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Anhelando un hogar: el vínculo entre los afrocolombianos y sus tierras

Historias

Anhelando un hogar: el vínculo entre los afrocolombianos y sus tierras

Mario Riascos se ha visto obligado a huir de la comunidad afrocolombiana La Gloria, dos veces en las últimas dos décadas, pero continúa regresando.
16 Junio 2011 Disponible también en:
Mario habla con el personal del ACNUR de su comunidad, sita en el puerto de Buenaventura, en la costa occidental de Colombia.

BUENAVENTURA, Colombia, 16 de junio (ACNUR) – En los últimos 20 años, Mario se ha visto obligado a huir en dos ocasiones de la comunidad afrocolombiana de La Gloria, pero siempre regresa, decidido a quedarse en su lugar de origen. "Esta es mi comunidad, aquí tengo mis raíces", comenta este hombre de 50 años durante una visita al somnoliento asentamiento, en el que viven unas 1.000 personas desplazadas.

La Gloria se encuentra en un lugar húmedo y exuberante vecino a la ruinosa y violenta ciudad de Buenaventura, el Puerto colombiano más importante del Océano Pacífico y un enclave esencial para las importaciones y exportaciones, incluidos embarques ilícitos de drogas, metales preciosos, armas y personas.

Esta ciudad también ha sido un punto de atracción para la población civil que huye de la violencia y las amenazas que asolan las zonas rurales y ribereñas del interior, entre Buenaventura y las estribaciones de los Andes. En el pasado mes de abril, más de 800 personas huyeron a la ciudad escapando de los combates cada vez más violentos entre grupos armados que luchan por hacerse con el control de la minería y el cultivo de coca.

"Según las cifras oficiales, en la ciudad hay aproximadamente 73.000 desplazados internos", explica una oficial de protección del ACNUR. "También hay algunas comunidades en peligro en las zonas rurales que han decidido permanecer en sus territorios [o en las proximidades de los mismos] como una forma de resistencia", añade, refiriéndose a lugares como La Gloria.

Para los afrocolombianos como Mario, la tierra es fundamental y, por ello, muchos de los desplazados regresan, en cuanto tienen posibilidad de hacerlo, a su ancestral territorio colectivo cuya propiedad se les reconoce en virtud de la emblemática Ley Nº 70 (Setenta), promulgada en el año 1993.

"Nuestra tierra es nuestra vida", dice un miembro de Proceso de Comunidades Negras, una agrupación que lucha a favor de los derechos de los afrocolombianos. "Si nos vemos obligados a abandonar nuestra tierra y nuestro territorio colectivo desapareceremos como grupo y acabaremos viviendo en la ciudad con un estilo de vida occidental y perdiendo nuestra identidad".

El ACNUR entiende esta manera de pensar y, poniendo un mayor énfasis en la prevención, la agencia para los refugiados apoya las medidas destinadas a ayudar a las comunidades rurales "para que no se vean obligadas a salir de sus territorios y tengan la posibilidad de regresar en un período de tiempo relativamente breve", comenta Terry Morel, representante del ACNUR en Colombia.

"Cuanto más lejos huyes, más probable es que pases más tiempo desplazado, y eso significa más destrucción del tejido social de la comunidad y más sufrimiento en general", añade.

La Gloria fue creada en el año 1967 por personas procedentes de otras zonas del oeste de Colombia, como Mario y sus padres, que iban en busca de oportunidades económicas. Desde mediados del decenio de 1990, ha acogido a familias que huían de los combates librados entre grupos armados rivales para hacerse con el control de los territorios del interior.

Pero, según Mario, esa violencia ha afectado también a La Gloria, una comunidad rica en recursos como madera, carbón y oro. La comunidad, cuyo fértil suelo favorece la agricultura, funciona como una cooperativa prácticamente autosuficiente.

El dirigente de la comunidad se vio obligado a huir en dos ocasiones – en 1997 y luego en 2001 – tras rechazar la oferta de grupos armados irregulares que operaban en la zona. "Me negué a unirme a ellos e intentaron matarme", dice. "Ser desplazado es como ser estigmatizado, así que no quise registrarme como desplazado", añade. La mayoría de las personas que se encuentran en esa situación sí se registran.

Mario, padre de cinco hijos, volvió a su lugar de origen en el departamento de Cauca, hacia el sur y regresó cuando pensó que no había peligro. Escapó con algunas cicatrices, pero otros no tuvieron tanta suerte; uno de sus amigos fue asesinado en presencia de sus hijos.

Ahora que el peligro ha disminuido, a Mario le preocupan otros asuntos, como la creciente actividad urbanizadora y, por ende, la necesidad de preservar La Gloria, que no ha sido reconocida como un territorio afrocolombiano colectivo por las autoridades en la Ley Setenta. "Seguimos presionando para que nos reconozcan. Aunque decimos que somos una zona rural, ellos nos incluyen en el plan de desarrollo urbano", explica.

Mario teme que algunas personas quieran explotar la zona y construir plantas para procesar allí mismo los recursos naturales de La Gloria. De momento, él y sus vecinos siguen acogiendo a familias desplazadas, ofreciendo a los recién llegados un cuarto de hectárea de tierra para construir una sencilla casa de madera y chapa y cultivar frutas y verduras para su propio consumo.

Hay proyectos cooperativos que benefician a toda la comunidad, como la cría de pollos y cerdos. Mario habla de planes de acuicultura y horticultura. "Tenemos suficiente para alimentar a la comunidad y vender los excedentes", señala.

En La Gloria no hay agua corriente (utilizan el agua de lluvia y la procedente de un manantial) ni tampoco sistemas adecuados de desagüe y alcantarillado, aunque sí tienen electricidad. La clínica más próxima está a tres kilómetros. Sin embargo, Mario dice que están preparados para pasar sin demasiadas comodidades porque "aquí, aunque estemos desplazados de nuestros lugares de origen, podemos preservar nuestras prácticas tradicionales, nuestra identidad y nuestra cultura".

No es una vida fácil y están expuestos a enfermedades como la malaria, las enfermedades cutáneas y la diarrea, pero, por lo menos para ellos es un hogar.