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La juventud refugiada rohingya ayuda a reverdecer el mayor campamento del mundo

Historias

La juventud refugiada rohingya ayuda a reverdecer el mayor campamento del mundo

Grupos de jóvenes defienden los esfuerzos para reverdecer los campamentos de refugiados en Bangladesh y sensibilizar sobre los impactos de la crisis climática.
15 Noviembre 2022 Disponible también en:
Samia, de 14 años, es una joven voluntaria medioambiental. Ella y otros miembros de su grupo trabajan para enseñar a su comunidad a conservar la flora y la fauna que llega al campamento desde el bosque circundante.

Samia ha pasado cinco de sus 14 años viviendo en Kutupalong, el asentamiento de refugiados más grande y más poblado del mundo.


La serie de campamentos que conforman el asentamiento fue excavada en la selva del sur de Bangladesh en 2017 para albergar a cientos de miles de personas refugiadas rohingyas que huían de la violencia en el estado occidental de Rakhine, en Myanmar. Casi un millón de personas se hacinan ahora en un área de apenas 17 kilómetros cuadrados. Los alojamientos de bambú se amontonan en las laderas y las estrechas carreteras están repletas de peatones, rickshaws, vehículos humanitarios y comerciantes. No es de extrañar que Samia mire al cielo en busca de una sensación de paz.

“Cuando veo una parvada de pájaros volando cerca, me siento bien”, confiesa. “Me gusta el sonido de los pájaros”.

Tras llegar a Bangladesh, después de un traumático viaje desde Myanmar, Samia quedó consternada al ver cómo se destruía la selva al talar los árboles para construir alojamientos.

“Cuando llegué aquí por primera vez, vi que las personas mataban a los animales salvajes cuando entraban en los campamentos. Cortaban los árboles y los tiraban para cultivar la tierra. Y la gente tiraba basura por todas partes”.

“El cambio climático hace que durante el verano haga demasiado calor y que durante el monzón llueva demasiado”.

Gracias, en parte, a sus esfuerzos y a los de otros jóvenes rohingyas refugiados en Kutupalong, la actitud hacia la vida salvaje y el bosque circundante está empezando a cambiar.

Samia pertenece a uno de los cinco grupos juveniles de los campamentos que, junto con otros cinco grupos similares de la comunidad de acogida circundante, han recibido capacitación sobre cuestiones medioambientales por parte de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y su organización socia, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Han aprendido sobre los vínculos entre la destrucción de los árboles y la vegetación, y la crisis climática que afecta cada vez más a su vida cotidiana.

“El cambio climático hace que durante el verano haga demasiado calor y que durante el monzón llueva demasiado”, explica Samia. “He visto con mis propios ojos cómo se rompen los alojamientos por los desprendimientos de tierra y cómo las personas resultan heridas”.

El año pasado, se pidió a los grupos de jóvenes que identificaran los problemas medioambientales que afectaban a su sección del campamento y que propusieran sus propias soluciones para ellos. Samia aprovechó la oportunidad para enseñar a su familia, amistades y vecinos la importancia de proteger los árboles y la fauna local que se pasea por el campamento. Ella y el resto de su grupo organizan sesiones de concienciación con niñas, niños, adultos y líderes locales como los imanes.

“Les digo: 'Si dejan que los árboles crezcan, tendrán sombra y se sentarán tranquilamente debajo de ellos'. Les digo que no maten a los animales porque nos benefician”.

El sur de Bangladesh es extremadamente vulnerable a los efectos del cambio climático. Los alojamientos improvisados de las personas refugiadas, muchos de ellos construidos en laderas deforestadas e inestables, ofrecen poca defensa contra las tormentas tropicales de intensidad creciente. Tan solo el año pasado, las inundaciones y los desprendimientos de tierra forzaron a unas 24.000 personas refugiadas a abandonar sus hogares y pertenencias, y 10 refugiados murieron durante las fuertes lluvias monzónicas.

“Somos testigos del cambio climático todos los días”, señala Mohammed Rofique, de 18 años, quien pertenece a otro grupo de jóvenes. “Pero los grandes países no lo están viendo; son ellos los que tienen que ser conscientes. Tienen que dejar de cortar árboles. Aquí intentamos salvar nuestros árboles y salvar la naturaleza”.

El grupo de Rofique intenta mejorar la gestión de los residuos y la escasez de contenedores en su parte del campamento, para reducir la contaminación y la obstrucción de desagües y canales.

“Las personas solían tirar la basura por todas partes. Olía muy mal y era inseguro para los niños”, cuenta. “La basura solía obstruir los canales, así que cuando llovía se inundaba y esparcía los residuos por todo el campamento”.

Además de fabricar y distribuir contenedores de basura hechos de bambú, el grupo ha plantado jardines en las zonas abiertas donde las personas solían tirar la basura.

Además de los obvios beneficios medioambientales, Ehsanul Hoque, quien trabaja con la unidad de medio ambiente de ACNUR, señala que los grupos juveniles están dotando a los jóvenes de los campamentos de habilidades de resolución de problemas y de liderazgo, y dándoles un sentido de propósito en un lugar donde hay muy pocas oportunidades de acceder a la educación superior o a los medios de vida. “Les hacemos saber que pueden [marcar la diferencia]. Puedes hablar con tu familia, con tu vecino, puedes empezar por ti mismo”.

ACNUR trabaja con sus socios y con voluntarios refugiados para regenerar los campamentos y restaurar el ecosistema plantando miles de árboles, arbustos y hierbas, restaurando las corrientes de agua y distribuyendo gas licuado de petróleo (GLP) a todos los hogares como alternativa a la leña.

Samia comenta que ha convencido a sus hermanos menores para que dejen de tirar piedras a los pájaros y que otras personas refugiadas son receptivas a los mensajes del grupo sobre la protección del medio ambiente.

“Algunas personas no quieren escucharnos, pero creo sinceramente que, poco a poco, su punto de vista cambiará”, afirma. “Al final del día, me siento bien pensando que he concienciado a mi comunidad”.

Recientemente, cuando se encontró una gran serpiente en su bloque del campamento, algunos de sus vecinos quisieron matarla, relata. “Pero otros dijeron: 'No hace falta, podemos llevarla al bosque y liberarla'. Así que la metieron en una gran bolsa de yute y la llevaron ahí”.