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Intervención del Alto Comisionado Filippo Grandi en el evento “2023 Kofi Annan Geneva Peace Address”

Discursos y declaraciones

Intervención del Alto Comisionado Filippo Grandi en el evento “2023 Kofi Annan Geneva Peace Address”

IHEI, Ginebra
3 Noviembre 2023 Disponible también en:
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En algún momento de nuestras vidas, muchas de las personas aquí presentes pensamos que había iniciado una época de paz, que si bien no era perfecta ni se había instalado en todo el mundo, podía irse esparciendo por otras partes del planeta. Luego de que el Muro de Berlín por fin se convirtiera en escombros, pensamos que empezaba una época en la, a paso lento pero seguro, la cooperación resarciría todas las fracturas provocadas por la Guerra Fría.

Por ese motivo, hace un par de años, concluí que el Papa Francisco exageraba cuando advirtió que nos acercábamos a una “Tercera Guerra Mundial a trozos”.

Sin embargo, como suele hacerlo, con estas palabras el Papa Francisco quizás vaticinó, tristemente, lo que ocurriría. Queridos amigos, digo esto porque vemos con angustia la destrucción de Gaza, tras haber sido testigos de la devastación provocada por cohetes rusos en los vecindarios ucranianos; de los ataques perpetrados por grupos armados en tranquilas ciudades sudanesas; de la fragmentación de las comunidades etíopes a causa de la violencia; de la transición de Afganistán, que ha dejado atrás años de enfrentamientos civiles y se encuentra ahora en una aparente calma en la que mujeres y niñas no tienen derechos. En otras palabras, ante una letanía de crisis, una detrás de otra, la única conclusión a la que podemos llegar es que…

… nos encontramos, nuevamente, en una época bélica.

Muchas gracias, Ahmad [Fawzi], por su presentación. Gracias también a la Fundación Kofi Annan, por haberme invitado a participar en este evento. Estoy, asimismo, muy agradecido con Marie-Laure [Salles] y con el Instituto de Posgrados por habernos invitado; siempre es un placer cruzar la calle [entre sus instalaciones y las nuestras]. Doy igualmente las gracias a Nathalie Fontanet por haber comunicado el compromiso que Ginebra tiene hacia la consolidación de la paz; también agradezco a Patricia [Danzi], a Jürg [Lauber] y al Gobierno de Suiza por el firme apoyo que han brindado al ACNUR y a la labor humanitaria.

Gracias también a Barbara [Hendricks] y a Ulf [Englund] por su conmovedora interpretación (confieso que me hicieron llorar), y por la extraordinaria solidaridad que por décadas han tenido con ACNUR y con las personas refugiadas.

Es un honor estar aquí, convocados por el nombre y el espíritu de Kofi Annan, quien fungió como Secretario General mientras muchos de nosotros nos formábamos en las Naciones Unidas y en otras instancias. Cuando concluyó su gestión, Kofi Annan siguió estando disponible para un gran número de colegas y amistades, quienes lo veían como un mentor y asesor valioso y confiable. Cuesta creer que han pasado cinco años desde su partida.

Además, en momentos de guerra, es muy significativo hablar con un espíritu de paz, como el que caracterizaba a Kofi Annan.

En estos momentos, además de que la impunidad aumenta, hay quienes toman las armas para matar, violar, destruir y, sobre todo, hacerse con el poder. Son momentos de marcadas divisiones en el mundo; quizás las más graves que hayamos visto hasta ahora. Sin importar hacia dónde miremos ni qué temas estén sobre la mesa, esas divisiones se hacen patentes, no solo en la geopolítica mundial, sino también en las comunidades locales. Pareciera que todo lleva a la polarización, como si no existiera ninguna alternativa: “Sé como nosotros; de otro modo, no eres una buena persona, no eres leal ni mereces respeto o derechos”.

Las divisiones más pronunciadas – sur y norte, este y oeste, ricos y pobres, fuertes y débiles – se han hecho más evidentes con la respuesta desigual e inequitativa a la pandemia de COVID-19, con la invasión rusa de Ucrania y, ahora, con la guerra en Gaza, que aumenta el riesgo de una fractura irreparable.

Como saben, el mandato de ACNUR, la organización que represento, no contempla operaciones en el Territorio Palestino Ocupado. Sin embargo, como trabajador humanitario – que, de hecho, trabajó nueve años en UNRWA – y como una persona sumamente preocupada por la posible expansión del conflicto, debo hablar sobre esta terrible situación. Con vehemencia comparto la postura de António Guterres, Secretario General, quien expuso su visión de una manera muy clara ante el Consejo de Seguridad (el 24 de octubre).

Por un lado, es imperativo condenar los ataques de Hamás contra civiles israelíes y liberar a los rehenes; por otro lado, es inaceptable la operación militar israelí que no solo ha estado matando civiles palestinos, sino que también ha destruido infraestructura civil y ha negado el acceso a asistencia básica. Esta escalada del conflicto, por cierto, es contraproducente, pues nos alejará aún más de una paz verdadera y justa, que es la única vía para garantizar la seguridad de las personas israelíes y palestinas.

Por tanto, si bien las imágenes de esta terrible guerra nos llenan de angustia y sufrimiento, debemos hacer todo lo posible para lograr que esta devastadora crisis se convierta en una oportunidad para reactivar el discurso de paz en Medio Oriente. Como precisé el martes, frente al Consejo de Seguridad, no nos engañemos: la solución al conflicto palestino-israelí no ha sido escurridiza en los últimos años, sino que se le ha evadido repetidamente, a consciencia y a voluntad, pues se considera que se trata de una cuestión casi irrelevante que sería innecesaria con otras iniciativas mucho más amplias. Poco a poco se fue extendiendo la creencia de que, por un lado, los altos el fuego temporales podrían sustituir los esfuerzos por consolidar una paz verdadera – algo que sin duda es difícil e, incluso, lacerante – al responder a estallidos crónicos de violencia; y, por otro lado, que todo volvería a la normalidad – aunque no hay nada normal en una ocupación, especialmente una que ha durado 56 años – hasta que la violencia estallara nuevamente, en un ciclo interminable.

Hemos comprobado, dolorosamente, que el error de cálculo fue mayúsculo.

Sin embargo, no quiero centrarme únicamente en Gaza y Medio Oriente, porque aplazar la paz y perpetuar conflictos no resueltos – que no solo afectan a los poderosos, sino que tienen un impacto desastroso en millones de vidas – se está convirtiendo en un patrón común en muchas partes del mundo.

Por ese motivo, en las últimas estadísticas (publicadas apenas la semana pasada), ACNUR indicó que son 114 millones las personas refugiadas y desplazadas. En el informe anterior, la cifra era de 110 millones; en el anterior a ese, 89 millones, y así sucesivamente. Cuando Kofi Annan fungía como Secretario General, la cifra era de 40 millones. Estas terribles cifras aumentarán, porque siguen surgiendo crisis que se suman a las ya existentes (en los últimos doce meses, por ejemplo, ACNUR declaró 46 emergencias en 32 países); y en las crisis existentes se posterga la paz y los conflictos continúan.

No es mi intención aburrirles con una detallada descripción de las diversas crisis a las que el personal humanitario debe hacer frente todos los días. Pueden consultar la lista en múltiples informes; estos son algunos ejemplos: Las personas sudanesas refugiadas en Chad nos han contado historias de violaciones, mutilaciones y asesinatos en Darfur. Hace 20 años, el mundo se enfureció con estas historias; hoy, sin embargo, apenas se les menciona en las coberturas mediáticas de 24 horas. Los abusos que día con día sufren mujeres, niñas y niños al este de la República Democrática del Congo generan tal desesperación, que tener sexo por supervivencia se ha convertido en un mecanismo de defensa para miles de personas desplazadas por un conflicto del que han surgido muchos otros conflictos sin resolver. En el Sahel, los desplazamientos han aumentado porque la inestabilidad política ha fortalecido a los grupos armados; en Myanmar han colapsado los intentos por consolidar la paz en el país luego de un golpe militar. La desesperación y la miseria provocadas por los estragos que causan los conflictos, el cambio climático y la pobreza están presentes en todo el mundo; por tanto, un número creciente de personas se ve forzado a emprender peligrosas travesías, como narró Barbara en el poema que recitó. Por ejemplo, entre las personas que atraviesan uno de los lugares más peligrosos del mundo, la selva del Darién en Centroamérica (estaré ahí la próxima semana), hay mujeres y hombres de países asiáticos y africanos.

Apreciables amigas y amigos,

En un mundo azotado por la guerra, parece más fácil hablar de castigos, penas y ajuste de cuentas (como ocurre en el Consejo de Seguridad con demasiada frecuencia), en lugar de hablar de paz y seguridad, que es lo que deberíamos buscar y mantener. Por ello, la Semana de la Paz en Ginebra es sumamente oportuna e importante; y justo por eso sigue siendo esencial la labor que realiza la Fundación Kofi Annan.

Como muchos de ustedes saben (incluso mejor que yo), Kofi Annan personificaba la idea de que, como hemos escuchado, debe buscarse la paz incluso cuando hacerlo parece una tarea imposible. En ese sentido, Kofi Annan fue el funcionario de las Naciones Unidas de mayor trascendencia, y permítanme compartir que me sentí muy orgulloso al ver ese video. Kofi Annan era un intenso multilateralista; era un líder internacional y un hombre africano orgulloso de serlo. Además, era un comprometido defensor de la paz.

Muchos de nosotros hemos aprendido lecciones que, con su importante legado y con la labor que realizaron a lo largo de sus vidas, líderes como él – incluidos otros ejemplos de su generación – nos han ido dejando en momentos tan difíciles como estos. Yo mismo me beneficié de su ejemplo y guía.

Hoy, por tanto, llenémonos de inspiración con sus acciones. Al igual que muchos de nosotros, Kofi Annan se sentiría desalentado con lo que ocurre en el mundo; sin embargo, no permitiría que la desesperación se apoderara de él. Sabía que debemos contribuir, siempre, a nuestra manera, enfrentando duras situaciones con los ojos muy abiertos, sin obviar la historia ni el contexto y sin ceder a la ingenuidad frente a la realidad del momento;

reconociendo que no es fácil lograr avances, sino que se requiere paciencia, compromiso y empeño,

porque, como él mismo lo dijo: “la paz no será nunca un logro perfecto”,

y, citando las palabras con las que concluyó el prefacio de su autobiografía, porque “Sueño con un mundo en el que mujeres y hombres [...] [puedan] hacer frente a las presiones de la injusticia y la desigualdad, sin importar dónde se den; es decir, un mundo en el que puedan actuar”.

Hoy, por tanto, para invitar a la reflexión, permítanme compartir algunas ideas – muy muy simples – en busca de la paz y sobre qué podemos hacer desde mi propia óptica, que no corresponde a un agente político, sino a un trabajador humanitario.

Ante todo, por favor asegurémonos de que la acción humanitaria se mantenga firme. Esta cuestión me genera gran preocupación últimamente. Son tantas las crisis y la consolidación de la paz ha estado fallando tanto, que la presencia de los organismos humanitarios y sus operaciones no habían sido tan necesarios como lo son ahora. El personal humanitario está allá afuera, salvando vidas. Sin embargo, se nos pide hacer más con menos recursos. Estabilizar y brindar ayuda requiere mucha más financiación y respaldo político, para, por lo menos, avivar un poco la esperanza. De no contar con ello, habrá más muertes, más sufrimiento, más desplazamientos y más enojo; en otras palabras, el entorno no será favorable para que se establezca la paz.

En segundo lugar, como decía, el personal humanitario está en el terreno, con las personas afectadas. No obstante, es común que estemos solos, sobre todo en las frágiles situaciones en las que trabajamos cada vez con mayor frecuencia (por ejemplo, bajo el control de autoridades de facto, regímenes no reconocidos o gobiernos con sanciones internacionales). En estos contextos, los diplomáticos, los funcionarios para el desarrollo y los negocios salen de escena, pero el personal humanitario debe permanecer y, como mínimo, salvar vidas. Es en este punto cuando deberíamos gozar de mucha más flexibilidad, en lugar de que se nos exija trabajar con una mano atada, que es lo que ocurre en muchos sitios. Me refiero, ante todo, a la flexibilidad de quienes controlan el territorio, pero también a la flexibilidad y a la confianza de otras partes interesadas, como los donantes, lo cual nos daría más libertad en cuanto a cómo y con quiénes colaboramos para realizar nuestra labor.

En tercer lugar, de manera decisiva y sistemática debemos abordar una cuestión que es esencial para alcanzar la paz, es decir, invertir en más esfuerzos y recursos para promover la resiliencia en las poblaciones afectadas cuando estalla una crisis. Nos habrán escuchado hablar de “desarrollo en situaciones de emergencia”, pero podríamos también hablar de la necesidad de “consolidación de la paz en situaciones de emergencia”.

Hace poco visité el este de Chad, la parte más pobre de un país de renta baja que, nuevamente, ha estado recibiendo a cientos de miles de personas sudanesas refugiadas de Darfur. Estuvimos en comunidades de acogida que comparten los pocos recursos que tienen con las personas forzadas a huir. Es evidente que la asistencia humanitaria ni es suficiente ni se ha adaptado para garantizar que las personas que lo requieren reciban apoyo sostenible. Por ese motivo, agradecí haber estado ahí junto con el Banco Mundial, que, en medio de esta aguda crisis, logró comprometer un número sustancioso de recursos para potenciar la resiliencia, construir escuelas, reforzar la infraestructura sanitaria, facilitar el acceso a las energías sostenibles y hacer frente a la inseguridad alimentaria, que es crónica.

Para mí, así se ve la consolidación de la paz, porque la ausencia de estas inversiones se traduciría en entornos tan frágiles, que sería mucho mayor el riesgo de que el conflicto se expanda desde Sudán. La resiliencia es un baluarte de la paz, que podrá alcanzarse solo si cambia la manera en que el desarrollo funciona. Por ese motivo son tan importantes las reformas – propuestas, entre otras personas, por el propio Secretario General – a la arquitectura financiera global. Por ese motivo, considerando que el cambio climático detona conflictos, revertir la emergencia climática o, por lo menos, garantizar que las personas en situación de vulnerabilidad cuenten con las herramientas y los recursos que requieren para mitigar o adaptarse a las circunstancias son también medidas para la consolidación de la paz.

Amistades queridas,

Quisiera abordar un cuarto y último punto. Para contrarrestar las tendencias y las acciones que estamos viendo, nuestro mundo, que está en guerra, necesita con urgencia que se retomen los principios del derecho y el sentido de humanidad. En esta ocasión, quisiera proponer que dividamos esta cuestión en dos capas que, si bien son distintas entre sí, están relacionadas.

La primera tiene que ver con el hardware, es decir, con el cumplimiento de la ley.  Esto es especialmente importante a medida que se aproxima la celebración del 75 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. En distintas partes del mundo se violan derechos humanos con impunidad, con lo cual se pierden los logros alcanzados con el empeño y el sacrificio que muchas personas han hecho por años. Contrarrestar estas tendencias, incluso lograr que la justicia sea un instrumento de paz, resulta esencial y nos ayudará a reconfigurar el contrato social, que se está desmoronando en muchas sociedades.

Por cierto, hablando de guerras, es concretamente el derecho internacional humanitario el que se ha estado contraviniendo sin castigo alguno para quienes incurren en incumplimiento, pero con graves consecuencias para las poblaciones civiles. A medida que los ejércitos adquieren mayor poder y la tecnología facilita los enfrentamientos (incluso desde teclados en distintas partes del mundo), vemos que milicias y milicianos atacan la infraestructura y arremeten contra civiles sin ningún reparo. Estas acciones son inaceptables. La tecnología ha cambiado; sin embargo, el desarrollo de las hostilidades y el respeto al derecho internacional humanitario no pueden hacerlo. Es mucho más difícil derrotar a un enemigo en el campo de batalla; por tanto, hay razones de sobra para entablar negociaciones, en vez de castigar a la población civil. La respuesta a los ataques civiles será más ataques civiles; como decía, un ojo por ojo que provocará una ceguera generalizada.

Este es un llamado a líderes políticos, redactores de políticas públicas y hombres armados.  La segunda capa, que se refiere al software, nos invita a la reflexión, sin importar el puesto que ocupemos ni el poder que tengamos. Al respecto, sin duda escucho la voz de Kofi Annan, una voz que nos insta a mostrar respeto, incluso y sobre todo a las personas con las cuales no concordamos.

Es una voz que invita a dar cuidados, a actuar con compasión, a hacer contribuciones positivas no solo en el discurso, sino también con acciones. En un mundo en el que vemos tantas divisiones, en la sociedad y en las familias; en un mundo en el que abundan los discursos de odio, incluidas las expresiones de antisemitismo e islamofobia o que atacan a las personas refugiadas y migrantes; en un planeta que está siendo atacado implacablemente; en este mundo tan convulso, son sumamente necesarios el respeto, el cuidado, la compasión y la solidaridad hacia la humanidad misma.

Cimientos así – que emanan de valores y conductas individuales – permitirán consolidar la paz, una que, aunque imperfecta, sea verdadera.

Muchas gracias.