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Palabras del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados Filippo Grandi en la Conmemoración del 70 Aniversario de la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados

Declaraciones y discursos

Palabras del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados Filippo Grandi en la Conmemoración del 70 Aniversario de la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados

8 Noviembre 2021

Gracias Jesús.

También por tu trabajo tan importante en apoyo de ACNUR.

Querido Presidente Sánchez,

Señores Ministros,

Señoras y señores,

Es un inmenso placer para mí estar hoy aquí con todos ustedes.

Quiero agradecer muy especialmente al gobierno de España y al Presidente Sánchez, la oportunidad de conmemorar conjuntamente el 70 aniversario de la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados.

También quiero agradecer la generosidad de España y de su sociedad civil con las personas refugiadas; y reconocer su compromiso en la búsqueda de soluciones , tanto a través del multilateralismo, como a nivel regional, nacional y local. Hemos visto en los últimos meses los esfuerzos de las autoridades para responder a la difícil situación en Afganistán; su apoyo en otros lugares donde el desplazamiento forzoso es también una realidad, como América Latina; o a través de su contribución a programas solidarios de vacunación contra la COVID-19.

El evento de hoy, no es solo una “celebración”. También nos da la oportunidad de reflexionar sobre el valor de la Convención en las últimas siete décadas y sobre su importante facultad de adaptarse a los nuevos contextos.

Gracias a este instrumento hemos podido salvar millones de vidas. La Convención define quién es un refugiado y expone la necesidad de darle protección, asistencia y derechos sociales.

La Convención se basa en dos principios clave:

El derecho de toda persona a buscar y disfrutar de asilo y la prohibición absoluta de devolver a un refugiado.  

La Convención es un instrumento vivo, imprescindible en un entorno internacional cambiante. Por eso, su mandato ha inspirado diversos acuerdos regionales, como la Declaración de Cartagena o también el sistema común de asilo de la Unión Europea.

La agenda política de 1951 era muy distinta a la realidad de hoy. Sin embargo, este marco de derechos sigue protegiendo a las personas víctimas de nuevas formas de persecución, violencia y conflictos, hasta nuevos fenómenos como las catástrofes naturales derivadas del cambio climático, o las pandemias como la COVID-19; la violencia contra las mujeres y las niñas; o la persecución por motivos de identidad de género u orientación sexual.

A pesar de ello, sigue habiendo múltiples desafíos:

En el último año, durante la pandemia, casi 200 países cerraron sus fronteras y más de 60 de ellos no hicieron ninguna excepción con los solicitantes de asilo.

Los muros son hoy la imagen de la denegación del acceso al asilo. En todo el mundo vemos a diario ejemplos de devoluciones y de violencia en frontera. Sabemos el reto que suponen las llegadas irregulares. Es importante buscar soluciones prácticas y humanas que no se contrapongan a los derechos fundamentales.

A veces se confunde, a veces deliberadamente, las distintas necesidades de migrantes y refugiados, buscando beneficios políticos y despertando las peores reacciones en las sociedades. Incluso, algunos países europeos presentan ahora proyectos legislativos para “externalizar” el derecho al asilo, descargando así su responsabilidad en naciones más pobres o islas apartadas.

Preocupan las fuertes diferencias en las tasas de reconocimiento de refugiados en el marco de la Unión Europea. Algo va mal cuando tenemos respuestas tan diferentes ante los mismos conflictos y las mismas circunstancias.

Hoy, ni siquiera somos capaces de calcular la pérdida de vidas en el mar de personas que buscan protección. En este sentido, quiero reconocer la labor de Salvamento Marítimo español. Su tarea es un ejemplo práctico de la defensa de la vida y de los principios universales que reivindicamos hoy aquí.  

Son ejemplos como éste los que nos dan esperanza.

Este espíritu de solidaridad es precisamente el motor del Pacto Mundial sobre los Refugiados. Los Estados se han comprometido a compartir la responsabilidad de acoger y proteger a los refugiados, junto con actores de la sociedad civil, las ONG, las empresas, las universidades, las administraciones o las ciudades, entre otros. Ambiciona un futuro inclusivo, donde las personas refugiadas contribuyen plenamente con sus habilidades, fortalezas y energía en sus sociedades de acogida.

Para ello es fundamental promover el reasentamiento desde un primer país de acogida, los visados humanitarios o becas para estudiantes refugiados. También los proyectos de patrocinio comunitario, que surgieron en Canadá hace más de 50 años y que involucran a la sociedad civil en el proceso de acogida.

Vemos a diario como el patrocinio comunitario en España, concretamente en el País Vasco, en Valencia y en Navarra, demuestra una vez más el inmenso compromiso social de su ciudadanía. Espero que pueda expandirse en el futuro por todo el país a través de un Programa Nacional.

Quisiera terminar por ello con un profundo agradecimiento a la sociedad española.

Una sociedad no solo acogedora, sino también profundamente solidaria. Los ciudadanos españoles son hoy el principal donante privado de ACNUR; más de medio millón de personas apoyan de forma regular nuestro trabajo humanitario. Su ayuda va más allá del aporte económico: es un refuerzo moral.

La energía de España nos invita así a mantener el optimismo y, precisamente, a cultivar la esperanza.  

Y es hoy un ejemplo de la solidaridad internacional que el preámbulo de la Convención considera indispensable para lograr soluciones a los problemas que causan flujos de refugiados.

Por todo ello, les doy las gracias.