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Para una refugiada con discapacidad visual, la inclusión le permite alcanzar sus objetivos

Historias

Para una refugiada con discapacidad visual, la inclusión le permite alcanzar sus objetivos

Por primera vez desde que huyó de Etiopía, Magartu va a la escuela junto a estudiantes sin discapacidad y ahora está entre los mejores de su clase.
3 Diciembre 2021 Disponible también en:
La historia de una joven con discapacidad visual que vive en el campamento de refugiados de Kakuma, Kenia. Magartu Dedefi estudia junto a alumnos que no tienen alguna discapacidad y ahora es una de las mejores de su clase.

Magartu está sentada en la puerta de su casa, navegando en su teléfono. Como la mayoría de los adolescentes, disfruta descansar de sus estudios para relajarse y revisar sus mensajes.


Esta refugiada etíope de 16 años perdió la vista a una edad temprana y ha aprendido a adaptarse a la vida sin ella. Utiliza una aplicación accesible en su teléfono, activada por voz, para navegar entre las aplicaciones de sus redes sociales favoritas.

“Cuando alguien me envía un mensaje, lo escucho y respondo a través de la aplicación. Así es como me mantengo conectada con mis amistades”, sonríe.

Magartu tenía sólo ocho años cuando ella, su hermano mayor y su hermana huyeron de Etiopía debido al conflicto. Cuando llegaron al campamento de Kakuma en Kenia, sus hermanos la inscribieron inmediatamente en la escuela primaria de Tarach, una institución especial para la niñez con discapacidad. 

“Al principio, la escuela era estresante. Lloraba mucho porque no entendía el idioma. Sentía que todo el mundo hablaba de mí”, recuerda, y añade que sus profesores fueron pacientes con ella y la ayudaron a aprender inglés, la lengua oficial de la educación en Kenia.

“Al principio, la escuela era estresante. Lloraba mucho porque no entendía el idioma”.

En sexto grado, se cambió a una escuela ordinaria, donde la niñez con discapacidad se integra con el resto de los alumnos. El personal y los estudiantes la acogieron y la apoyaron. Al compartir aula con otros estudiantes y participar en actividades extraescolares como deportes y clubes, empezó a sentir una nueva confianza. 

“No tenía competencia en la escuela especial, ya que era la única alumna de sexto grado. Así que, independientemente de las calificaciones que sacara, siempre era la primera de la clase”, explica. “Me gustó mi nueva escuela porque había competencia. Tuve el valor de creer que podía ser la primera de mi clase. ¿Quién soy yo para no ser la número uno?, añade.

Más de 12 millones de personas con discapacidad como Magartu han sido desplazadas por la fuerza debido a la persecución, violencia y a las violaciones de los derechos humanos en todo el mundo, aunque las encuestas y las evaluaciones sugieren que el número real puede ser mucho mayor.

Suelen estar más expuestas a la violencia, la discriminación, la explotación y los abusos, se enfrentan a obstáculos para acceder a los servicios básicos, y a menudo se ven excluidas de la educación y de la posibilidad de trabajar y ganarse la vida.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, reconoce que incluir a las personas con discapacidad en la educación es un paso vital para que puedan desarrollar su potencial y vivir una vida plena y digna.

Para alcanzar ese objetivo en Kenia, ACNUR y sus socios en materia de educación, la Federación Luterana Mundial (FLM), Finn Church Aid y Humanity & Inclusion, pusieron a prueba la educación inclusiva en varias escuelas del campamento de Kakuma y el asentamiento adyacente de Kalobeyei, incluida la antigua escuela de Magartu. Los estudiantes con discapacidad comparten las aulas con los demás estudiantes, lo que da lugar a un ambiente menos discriminatorio y más inclusivo para ellos.

La primera fase del proyecto piloto consistió en la participación de la comunidad y la sensibilización en las escuelas, con padres, tutores, líderes comunitarios y alumnos. Los estudiantes seleccionados se inscribieron para el proyecto piloto, con el consentimiento de sus padres y tutores.

“Gracias a la educación inclusiva, hemos visto una mayor igualdad en la participación de toda la niñez en las actividades escolares, explica Elizabeth Wanjiku, Responsable de Educación Inclusiva de la FLM con sede en Kakuma. “Pueden participar más y estar orgullosos de sus logros personales. Más alumnos con discapacidad están contentos con esta dirección”.

Ali Omar Duale, Oficial de Educación de ACNUR en Kakuma, añade: “es importante garantizar que las escuelas estén bien dotadas de recursos, que se desarrollen las capacidades de los profesores y que las infraestructuras sean accesibles para todos, para gestionar adecuadamente las distintas necesidades de los alumnos”.

“Es importante garantizar que las escuelas estén bien dotadas de recursos”.

Todo indica que Magartu está en camino a cumplir sus objetivos. A principios de este año, se presentó a los exámenes finales nacionales de educación primaria y se graduó entre los mejores estudiantes de su clase. Y lo que es mejor, fue una de las mejores alumnas con discapacidad: de más de 2.600 alumnos con discapacidad en todo el país, solo 318 estudiantes, incluida Magartu, obtuvieron más de 300 puntos de los 500 posibles.

“Estoy muy contenta de ser una de las mejores estudiantes del campamento”, comparte orgullosa.

Con la pandemia de COVID-19, se realizaron esfuerzos para garantizar la continuidad del aprendizaje en todo el país y en el campamento, con la financiación de los donantes. Afortunadamente, las soluciones digitales accesibles que utilizan la tecnología móvil han garantizado que alumnos como Magartu puedan seguir el ritmo de sus estudios.

“Recibí libros de texto en braille para leer por mi cuenta y un radio para seguir las clases de radio en vivo”, añade Magartu.

De acuerdo con Elizabeth, de la FLM, el logro de Magartu inspirará a muchos otros estudiantes con discapacidad a creer en sí mismos.

“Continuamos instando a los padres y tutores a que inscriban a sus hijos con discapacidad en las escuelas ordinarias”, añade.

“Siempre habrá retos en la vida, pero ¿saben qué? Podemos superarlos”.

Magartu tiene ahora una beca de ACNUR en una escuela preparatoria local y está decidida a terminar sus estudios e inscribirse en la facultad de Derecho.

“Quiero ser abogada porque quiero defender a las personas a las que se les han negado sus derechos, como las personas con discapacidad, los huérfanos y las viudas”, comenta.

Insta a las personas con discapacidad a trabajar por sus sueños y a no rendirse nunca.

“Sean valientes y sigan trabajando duro. Siempre habrá retos en la vida, pero ¿saben qué? Podemos superarlos”.