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Trabajadores de salud refugiados están al frente de la lucha contra la COVID-19 en los campamentos de Bangladesh

Historias

Trabajadores de salud refugiados están al frente de la lucha contra la COVID-19 en los campamentos de Bangladesh

Trabajadores comunitarios de salud capacitados – todos ellos refugiados rohingyas – refieren a los pacientes sospechosos de tener COVID-19 en los asentamientos para que sean examinados y reciban tratamiento.
24 Julio 2020 Disponible también en:
Los voluntarios de acercamiento comunitario hacen un trabajo fundamental informando a los refugiados que viven en los campamentos de Bangladesh. Un voluntario visita una familia en el campamento de refugiados de Charkmakul, el 26 de enero de 2020.

Saidul Karim pasa sus días visitando todos los alojamientos a lo largo de los caminos fangosos que atraviesan el asentamiento de refugiados de Kutupalong, en Bangladesh. Las familias que le abren las puertas lo conocen bien. Las ha visitado cada dos semanas desde que comenzó a hacer voluntariado trabajando como trabajador de salud comunitario poco después de huir de Myanmar, en 2017.

Saidul es uno de los más de 1.400 refugiados rohingya capacitados para ir de puerta en puerta en los campamentos densamente poblados que albergan a unos 860.000 refugiados rohingya, compartiendo información sobre salud e higiene, buscando indicios de la enfermedad, registrando los nacimientos y las muertes y actuando como puente entre las comunidades de refugiados y los centros de salud.

La confianza que Saidul y otros voluntarios han construido con las familias que visitan ha sido fundamental desde que se detectaron los primeros casos de COVID-19 en el distrito de Cox’s Bazar, en mayo. Han podido contrarrestar los rumores que circulan en los campamentos con información precisa y consejos prácticos.

“Las personas nos confiesan que tienen miedo”, dijo Saidul. “Han oído lo peligrosa que es la enfermedad y también que mucha gente en todo el mundo está muriendo”.

“Las personas nos confiesan que tienen miedo”

Saidul ahora visita las 150 casas del bloque que se le ha asignado cada semana. Explica a las familias cómo pueden protegerse del COVID-19 y cuáles son algunos de los síntomas comunes del virus. A quienes muestran indicios de síntomas, les aconseja que se hagan la prueba de COVID-19 en un centro de salud y les explica qué apoyo pueden recibir en los centros de aislamiento y tratamiento.

“Les explicamos a las personas que, si tienen síntomas y están asustadas, y no reciben tratamiento a tiempo, toda su familia puede resultar afectada, así como a las personas de su entorno”, explicó.

Haroon, un refugiado de 55 años que vive en Kutupalong, comenzó a desarrollar los síntomas de COVID-19 en junio y fue remitido por uno de los trabajadores comunitarios de salud para que le hicieran pruebas. “No sabíamos nada de la enfermedad, sólo que era mortal. Los voluntarios comunitarios de salud me ayudaron a vencer mi miedo y a recibir el tratamiento adecuado. He aprendido que esta enfermedad es curable si se toman las medidas adecuadas”, dijo.

El propio Saidul no es inmune al miedo a infectarse, pero quiere seguir sirviendo a su comunidad. “Tenemos miedo, pero seguimos tratando de hacer lo mejor posible”, dijo. “Estamos manteniendo el distanciamiento físico, usando tapabocas y centrándonos en la importancia de nuestros servicios”.

Una refugiada rohingya capacitada como trabajadora comunitaria de salud visita un hogar en su comunidad para concienciar sobre la COVID-19.

Aunque la situación es preocupante, hasta ahora el número de casos identificados de COVID-19 entre la población de refugiados rohingya es relativamente bajo, con sólo 62 casos al 21 de julio. Según la Dra. Asma Absari, oficial de apoyo técnico de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “el mayor reto al que nos enfrentamos es convencer a las personas para que se hagan la prueba. Los voluntarios nos ayudan a acercarnos a la comunidad y discutir con ellos la necesidad de hacerse la prueba y cómo prevenir una mayor propagación de la enfermedad”.

El papel de los voluntarios comunitarios de salud se ha vuelto aún más importante, ya que los trabajadores humanitarios han reducido considerablemente su trabajo en los campamentos para reducir el riesgo de transmisión del virus.

La OMS ha trabajado con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, para capacitar a los voluntarios en la identificación de los síntomas asociados con COVID-19 para que puedan remitir a las personas para que se les haga la prueba. Pero deben hacer frente al temor y los rumores que han desalentado a muchas personas a acercarse a los centros de salud.

“Inicialmente, los refugiados pensaban que, si alguien manifestaba que tenía algún síntoma similar a los de COVID, la gente los podía atacar y las autoridades podían llevárselos”, explicó el Dr. Nazmus Sakib, encargado de salud pública de ACNUR, que está apoyando la coordinación del grupo de trabajo de salud comunitaria.

“Los trabajadores comunitarios de salud tienen un papel clave, ya que son los primeros en intervenir”

“Los trabajadores comunitarios de salud tienen un rol clave, ya que son los primeros en intervenir... Ellos intentan crear confianza entre el centro de salud y la comunidad. Es uno de sus principales papeles ahora”.

Fomentar la confianza también significa trabajar con figuras respetadas de la comunidad, como los Majhis (líderes comunitarios) y los Imanes (líderes religiosos), que pueden transmitir importantes mensajes en tema de salud.

“Lo que los voluntarios nos enseñan, se lo transmitimos a las personas”, afirmó Hafez Muhammed Salim, un imán que utiliza el micrófono conectado a los parlantes de su mezquita para transmitir información sobre el coronavirus.

“Si los trabajadores comunitarios de salud no hicieran el trabajo que están haciendo, no sabríamos adónde ir cuando estamos enfermos. Nos habríamos enfrentado a muchos problemas”, añadió.

ACNUR ha construido dos centros de aislamiento y tratamiento, con casi 200 camas, para personas refugiadas y miembros de la comunidad local. También se ha establecido una unidad de cuidados intensivos para los casos más graves. Las instalaciones forman parte de un esfuerzo conjunto del Gobierno y los socios del área de salud para poner a disposición un total de 1.900 camas en los campamentos y las comunidades locales. Sin embargo, ante un rápido aumento de los casos, la capacidad de los centros de aislamiento y tratamiento se podría ver desbordada.

Conscientes de eso, los trabajadores comunitarios de salud también están recibiendo capacitación para proporcionar atención domiciliaria a los refugiados con COVID-19 y para asesorarlos sobre cómo prevenir el contagio entre sus familiares. También señalarán a las familias afectadas para que se les entreguen en casa alimentos, combustible y artículos de primera necesidad.

“Creo que este es el mejor trabajo que puedo hacer por el bien de mi comunidad”, declaró Saidul. “Quiero seguir trabajando como voluntario comunitario de salud porque así puedo servir a mi comunidad y apoyar su bienestar”.