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Tanatóloga colombiana da entierro digno a venezolanos sin recursos

Historias

Tanatóloga colombiana da entierro digno a venezolanos sin recursos

Cuando las personas refugiadas y migrantes de Venezuela no pueden costear entierros dignos, Sonia Bermúdez se asegura de que sus cuerpos tengan un lugar donde descansar.
17 Marzo 2021 Disponible también en:
Sonia Bermúdez ha dedicado su vida a garantizar que todas las personas tengan un entierro digno.

Sonia Bermúdez se dedicó a la tanatología durante casi cincuenta años; en ese tiempo, no podía aceptar el lamentable hecho de que las familias que tenían la posibilidad de costear un funeral recibían un trato distinto en comparación con aquellas que no podían hacerlo.

Por tanto, para eliminar esa desigualdad fundó una organización sin fines de lucro que se dedica a garantizar que las personas en situación de pobreza y vulnerabilidad reciban un entierro digno, sin importar su nacionalidad ni el poder adquisitivo de sus familias.

“Quienes han fallecido piden ayuda y compasión”.

En 1996, cuando Colombia atravesaba un cruento conflicto armado que se extendería por más de cincuenta años, nació la organización “Gente Como Uno”. Desde entonces, se hace cargo de todo el proceso funerario en favor de personas de escasos recursos.

La organización adquirió un cementerio; ahí yacen más de 300 venezolanos, que incluyen personas refugiadas y migrantes que murieron buscando protección después de verse obligadas a abandonar su hogar debido a la inseguridad y el hambre.

“Me entristecía ver cómo llegaban después de cruzar la frontera”, dijo Sonia, una tanatóloga de formación que se retiró después de haber trabajado 46 años en Medicina Legal en Riohacha, una ciudad al noreste de Colombia, en la frontera con Venezuela.

La médica forense Sonia Bermúdez fundó la organización sin ánimo de lucro Gente Como Uno para ofrecer un entierro digno a las personas de Venezuela que fallecen en Colombia y no pueden costear los servicio fúnebres.

Se estima que, en años recientes, 1,7 millones de personas refugiadas y migrantes de origen venezolano han buscado protección en Colombia. Miles han atravesado el país, muchas veces a pie, sin importar los riesgos que conlleva el viaje a Ecuador, Perú e incluso Chile. No todas han llegado a su destino.

Si bien no se sabe cuántas de las personas que han huido de Venezuela han muerto en el extranjero, en la región se conocen, con demasiada frecuencia, historias de personas que han muerto atropelladas en carreteras y autopistas, o que han sucumbido al cansancio o a enfermedades.

Al principio, Sonia solo ayudó a una familia. Enterrar a su ser amado en el cementerio de la organización de beneficencia “les trajo paz y tranquilidad”, dijo Sonia.

Ahora, cuando alguien muere en la comunidad venezolana en Riohacha, un municipio fronterizo de casi 200.000 habitantes, las familias, amistades o compañeros de viaje de la persona fallecida saben dónde encontrar a Sonia, quien guarda algunas de las historias de las personas que entierra; por ejemplo, la historia de una madre y su hijo adulto. A causa del estrés, la madre falleció de un paro cardíaco. Su hijo, desconsolado, se quitó la vida poco tiempo después. Madre e hijo yacen en el cementerio de la organización de Sonia.

“Imagina el dolor de una familia que no puede darle un entierro digno a su ser amado”.

“Nunca olvidaré su historia”, dijo Sonia, quien agregó: “me dejó una marca muy profunda”.

“Gente Como Uno” arrancó hace veinticinco años, después de que las autoridades de Riohacha le dijeron a Sonia que no había espacio para enterrar a las personas “sin nombre”, es decir, aquellas que nadie había identificado.

Sonia simplemente no pudo aceptarlo. Fue insistente con las autoridades municipales hasta que logró conseguir un lote de 5,5 hectáreas en las afueras del pueblo para arrancar el proyecto.

“Quienes han fallecido piden ayuda y compasión”, dijo Sonia, quien suele decir “mis muertos” para referirse a las personas que ayuda a enterrar.

La labor que “Gente Como Uno” lleva a cabo es agotadora, tanto física como emocionalmente, comentó Sonia. Además, si bien ha recibido fondos de distintas organizaciones (entre ellas, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados), los costos operativos de la pequeña ONG suelen rebasar el poco presupuesto con el que cuenta; por tanto, Sonia debe sacar dinero de su propia bolsa para enterrar a las personas que necesitan de su ayuda.

Aun así, Sonia no abandona la misión de garantizar que las personas en mayor situación de pobreza y vulnerabilidad reciban un entierro digno, sin importar su nacionalidad ni su condición jurídica.

“Imagina el dolor de una familia que no puede darle un entierro digno a su ser amado”, dijo, y agregó que ese tipo de dolor suele ocasionar problemas sociales más adelante. “Creo que mi labor, que consiste en ayudar a las personas más vulnerables, es mi mayor contribución a la construcción de paz”.