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Refugiada y sobreviviente de violencia sexual trabaja por la paz en Ruanda

Historias

Refugiada y sobreviviente de violencia sexual trabaja por la paz en Ruanda

Refugiada de 27 años ayuda a sanar a otras personas a través de su trabajo en Ruanda luchando contra la SGBV. [for translation]
7 Diciembre 2015 Disponible también en:
Refugiada de RDC usa sus experiencias para ayudar a otros en Ruanda.

KIGALI, Ruanda, 7 de Diciembre de 2015 (ACNUR). Jacqueline Umutesi tuvo una infancia traumática. Pero eso no ha impedido a esta refugiada de 27 años ayudar a sanar a otras personas a través de su trabajo, como una de las más prominentes organizadoras comunitarias en Ruanda que luchan contra la violencia sexual y por motivos de género (SGBV).

Las experiencias que Jacqueline ha tenido con el exilio y la violencia apoyan su trabajo. Con tan sólo 14 años se vio forzada a huir de su casa en Itongo en Rutshuru, República Democrática del Congo (RDC) y ella y su familia vivieron un año en el campamento de refugiados de Mudende. Luego, en 1997, la milicia invadió el lugar y disparó indiscriminadamente, matando a cientos de personas.

Buscando seguridad, Jacqueline se trasladó al campamento de refugiados de Gihembe, que hoy alberga a más de 14.500 refugiados congoleses, casi todos sobrevivientes de esa masacre. Pero, para esta joven mujer, la pesadilla sólo estaba comenzando.

Un año después de llegar a Gihembe, Jacqueline fue víctima de una práctica cultural llamada guterura (tradicional rapto de la novia). "A media noche, llegó un grupo de personas a mi casa" recuerda. "Yo tenía 17 años. Ellos pusieron una bolsa de plástico sobre la cabeza de mi madre para que no pudiera ver, y me llevaron".

"Al año siguiente di a luz una niña, mi primera hija mujer", continúa, "el hombre que me llevó se convirtió en mi esposo. Era un soldado de la RDC. Esa era nuestra cultura así que ni yo ni mis padres podíamos oponernos".

Las próximas dos décadas, Jacqueline sufrió violencia, humillaciones y privaciones. "Incluso cuando quedaba embarazada, mi esposo me golpeaba", señala. "Él dormía con otras mujeres y se contagió con VIH. Estaba muy enojado e intentó prender fuego a mi casa, así que hui y me vine a vivir con mi madre".

A pesar de sus temores, estaba decidida a recomenzar su vida. Hoy, es parte de un grupo de nueve movilizadores comunitarios que trabajan con Plan Internacional, un socio del ACNUR que trabaja en el campamento de Gihembe. Este grupo busca iniciar conversaciones y generar conciencia sobre la SGBV y la igualdad de género.

Los resultados de sus esfuerzos son evidentes. "En nuestra cultura, se solía aceptar sin cuestionar que todo lo que un hombre dijera, él tenía la razón" señala. "La única persona que tenía derecho a hablar en la casa era el hombre. Pero eso está cambiando. Ahora si una mujer habla se considera una discusión".

Y eso no es todo, algo fundamental, es que la práctica de rapto de novias y matrimonio forzado se ha detenido, y la violencia sexual y física en contra de las mujeres y las niñas ya no se considera aceptable. "Hoy, si alguien golpea a su esposa, la gente lo recrimina y llama a la policía. Ahora hay consecuencias".

Jacqueline con frecuencia actúa en producciones teatrales para generar conciencia sobre la violencia sexual. "Si bien las historias son ficticias, me resultan muy emotivas y con frecuencia lloro" indica. "Las personas dicen que soy muy buena actriz, pero solo estoy reaccionando a las emociones que siento de acuerdo a mis propias experiencias de vida".

Sin embargo el sexo por supervivencia es todavía un problema, aún hay muchas mujeres y niñas lo suficientemente desesperadas para vender sus cuerpos a cambio de comida, ropa y otras necesidades esenciales. Como madre, a Jacqueline le preocupa su hija. "Me preocupan los riesgos que enfrenta al salir de la escuela, especialmente el sexo por supervivencia, que es un problema para las niñas adolescentes" señala. "Por lo menos cuando mi hija está en la escuela no me tengo que preocupar".

Pero viendo cómo su trabajo ha transformado las vidas de las mujeres y niñas en el campamento, Jacqueline tiene muchas esperanzas para el futuro.

"Confío que al contarle a otras mujeres sobre lo que me sucedió, el día de mañana no les suceda lo mismo a ellas".

Por Martina Pomeroy