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Jóvenes sudaneses y refugiados voluntarios se unen para ayudar a las personas que huyen de Jartum

Historias

Jóvenes sudaneses y refugiados voluntarios se unen para ayudar a las personas que huyen de Jartum

Un grupo local de jóvenes de la ciudad de Wad Madani convirtió su antigua escuela primaria en un albergue para personas que se han visto forzadas a huir de la capital de Sudán.
27 Octubre 2023 Disponible también en:
Un joven que viste camisa de cuadros azules y negros permanece de pie frente a un grupo mientras se apoya en una silla en el patio de la escuela.

Abdelraheem Osman habla con otros voluntarios en el exterior de la escuela primaria Bandar de Wad Madani, que acoge a familias desplazadas por el conflicto en Sudán.

Cuando cientos de personas que huían de los combates en Jartum empezaron a acudir en masa a su ciudad natal de Wad Madani, a unos 130 kilómetros al sureste de la asediada capital, en vísperas del Eid Al-Adha, Abdelraheem Osman, de 29 años, convocó inmediatamente a sus amistades para ofrecer ayuda.

Pertenecían a un grupo local de jóvenes formado en su mayoría por estudiantes universitarios que habían participado en diversas actividades comunitarias antes de la guerra, como plantar árboles y ofrecer comida a las personas sin hogar. Pero nunca habían tenido que hacer frente a una emergencia de esta magnitud. Transformaron su antigua escuela primaria en un albergue temporal para personas sudanesas desplazadas y refugiadas, y recogieron donativos de la comunidad local para brindarles alimentos.

Con el tiempo, algunos de los voluntarios empezaron a regresar a sus familias y a sus ajetreadas vidas, explica Abdelraheem. “Fue entonces cuando necesitamos que personas pertenecientes a la comunidad que estaban dentro de la escuela trabajaran en su nuevo hogar. Formamos un nuevo comité y equipo para gestionar el centro”.

Seis meses después, el grupo, compuesto por 10 miembros, entre ellos cinco mujeres, ofrece comida y agua diariamente a las 360 personas hacinadas en la escuela primaria de Bandar, que ha permanecido cerrada para los estudiantes desde que comenzó el conflicto.

“Aquí prestamos servicios en la medida de nuestras posibilidades”, comenta Abdelraheem. “Todos somos jóvenes – el más joven tiene 14 años –, pero con una gran mentalidad. Intentamos no quedarnos nunca cortos”.

Los voluntarios dirigen una cocina central, donde se turnan para preparar el desayuno, la comida y la cena. También identifican y derivan a las personas enfermas y vulnerables a agencias de ayuda que les brindan tratamiento y apoyo psicosocial.

Grave escasez de fondos

Desde que los combates entre dos facciones militares rivales estallaron en Jartum el 15 de abril y se extendieron rápidamente a otras partes del país, el conflicto ha forzado a más de 5,8 millones de personas a abandonar sus hogares, entre ellas más de un millón que han buscado protección en los países vecinos. Sin que se vislumbre el final de la violencia y con una grave escasez de fondos, voluntarios como Abdelraheem y sus amistades luchan para hacer frente a la escasez de agua, alimentos y medicamentos.

“Nuestro mayor desafío es la comida”, afirma. “Pero acudimos a los ministerios y a las ONG para pedir apoyo. Nadie nos la proporcionará de inmediato, pero tenemos nuestra reserva. Salimos a buscar personas que quieran donar y apoyar”.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, se está coordinando con otros socios para ofrecer asistencia humanitaria esencial a las personas desplazadas, como protección, alojamiento, agua, alimentos y medicamentos.

“Los voluntarios de la comunidad como estos jóvenes estudiantes son vitales para nuestra respuesta de emergencia, especialmente en momentos en que los recursos son tan escasos”, afirma Zolfa Osman, Oficial de Campo de ACNUR. ¡Conocen los retos a los que se enfrenta su comunidad y tienen contacto directo con ellos, lo que nos facilita la comunicación”.

Unir esfuerzos

Abdelraheem y su equipo empiezan el día recorriendo el centro y hablando con las familias que duermen en el suelo bajo las tiendas proporcionadas por ACNUR.

“El 99,9 por ciento del equipo que ven aquí procede del campamento”, comenta, señalando a algunos de los jóvenes voluntarios que viven en el centro. “Todos nosotros, tenemos edades similares y nuestras ideas son cercanas... Todas estas personas colaboraron para ayudar y proteger a sus familias y a los niños que están aquí”.

Luai Mowafag, un refugiado sirio que llevaba ocho años viviendo en Jartum antes de que empezara el conflicto, empezó hace poco a organizar clases para los niños de las familias alojadas en la escuela.

Un profesor sonriente frente a un grupo de estudiantes sentados en sillas rojas.

Luai Mowafag, refugiado sirio que huyó de Jartum durante el conflicto, enseña a la niñez desplazada en la escuela de Wad Madani, donde él también habita.

“Escapé de la guerra [en Siria] y vine a Sudán para sacar a mi hijo del entorno de guerra”, explica, y añade que su hijo, quien ahora tiene 17 años, regresó a Siria de visita poco antes del comienzo de los combates y se quedó ahí. “Estos niños son tan importantes para mí como mi hijo”.

Imparte clases de alfabetización y aritmética básica a los niños y asegura que las clases les ofrecen no solo la oportunidad de continuar su educación, sino un espacio seguro en el que pueden curarse de los traumas de la guerra.

“Comencé esta iniciativa por dos razones, [en primer lugar] por Dios, y [en segundo lugar] es un pequeño intento por mi parte de devolver un poco de la cortesía de esta nación”, comenta. “El pueblo sudanés nos acogió, y yo soy una de las personas que se quedó durante ocho años. No regresé cuando empezó esta guerra. Tengo una deuda que intentaré saldar”.

A pesar de los enormes desafíos, Abdelraheem sigue siendo optimista sobre el futuro de Sudán.

“Sudán es un gran país, aunque se haya hundido por completo, sigue siendo un país querido por todos”, afirma. “Sudán se levantará de nuevo; se reconstruirá mejor que antes. Esto es solo una prueba. Una prueba para nuestra fe y nuestra paciencia”.

Reportaje adicional de Moulid Hujale en Nairobi, Kenia

"Tengo una deuda que intentaré saldar".

Luai, refugiado sirio