somos, a ser libres y estar seguros", dice Pedro Fuentes* (izq.), un hombre trans de 25 años que se vio obligado a huir de El Salvador.

Poco después de que la policía hallara el cuerpo de su amiga, que había sido violada y asesinada tras revelar que era lesbiana, Maritza oyó que ella sería la próxima.


“Mi madre me llamó llorando un día”, recuerda esta mujer de 48 años. “Unos hombres le habían puesto una pistola en la sien y le habían dicho que Maritza era un blanco. “Me dijo que me fuera como alma que lleva el diablo”.

La última vez que vio su casa de Honduras fue a través de la ventana de un avión que despegaba rumbo a España.

Ahora, una década más tarde, Maritza ha hallado por fin seguridad y el amor como refugiada en Barcelona, junto a su compañera Jenny. Se conocieron online en 2015, cuando Maritza estaba hundida. Desde entonces han forjado un vínculo inquebrantable y un negocio –un taller de tatuajes-, que se llama como la amiga que fue asesinada en Honduras.

“Aquí estoy segura. Tengo mi negocio, tengo a mi amor. Sin amor no se puede vivir”

“Aquí estoy segura”, dice Maritza. “Tengo mi negocio, tengo a mi amor. Sin amor no se puede vivir. No creo que hubiera podido construir todo esto yo sola”.

Cada vez son más las personas LGBTI que huyen de la violencia o de la persecución en todo el mundo. Según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transexuales e Intersexo, más de 80 países criminalizan las relaciones entre personas del mismo sexo y cinco las castigan con la pena de muerte. Incluso estando a salvo, muchos refugiados LGBTI enfrentan múltiples dificultades para encontrar el apoyo que necesitan.

Algunas de esas personas, como Maritza, han comprobado cómo el amor puede darles la fuerza necesaria para cicatrizar heridas y reconstruir sus vidas.

“Jenny se encontró conmigo cuando yo pasaba por un muy mal momento”, revela. “Tenía una depresión y vivía en un albergue para personas sin techo. Quería conocer a alguien, pero también quería sentirme necesitada. Cuando nos conocimos, vi su sonrisa y me gustó en ese mismo momento. Nos hemos apoyado mucho la una a la otra. Me gustaría haberla conocido hace 20 años”.

El suave zumbido de su aguja de tatuar oculta un doloroso pasado en Honduras.

“Mi madre era una trabajadora sexual, y yo apenas veía a mi padre. Crecí con varias personas distintas. Con nueve años me fui a vivir con mi padrino, que abusó de mí sexual, física y mentalmente. Solía viajar mucho a la capital para ver a mi madre. Ella me compraba regalos –relojes de oro, zapatillas Nike-, era la niña más rica del colegio. Pero nunca estaba en casa porque allí abusaban de mí. Llevaba una doble vida”.

“Nos hemos apoyado mucho la una a la otra. Me gustaría haberla conocido hace 20 años”

Cuando tenía 17, se fue a los Estados Unidos, donde encontró trabajo. Para cuando volvió a Honduras en 2004, ya sabía que era lesbiana.

“Fue horrible”, cuenta. “Daba clases como profesora, pero me despidieron cuando se enteraron que era lesbiana. Supe que el jefe de estudios me había visto con mi novia porque su coche pasó al lado nuestro en dos ocasiones. Me molestó muchísimo. Me hice activista cuando a mi amiga le asestaron 22 puñaladas. En Honduras, las personas homosexuales no tienen vida.  Estás bajo una discriminación constante. No puedo volver jamás”.

Incluso después de huir de su hogar, las personas LGBTI refugiadas pueden seguir sufriendo daño, bien en el tránsito o en los países de asilo. Muchas tratan de ocultar su orientación sexual o su identidad de género para evitar abusos, lo que complica que agencias de ayuda como ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, puedan identificarlas y prestarles apoyo.

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Samer y Fadi aún están en situación de riesgo, a pesar de estar buscando asilo. Esta pareja siria huyó de su casa cuando el hermano de Samer amenazó con matar a Fadi. Desde entonces, han tenido que mudarse de casa seis veces huyendo de él. Incluso ahora, tienen miedo de revelar dónde viven.


“Planeamos nuestra huida durante un año”, dice Samer, de 28 años. “No teníamos dinero ni nada, así que empezamos a ahorrar algo. Pero nuestra experiencia en el exilio no es lo que esperábamos. Los miedos no se fueron, las amenazas no se fueron, aún vivimos con temor. Vivir aquí ha sido difícil. Hay tanta discriminación contra nosotros por ser sirios que incluso integrarse en la comunidad LGBTI ha sido duro. Sentimos que somos diferentes”.

Esperan ser reasentados a algún lugar seguro. Y, a pesar del miedo y de las amenazas, el amor que comparten les da la fuerza para seguir adelante.

“No pasamos por todo esto por ser separados de nuevo”

“Lo dejé todo para estar con él”, dice Fadi, de 24 años. “Tengo derecho a vivir con la persona a la que amo, sin que nadie me pregunte qué pasa y porqué. Quiero ser libre y vivir una vida normal. Le quiero tanto… me hace ser más fuerte”.

Samer, que ya evitó que Fadi se suicidara después de que sus familias trataran de separarlos, tampoco puede imaginar la vida sin su compañero.

“Es fuerte”, dice. “Si no lo fuera, no estaría aquí hoy”.

“Tengo derecho a vivir con la persona a la que amo, sin que nadie me pregunte qué pasa y porqué”

Las redes de apoyo son vitales para las personas LGBTI refugiadas, ya que a menudo han perdido la ayuda de su familia y están en situación de vulnerabilidad ante la violencia o el abuso.

“Como seres humanos, todos contamos con redes de apoyo, ya sea la familia, los amigos, la comunidad o grupos religiosos”, apuntaba el año pasado el Alto Comisionado de ACNUR Filippo Grandi. “Cuando la gente huye de sus hogares y sus comunidades, sus redes de apoyo se vuelven frágiles y se rompen, y se agudizan los riesgos de protección a los que se ven expuestos”.

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Pedro, activista transgénero de 25 años, puede por fin mirar al futuro, tras huir de El Salvador y buscar asilo en Guatemala.


 “En El Salvador la vida es especialmente difícil cuando eres trangénero”, cuenta. “Mi vida estaba en riesgo por causa de mi identidad de género. Las pandillas querían que vendiera drogas para ellos. Creían que, por ser una persona transgénero, podría pasar desapercibido para la policía. Lo rechacé muchas veces, pero una noche se presentaron en mi casa y me amenazaron. Me dijeron que me matarían si no accedía. No quería dejar mi país, pero no podía estar en un lugar donde mi vida corría peligro”.

Aunque las personas LGBTI pueden ser víctimas de grave violencia y discriminación en Guatemala, Pedro ha encontrado seguridad en su pequeña comunidad.

“En Guatemala, me siento aceptado en mi barrio, y muy poca gente me discrimina. He hecho un nuevo amigo en el que puedo confiar. También conocí a mi compañera Lucía, coordinando una reunión para la celebración del desfile del Orgullo”.

“Para los dos, fue amor a primera vista”, continúa Pedro. “Siento que estoy recuperando mi vida gracias a ella. Llevamos saliendo casi un año ya. Nos encanta ir a los parques, sentarnos junto a las raíces de grandes árboles y hablar”.

El y Lucía, de 25 años, irradian felicidad. Apasionados defensores de los derechos humanos, están decididos a seguir luchando por otras personas.

“Es importante reportar si las personas LGBTI están sufriendo abusos o discriminación”, dice Pedro. “No debemos quedarnos quietos cuando pasan cosas así. El miedo no nos debe detener. Debemos tener el derecho a ser quienes somos, para ser libres y vivir seguros”.

“Debemos tener el derecho a ser quienes somos, para ser libres y vivir seguros”

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Las personas LGBTI refugiadas tienen mucho que aportar.


Amani, de 38 años, huyó de Libia después de que su familia se enterara de que era lesbiana y amenazara con cerrar su negocio. La falta de apoyo económico, social y de otra índole desde la familia y las comunidades puede hacer que muchas personas LGBTI queden en situación vulnerable. Las mujeres homosexuales se encuentran especialmente en riesgo en aquellas sociedades donde la mujer tiene un estatus social y económico inferior.

Aislada de su familia, buscó asilo en Italia. Esta mujer emprendedora, pasó casi un año viviendo en un centro para refugiados e inmigrantes, con otras 60 mujeres.

“Estaba triste y lloraba en mi cuarto”, recuerda. “Quería tener privacidad, pero lo compartía con otras tres chicas. Tienes que tener cuidado de con quién hablas. Me sentía sola y escondía mi identidad de género porque tenía miedo de que me atacaran. Pero, tras unos meses, empecé a hablar con la persona que llevaba mi caso y me abrí sobre porqué estaba allí”.

Para conectar con el resto, Amani empezó a cocinar para los otros refugiados y con el tiempo puso en marcha una empresa social, aún activa a día de hoy.

“Era un proyecto pequeño”, dice. “Ahora es enorme, cocinamos en muchos centros. Me gusta porque puedes hablar con la gente, puedes intercambiar conocimiento, cocina y música. Es un intercambio cultural”.

Espera que su última iniciativa, un grupo de apoyo y asesoramiento para mujeres lesbianas que buscan asilo en Italia, haga la vida más fácil a quienes han huido de su hogar por las adversidades.

“Siento que es como mi misión”, cuenta Amani. “Porque yo no pude encontrar a nadie cuando llegué. Quizás ahora podamos hacer algo”.

Amani y su compañera María, que vive en Suiza, se conocieron el año pasado en una reunión de voluntarios de organizaciones caritativas. María ha encontrado un espíritu afín en Amani, habiendo tenido que huir con su familia de la persecución política en Chile cuando tenía cuatro años.

“La vi y me enamoré inmediatamente”, recuerda María con una sonrisa. “No podía creer que esos bellos ojos fueran reales”.

“Somos muy diferentes”, añade Amani. “Pero tenemos muchas cosas en común. Ella me dice que yo le enseño cosas que jamás pensó que existían, que le abro la mente”.

“La vi y me enamoré inmediatamente. No podía creer que esos bellos ojos fueran reales”

En un momento en el que 68,5 millones de personas han huido de sus hogares, el amor cobra más importancia que nunca, derribando barreras y construyendo comunidades. Tiene el poder de unir a la gente, incluso cuando todo a su alrededor se cae a pedazos.

ACNUR trabaja para proteger a las personas LGBTI refugiadas y solicitantes de asilo. Pero los retos continúan y hay mucha gente que corre el riesgo de seguir invisibilizada. Necesitamos tu ayuda.

* Los nombres se han cambiado por razones de protección.