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Payasos españoles hacen reír a los refugiados con su novia favorita

Historias

Payasos españoles hacen reír a los refugiados con su novia favorita

ACNUR entrevista a Tortell Poltrona, el payaso de la nariz roja, uno de los clowns más famosos y fundador de Payasos sin Fronteras.
23 Febrero 2011 Disponible también en:
Tortell Poltrona, el payaso de la nariz roja, actúa en la fiesta celebrada con motivo del 60 aniversario de ACNUR en Ginebra.

GINEBRA, Suiza, 22 de marzo (ACNUR) – Jaume Mateu es una leyenda en el mundo del circo en España, donde es más conocido como Tortell Poltrona, el payaso de la nariz roja.

Mientras él crecía durante el régimen del dictador Francisco Franco, que murió en 1975, la risa era un bien escaso y los payasos tenían que hacer frente a muchas restricciones. En su ciudad natal, Barcelona, Jaume Mateu fundó el Circ Cric y el Centro de Investigación de las Artes del Circo, trabajando junto a otros payasos y artistas famosos, como Joan Miró o Joan Brossa.

Sin embargo, ha sido mediante su labor como fundador y seguidor incondicional de Payasos Sin Fronteras, que este hombre de 55 años ha llevado la alegría y la felicidad a miles de jóvenes refugiados y desplazados internos en todo el mundo. Jaume ha trabajado periódicamente con ACNUR y el pasado mes de diciembre actuó en la fiesta del 60 aniversario de la Agencia de la ONU para los Refugiados en Ginebra. Durante esta visita a la sede de la Agencia en Ginebra, Jaume Poltrona conversó con el editor de la web de ACNUR, Leo Dobbs.

Extractos de la entrevista.

Cuéntenos un poco sobre cómo fueron sus inicios.

Me crié durante la posguerra española. Durante la dictadura de Franco, en España era difícil encontrar payasos, especialmente aquellos que se atrevieran a hablar en catalán. Yo fui uno de los pocos payasos de Cataluña que actuaba en catalán y así fue como empecé a ganar dinero y a construir mi circo . . . Creo que ser payaso es algo revolucionario de por sí.

Empecé a trabajar de manera profesional en 1974 . . . Aprendí a base de actuar en la calle. Entré en contacto con otras personas que querían trabajar como payasos y que también actuaban en la calle y en los parques. Conocí, por ejemplo, al famoso payaso suizo Dimitri. Me encantaba mi trabajo y sentía que todos teníamos una parte de payaso en nuestro interior.

Los niños son payasos por naturaleza, porque expresan todo lo que sienten. Cuando crecen y se convierten en adultos, empiezan a mentir. Los niños, en cambio, no mienten. Nosotros [los payasos] sentimos esta pureza con los niños. Y además la historia está llena de payasos, como por ejemplo, dos santos, San Ginés y Santa Filomena, que eran payasos profesionales.

¿Cuáles fueron los orígenes de Payasos Sin Fronteras?

Los niños de un colegio de Barcelona me pidieron que fuera a la Península de Istria, en Croacia, para que actuara para los niños refugiados de allí [de las guerras yugoslavas de 1991-1995]. Los niños españoles habían contactado con los niños refugiados a través de un programa de voluntariado. Desde la Península de Istria, los refugiados les dijeron a los niños catalanes: "¿Sabéis qué es lo que más echamos de menos? Echamos de menos las risas, pasarlo bien, divertirnos."Así que los niños españoles me pidieron que fuera con una compañía y para allá nos fuimos en coche [en 1993]. Los niños de Barcelona hicieron una recaudación para pagar el viaje y se vinieron con nosotros a Croacia – un grupo de niños de 12 años. Tras esta primera experiencia, que sería la precursora de Payasos Sin Fronteras, comenzamos a contar nuestra experiencia a otros payasos en España y a establecer un grupo. Durante el primer año [1993-1994], organizamos doce expediciones a los Balcanes.

Empezamos en Istria y después fuimos a Mostar [en Bosnia Herzegovina]. Recibimos ayuda de ACNUR y de las tropas españolas que estaban destinadas en la zona, que nos ofrecieron medios de transporte para poder llegar a más niños de la zona . . . Y más tarde, Payasos Sin Fronteras empezó a actuar en Sarajevo, siempre en campos de refugiados. Todos nuestros voluntarios son artistas profesionales de circo. Salen una vez al año y pasan entre 20 y 25 días en el terreno, ofreciendo unas dos o tres actuaciones al día.

Cuando empezamos, a algunas personas les podría parecer que era una broma: ¡una ONG de payasos en medio de la guerra! Era surrealista. Al principio nos preguntábamos qué estábamos haciendo allí, pero tras esta primera experiencia nos invadió una sensación de poderosa emoción. Tuvimos una bienvenida muy cálida y la visita resultó muy positiva para los niños.

¿Cuándo comenzó a crecer la organización?

Después de 1994, se abrió una sección de Payasos Sin Fronteras en Barcelona y posteriormente se crearon secciones nacionales en Estados Unidos, Suecia, Bélgica, Sudáfrica, Canadá, Irlanda, Alemania y Francia. Estamos tratando de crear una federación internacional, pero somos payasos, es difícil organizar nada.

¿Y qué sucedió con su sección de Payasos Sin Fronteras?

Tras los Acuerdos de Dayton [1995] terminó la guerra de Bosnia Herzegovina y, aunque continuamos trabajando allí, también empezamos a ir a otras zonas: actuamos para los refugiados en los campos del Sáhara Occidental en Argelia y después nos fuimos a ver a los palestinos en Cisjordania y en la franja de Gaza.

A día de hoy, Payasos Sin Fronteras trabaja en unos doce países y actuamos unas 400 veces cada año ante más de 200.000 niños . . . Nuestra sede está en Barcelona, tenemos cinco empleados fijos y cerca de 200 voluntarios, incluyendo payasos y magos. También contamos con unos 1.200 socios que nos ayudan a pagar gastos de administración y al personal fijo. Empleamos fondos de donantes privados y públicos para financiar los viajes a otros países.

La mayoría de nuestros payasos son españoles y argentinos, pero algunas veces colaboramos con secciones de otros países. En 2010, por ejemplo, trabajamos con Payasos Sin Fronteras de Estados Unidos en Haití. Recaudamos algún dinero y pudimos desplazar a dos compañías de Estados Unidos a Haití, mientras que sólo hubiéramos podido desplazar a una compañía desde España.

Desde el principio habéis estado colaborando con ACNUR. Háblenos de esta relación.

En colaboración con ACNUR, tenemos proyectos en la República Democrática del Congo, Líbano, Siria y Jordania, y en 2009 también trabajamos en Angola . . . Tenemos una relación especialmente buena con ACNUR y con su oficina en Madrid. Para nosotros, ACNUR es como nuestra novia favorita.

En Congo, gracias a ACNUR hemos podido actuar en los campos de la inestable provincia de Kivu Norte. También con el apoyo de ACNUR hemos podido formar a mujeres voluntarias iraquíes en Siria sobre cómo ayudar a otras refugiadas a recuperarse de los traumas. También formamos a artistas locales y nos coordinamos con ACNUR en los mensajes que queremos transmitir a través de nuestras actuaciones, ya sea sobre educación, salud, protección o violencia contra las mujeres. No podríamos haber realizado esto sin la ayuda de ACNUR y espero que esta cooperación continúe durante mucho tiempo.

¿Qué recuerdos guarda de todos sus viajes?

He ido a más de 30 misiones. Para mí, cada misión tiene algo especial y aprendo mucho de cada una de ellas. Realmente dejo mi marca con esta nariz roja. Desde detrás de esta nariz veo muchas cosas. Cuando estoy actuando miro a la gente y veo la fragilidad, al mismo tiempo veo las cosas buenas y tristes de la humanidad. En esta situación, ves lo mejor y lo peor de los seres humanos.

Una de las cosas que recuerdo de las primeras expediciones es que, después de una actuación, hubo personas de diferentes grupos étnicos que se pusieron a comer todas juntas. Esto me hizo pensar en el poder de la nariz. En 2007, durante una misión a la étnicamente dividida ciudad de Mitrovica en Kosovo, los niños serbios y albano kosovares se sentaron juntos por primera vez para ver nuestro espectáculo. Aunque iban al mismo colegio, los serbios estudiaban por la mañana y los kosovares por la tarde. Gracias a Payasos Sin Fronteras se sentaron todos juntos.

En otra ocasión, llegué a Sri Lanka 10 días después del tsunami en el océano Índico del 26 de diciembre de 2004 con Médicos Sin Fronteras. El primer día actuamos en una escuela de secundaria donde sólo 700 de los 1.500 niños habían sobrevivido al tsunami. Después de la actuación, el director vino y nos dijo, "la gente ha traído colchones, mantas y medicinas, pero hasta ahora nadie nos ha dado la vida. Vosotros nos habéis hecho reír, nos habéis devuelto la sonrisa y nos habéis llenado de vida."

¿Son peligrosas las zonas a las que vais?

Siempre tratamos de que nuestra presencia no perjudique a ninguna de las comunidades que visitamos y procuramos no involucrarnos en discusiones políticas. Sin embargo, hemos tenido problemas en algunas zonas. En una ocasión, la milicia croata me tuvo secuestrado durante 24 horas. Durante varios días, estuve viajando por los campamentos actuando para los niños bosnios, pero tenía que pasar un puesto de control de la milicia. Yo les decía, "hola" y "adiós". Pero un día cuando llegué y dije "hola", oí cómo quitaban el seguro de sus pistolas. Entonces uno de ellos dijo, "No vas a ir donde los bosnios. Hoy, vas a actuar para nuestros niños."

¿Crees que tu trabajo con los desplazados marca una diferencia?

Creo que existe una realidad antes de que lleguemos y otra posterior. Por ejemplo, en 2005 fui a los Balcanes y visité un barrio que había sido reconstruido con la ayuda del Ayuntamiento de Barcelona. Una mujer de 24 años se acercó y me dijo, "Gracias por hacerme reír hace 12 años". También me enseñó un poco de confeti que había cogido durante ese espectáculo. En una ocasión, en un hospital, visitamos a un niño que estaba traumatizado y que comenzó a hablar con uno de nuestros payasos después de haber permanecido en silencio durante tres años. Si puedes llegar a estos niños con sentimientos positivos, pueden empezar a sonreír, a reír.

¿Entonces es importante reír?

Sí, sí, es muy importante. Las lágrimas y las sonrisas están muy cerca las unas de las otras.