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'El cambio climático es la crisis determinante de nuestro tiempo y afecta especialmente a las personas desplazadas'

Historias

'El cambio climático es la crisis determinante de nuestro tiempo y afecta especialmente a las personas desplazadas'

Andrew Harper, asesor especial de ACNUR sobre acción climática, describe cómo el calentamiento global es causa de desplazamiento y por qué resulta vital adoptar medidas decisivas ahora.
30 Noviembre 2020 Disponible también en:
Refugiadas malienses en el campamento de Goudoubo, Burkina faso.

En 2019, las condiciones meteorológicas peligrosas provocaron cerca de 24,9 millones de desplazamientos en 140 países. La investigación muestra que, sin una acción climática y una reducción del riesgo de desastres ambiciosas, los desastres climatológicos podrían duplicar el número de personas que precisan asistencia humanitaria hasta alcanzar los 200 millones anuales en 2050. Andrew Harper, asesor especial de ACNUR sobre acción climática, se reunió con el editor del sitio web global de ACNUR Tim Gaynor en Ginebra para valorar la situación actual y el modo en que ACNUR y sus asociados deben actuar para evitar verse sobrepasados.


¿Qué impacto va a tener el cambio climático sobre las personas más vulnerables?

El cambio climático es la crisis determinante de nuestro tiempo y afecta de manera desproporcionada a las personas más vulnerables del mundo. Las personas desplazadas y apátridas son algunas de las que más protección necesitan.

En un escenario de calentamiento global, las condiciones meteorológicas extremas (fuertes lluvias, sequías, olas de calor, tormentas tropicales) son cada vez más impredecibles, más intensas y más frecuentes, al tiempo que aumenta el riesgo de nuevas condiciones meteorológicas adversas tanto repentinas como de evolución lenta, tales como inundaciones, deslizamientos de tierras, erosión, incendios forestales y desertificación. Al mismo tiempo, el aumento del nivel del mar está provocando mayores inundaciones costeras, erosión, salinización de los suelos y la amenaza de una inundación permanente de zonas bajas.

Las comunidades vulnerables ya están sufriendo los efectos del clima sobre los alimentos, el agua, la tierra y otros servicios de ecosistemas necesarios para la salud humana, los medios de vida, el asentamiento y la supervivencia. Mujeres, niños y niñas, adultos mayores, personas con discapacidad y pueblos indígenas se ven afectados de manera desproporcionada.

La resiliencia frente a crisis climáticas, degradación ambiental y desplazamiento suele ser menor en contextos de fragilidad y conflicto. Siete de los diez países más vulnerables y peor preparados para gestionar el cambio climático acogen operaciones de mantenimiento de la paz o una misión política especial. Los efectos del cambio climático pueden agravar las dinámicas de conflicto y otros factores desencadenantes de enfrentamientos y fragilidad.

Las ocho peores crisis alimentarias de 2019 tuvieron lugar todas ellas en países en los que opera ACNUR y estuvieron asociadas tanto a crisis climáticas como a conflictos. Sin una acción climática y una reducción del riesgo de desastres ambiciosas, los desastres climatológicos podrían duplicar el número de personas que precisan asistencia humanitaria hasta alcanzar los 200 millones anuales en 2050.

ACNUR es una agencia de protección a personas refugiadas. ¿Por qué debería implicarse en la respuesta al desplazamiento en el contexto del cambio climático?

Como agencia de protección a personas refugiadas, evidentemente nos preocupan las personas que se han visto desplazadas por conflictos o persecución a través de fronteras internacionales. Si bien establecer un vínculo directo entre cambio climático y flujos de personas a través de fronteras internacionales puede suponer un desafío, podemos ver que el cambio climático es un factor multiplicador del riesgo o de las amenazas para otros elementos determinantes del desplazamiento.

El cambio climático no conduce por sí mismo al conflicto, pero incrementa la inseguridad alimentaria. Multiplica los desafíos a la hora de acceder a medios de vida y presiona los servicios educativos y sanitarios. A menudo esto se combina con presiones sobre la gobernanza y el acceso a los recursos en general, y cuando existen desafíos relacionados con agravios sociopolíticos y religiosos, o estructuras comunitarias, la combinación de factores podría ser la chispa que acabe por prender la situación.

A menos que todos los actores implicados adopten medidas proactivas para suavizar estas vulnerabilidades, en el futuro cabe esperar una mayor incidencia de conflictos. Esta es nuestra principal preocupación en este momento. Necesitamos integrar mejor el conocimiento y la ciencia actuales para poder tomar decisiones mucho más informadas. Tenemos que establecer el vínculo entre cambio climático, vulnerabilidad y desplazamiento para poder anticiparnos a las poblaciones en situación de riesgo con la antelación suficiente. Al utilizar enfoques anticipativos podemos ser una agencia más previsiva y mejor preparada para aportar protección y enfrentar los desafíos presentes y futuros más acuciantes.

¿Dónde se deja ver ya la interacción entre cambio climático, conflicto y desplazamiento?

La región del Sahel es uno de los ejemplos más claros de cómo el cambio climático puede interactuar de manera negativa con otras megatendencias. Por ejemplo, en el Sahel se está produciendo un incremento masivo de población y se espera que la población se multiplique casi por dos en los próximos 20 o 30 años. Al mismo tiempo, el Banco Mundial informa de que la productividad de la tierra en el Sahel se ha reducido en un 30% o 40% más. El incremento de la población y el descenso de la productividad de la tierra se unen a los problemas en materia de gobernanza. La combinación de estos factores puede amenazar la supervivencia de los más vulnerables y contribuir a las presiones en la región, lo cual puede crear un elevado riesgo de conflicto.

Así pues, la cuestión es si estos desafíos afectarán solo al Sahel o si cabe esperar la aparición de tendencias similares en otras regiones, en especial en África Occidental y el Sur de África. De nada sirve analizar el conflicto una vez que se produce. Debemos anticipar dónde el cambio climático va a agravar las tendencias, crisis y fragilidades subyacentes para tener un plan antes de que estalle un conflicto.

¿En qué otras zonas ve aparecer estas tendencias?

Cada región tiene su propio conjunto de desafíos climáticos, y cada contexto creará distintas vulnerabilidades y peculiaridades. Sin embargo, es importante que nos anticipemos cada vez más al impacto del cambio climático en las distintas regiones en 5, 10, 15 años, de modo que podamos implementar programas que enfrenten desde ya las vulnerabilidades que esperamos ver más adelante. Debemos invertir ahora en lugar de esperar a que las personas se vuelvan tan vulnerables que no tengan más remedio que desplazarse.

Para ello, hemos estado analizando modelos y tratando de desarrollar las lecciones aprendidas del trabajo llevado a cabo para proyectar futuros movimientos de población en Centroamérica y Sudamérica a partir de proyecciones climatológicas. Una idea pasa por utilizar esta metodología de modelado en otras áreas como el Sahel, el sur de África y el sur de Asia.

También estamos analizando la región del Pacífico Sur, que enfrenta el problema de la subida del nivel del mar. ¿Cómo afectará eso al concepto de integridad territorial de los estados? ¿Como afectará al potencial de apatridia? Debemos plantear estas preguntas y encontrar una respuesta antes de que sea demasiado tarde.

También vemos que, cuando las personas se ven forzadas a desplazarse como consecuencia del cambio climático y el conflicto, es muy poco frecuente que regresen. En el pasado el retorno era una solución verdaderamente sostenible una vez que pasaba la situación de conflicto. Ahora el cambio climático y la degradación ambiental hacen que las zonas de retorno sean demasiado peligrosas para vivir en ellas o demasiado frágiles para soportar grandes poblaciones, por lo que las personas carecen de un lugar viable al que regresar. Esto cambia el modo en que ACNUR debe contemplar y enfocar soluciones duraderas en el futuro.

Refugiados rohingya bajo una fuerte lluvia monzónica en el campamento de Kutupalong, en Bangladesh, en junio de 2018.

Los medios se hacen cada vez más eco del término “refugiado climático”, pero la Convención sobre los Refugiados de 1951 no incluye ninguna disposición sobre personas desplazadas como consecuencia del cambio climático. ¿Qué protección pueden tener aquellas personas que se vean forzadas a desplazarse más allá de sus fronteras?

La inmensa mayoría de las personas desplazadas por amenazas climatológicas permanece dentro de las fronteras de sus propios países. Con el paso del tiempo, ACNUR ha desempeñado un importante papel en apoyo del desarrollo internacional, regional, nacional y subnacional de leyes y políticas pertinentes para personas desplazadas internas. Nuestro objetivo es desarrollar la resiliencia y la capacidad nacionales para brindar apoyo a la población, de modo que no se vea forzada a desplazarse más allá de las fronteras nacionales.

El marco legal mundial de protección internacional para personas refugiadas puede ser aplicable a quienes se vean impelidos a cruzar una frontera internacional, de modo que les brinde protección internacional de manera eficaz. En concreto, cuando los efectos de los desastres y el cambio climático interactúan con instancias de violencia, conflicto o persecución que provocan desplazamientos, esas personas pueden ser consideradas refugiadas en el marco de la Convención sobre los Refugiados de 1951. No existen refugiados climáticos per se, pero eso no quiere decir que la Convención sobre los Refugiados de 1951 no se pueda aplicar a determinadas situaciones.

Además, la Convención de la OUA y la Declaración de Cartagena incluyen criterios más amplios que reconocen como refugiados a quienes se ven forzados a abandonar su país como resultado de “circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público”. Estos mecanismos de protección pueden aportar un grado de seguridad y protección para personas que huyen de amenazas causadas por peligros naturales. Nuestro objetivo es garantizar el uso íntegro de los mecanismos de protección existentes.

Al resolver una reclamación interpuesta por un residente de Kiribati que solicitaba asilo como consecuencia de los efectos de la subida del nivel del mar, el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas concluyó en enero que los países no pueden deportar a personas que enfrenten condiciones inducidas por el cambio climático que supongan una violación del derecho a la vida. ¿El caso de Ioane Teitiota ha abierto una puerta para la reevaluación del cambio climático como motivo para solicitar asilo?

Fue una decisión interesante porque indicó que, de acuerdo con el derecho internacional de los derechos humanos, incluso quienes no son “refugiados” tienen derecho a no ser retornados a un país si con ello está en riesgo o se inflige un daño irreparable al ejercicio de su derecho a la vida. El Comité consideró que “si no se toman enérgicas medidas en los planos nacional e internacional, los efectos del cambio climático en los Estados receptores pueden exponer a las personas a la violación de sus derechos”, de modo que otros países no podrían retornarlas.

El Comité determinó que, en el caso concreto de Teitiota, no se violó su derecho a la vida porque se adoptaron suficientes medidas de protección a pesar de la gravedad de la situación en Kiribati. Sin embargo, supone un paso enorme reconocer que el impacto del cambio climático pueda crear una necesidad de protección internacional en el futuro, aunque no resultara de aplicación en el caso de Teitiota. De modo que deja abierta la puerta a un mayor análisis y una revisión más detallada de las necesidades de protección internacional.

Aunque el Comité concluyó que no había motivos suficientes en el caso de Teitiota, dada la probabilidad que se que produzca un incremento del nivel del mar en lugares como Kiribati, estos motivos sí podrían justificarse en el futuro. Es una base para estudiar más en profundidad qué tareas de mitigación y adaptación serían necesarias para hacer posible que las personas permanezcan con seguridad en su país y sus comunidades. Esa es la esencia. Estas ubicaciones van a ser cada vez menos habitables en el futuro, por lo que tenemos que situarnos en la punta de lanza del debate sobre cómo podemos apoyar programas de resiliencia, preparación y adaptación en estas áreas, tanto para personas desplazadas como para comunidades de acogida.

Por ejemplo, aquí es donde cobra tanta importancia el Foro Mundial sobre los Refugiados (GRF, por sus siglas en inglés) a la hora de crear alianzas estratégicas con agencias de desarrollo y con instituciones regionales. El siguiente paso consiste en anticiparnos mucho más. Necesitamos ser una organización preparada para el futuro, no solo para el aquí y ahora. Nuestro objetivo no es ampliar nuestro mandato, sino asegurarnos de que la protección esté disponible para quienes lo necesiten.

¿Qué está haciendo ACNUR para suavizar el impacto ambiental de campamentos y asentamientos de refugiados?

Este año hemos desarrollado un Marco Estratégico sobre Acción Climática que cubre tres pilares de respuesta. El primer pilar hace referencia al trabajo legal y normativo en materia de protección a personas que se ven forzadas a desplazarse como consecuencia del cambio climático. El objetivo general es apoyar a las personas desplazadas en un contexto de desastres y cambio climático para que tengan acceso a protección a través de una guía para la interpretación y aplicación de los marcos legales y de políticas aplicables, del desarrollo de asesoramiento y de la catalización de discusiones internacionales. El Departamento de Protección Internacional acaba de publicar un documento de consideraciones legales sobre las necesidades de protección internacional de las poblaciones.

El tercer pilar se refiere a las medidas que está adoptando ACNUR para ser más verde. Tratamos de mejorar la sostenibilidad medioambiental a través de la reducción de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero y de la minimización de los impactos negativos en el medio ambiente. Se presta especial atención a la mejoría de la recopilación de datos y a nuestro consumo energético, así como a identificar áreas en las que llevar a cabo una transición a energía sostenible y preferiblemente renovable.

El segundo pilar es el más importante para su pregunta. Hace referencia a nuestros esfuerzos para mejorar la resiliencia de las personas desplazadas frente a los riesgos climáticos y otros riesgos medioambientales, y para reforzar la preparación y la resiliencia en situaciones de desastre. Esto incluye apoyo a la gestión ambiental y a la energía renovable en escenarios de desplazamiento.

Por ejemplo, el campamento de Kutupalong, en el distrito de Cox’s Bazar (Bangladesh) ha recibido un influjo de más de 700.000 personas refugiadas de la etnia rohingya procedentes de Myanmar desde agosto de 2017. Cuando llegaron los refugiados la única fuente de combustible para cocinar eran los bosques cercanos: al poco tiempo toda la zona había sido talada. Inmediatamente después, ofrecimos a los habitantes del campamento gas licuado de petróleo, lo cual supuso que ya no fuera necesario talar árboles. Esto no solo es bueno para la salud de las personas, puesto que dejan de respirar el dióxido de carbono procedente de la combustión de la madera, sino que también protege los bosques que rodean el campamento, lo cual contribuye a la reducción del riesgo de desastres gracias a la estabilización del suelo, reduciéndose así el riesgo de desprendimientos. Al proporcionar una energía alternativa limpia y reforestar la tierra, toda la comunidad se vuelve más resiliente ante peligros naturales y condiciones meteorológicas extremas.

También estamos tratando de encontrar modos de ampliar el ámbito de aplicación de microproyectos y pretendemos invertir en iniciativas medioambientales o energéticas que se enmarquen en los planes nacionales de medio ambiente, los planes nacionales de adaptación y los planes de energía sostenible. Este aumento de escala resulta fundamental. Plantar 100 hectáreas de árboles no es suficiente. Tenemos que plantar 100.000 hectáreas. Tenemos que hacer las cosas a escala y tenemos que asegurarnos de que la comunidad local vea que existe un beneficio neto.

¿Qué impacto tiene la pandemia de COVID-19 sobre los grupos vulnerables al clima? ¿La respuesta global está teniendo algún aspecto positivo?

Las poblaciones desplazadas tienen a menudo medios de vida precarios y acceso reducido o nulo a redes de seguridad social y servicios sanitarios. Estas vulnerabilidades se agravan en “zonas climáticas conflictivas” o en lugares donde los medios de vida ya están en situación de riesgo como consecuencia del cambio climático y la degradación ambiental. La COVID-19 añade una capa más de vulnerabilidad.

Por ejemplo, algunas poblaciones residentes en campamentos o asentamientos vulnerables en África Occidental, el sur de África o el sur de Asia podían trabajar, pero desde que comenzó la pandemia han perdido sus empleos. De modo que en lugar de poder aportar flujos de ingresos hacia estos asentamientos, la nueva situación complica el desgaste y la vulnerabilidad del contexto. En este sentido, ha supuesto un doble golpe. También ha agravado algunos casos de degradación ambiental en algunas de estas zonas.

Pero se pueden aprender valiosas lecciones de la respuesta global ante la COVID-19. Nos indica que, si queremos mitigar el impacto de un desastre tenemos que estar preparados para actuar rápido y de manera integral. Si lo ignoramos, enfrentaremos graves consecuencias. El desafío de combatir el cambio climático consiste en que la respuesta necesaria es más compleja. Como dijo hace poco el activista indígena Hindou Ibrahim en la sesión inaugural del Diálogo del Alto Comisionado, “no nos podemos poner una mascarilla contra el cambio climático. Contra el cambio climático no existen vacunas”. Es grave. Nuestra respuesta tiene que ser más urgente y decisiva que la respuesta ante la COVID-19, y ese no es el caso por el momento. Si pudiéramos comprimir el tiempo entre ahora mismo y los próximos 20 o 30 años y las personas pudieran ver la magnitud del desastre que se nos avecina, entonces quizá veríamos algo de acción. Por desgracia, por ahora está aparcado en la cuneta. Y hoy dentro de diversas organizaciones, incluida la nuestra, no vemos necesariamente un sentido adecuado de emergencia. Es un problema de difícil solución. Si bien la verdadera negación del cambio climático no es habitual, la incapacidad sistemática por mitigar y preparar desafía toda lógica y es una forma de negación más sutil que debemos superar. 

¿Cuál es la prioridad más urgente para usted y para su equipo en los próximos 12 meses?

Ahora que hemos desarrollado el Marco Estratégico, la prioridad es hacerlo operativo. Acudiremos a las distintas regiones, identificaremos a nuestros asociados dentro de cada equipo de país de las Naciones Unidas, las autoridades nacionales y las comunidades en el terreno. Juntos definiremos cuáles son las prioridades y dónde se puede marcar una diferencia.

Debemos preguntarnos cómo nos tenemos que posicionar no solo para dar respuesta a las actuales necesidades de protección, sino para convertirnos en una agencia de protección proactiva que mitiga necesidades de protección futuras. Creo que eso es lo que los gobiernos van a querer que hagamos.

El GRF y el Pacto Mundial sobre los Refugiados deben proporcionarnos incentivos y un marco de responsabilidad compartida para mitigar el impacto del cambio climático en el futuro de las poblaciones refugiada y de acogida. Esto supone que debemos trabajar con actores del desarrollo, con el sector privado, con las comunidades y con las autoridades nacionales porque eso nos ayudará a centrarnos en un posicionamiento estratégico unificado, y porque si colaboramos podemos conseguir mejores resultados a escala que tengan un impacto real y se fundamenten en las necesidades de la comunidad en el terreno.