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Un refugiado congoleño en Kenia está decidido a demostrar que puede valerse por sí mismo

Historias

Un refugiado congoleño en Kenia está decidido a demostrar que puede valerse por sí mismo

Expulsado de la RDC por la violencia, Amani Kishonge Ruhimbana se niega a permitir que la vida en un campo de refugiados y los repetidos reveses detengan su iniciativa empresarial.
12 Agosto 2013 Disponible también en:
Amani Kishonge Ruhimbana en la oficina donde trabaja como asistente de gestión del complejo. Éste es uno de los trabajos que realiza en su intento por mejorar su vida.

DADAAB, KENIA, 12 de agosto de 2013 (ACNUR) – Empresario, profesor de francés, y ahora también trabajador de desarrollo comunitario, Amani Kishonge Ruhimbana es una prueba de que el hecho de vivir en un campo de refugiados no significa automáticamente llevar una vida ociosa y desvalida.

"Muchas veces hay una mala imagen sobre los campos de refugiados" dice este joven de 25 años que huyó del conflicto en la República Democrática del Congo en 2007. "La opinión general de mucha gente de fuera es tal vez que un campo de refugiados es un lugar densamente poblado con mucha gente ociosa que no es capaz de ganarse la vida".

"Muchos no ven el hecho obvio de que un refugiado es igual que cualquier otra persona, sólo que su vida cotidiana se ha visto trastocada. Un refugiado podría ser cualquiera, desde un doctor, un profesor, un empresario . . . hasta un periodista o incluso un granjero", afirma Ruhimbana, que ahora vive en el campo de refugiados de Dadaab.

Dadaab, un complejo de campos en el noreste de Kenia, a unos 80 kilómetros de Somalia, acoge al mayor número de refugiados del mundo: 430.000 personas, refugiados y solicitantes de asilo, en su mayoría somalíes.

Ellos son fuertes y gracias a las actividades que llevan a cabo en los campos de Dadaab están demostrando que muchos refugiados están decididos a mantener a sus familias. El propio Ruhimbana está centrado en demostrar al mundo que un refugiado también puede hacerlo.

"En mi país acababa de terminar mi licenciatura en Comercio y parecía que la vida me sonreía hasta que se desató el infierno. Tuve que huir. Miembros de mi familia también fueron obligados a huir en diferentes direcciones y perdimos el rastro unos de los otros . . . Cuando llegué a Kenia en 2007, ACNUR me llevó al campo de refugiados de Kakuma", recuerda Ruhimbana.

"Nunca había estado en un campo de refugiados. Cuando me encontré a mí mismo en uno, creí que mis sueños estaban a punto de hacerse añicos. Casi perdí la esperanza", dice. "Siempre pensé que tenía la capacidad para hacer todo lo que quisiera, pero casi dudé de mí".

A finales de 2007 el joven se reencontró con miembros de su familia que habían llegado a Kakuma y fue entonces cuando volvió a enfocarse en su futuro, involucrándose en actividades de generación de ingresos en el campo de Kakuma.

"Tuve mi primer trabajo como profesor de francés en una de las escuelas primarias de Kakuma. También gané algo de dinero y pude montar un salón de belleza y un taller de sastrería. Cuando no estaba en clase enseñando francés, estaba diseñando ropa en mi tienda o atendiendo a mis clientes en mi peluquería", recuerda Ruhimbana. La Federación Luterana Mundial (FLM), una ONG que opera en Kakuma, proporcionó materiales para su salón de belleza.

"Mi salón fue lo mejor que me ha pasado nunca en el campo. Funcionó muy bien, especialmente porque tuve buenos socios, pero duró poco tiempo. A mis competidores de la comunidad de acogida no les gustó", asegura Ruhimbana.

"Una tarde un grupo de hombres me atacó en mi tienda y se fueron con mis materiales de trabajo. Quedé gravemente herido y tuve que pedir a ACNUR que interviniera para protegerme. Así es como terminé siendo traslado desde Kakuma al complejo de refugiados de Dadaab".

Ruhimbana se fue con sus ahorros al campo de Ifo, en Dadaab, e inmediatamente montó una tienda donde cargar teléfonos móviles y compró una máquina de coser nueva para montar un negocio de diseño de ropa. Dadaab era muy diferente de Kakuma.

"El campo de Ifo estaba muy poblado. Centenares de refugiados somalíes llegaban allí cada día. Las condiciones en Ifo eran más duras que en Kakuma y había muchos negocios en la ciudad. Era difícil penetrar en el mercado, pero tenía que intentar algo de todos modos", dice Ruhimbana.

"A pesar de los retos, me adapté rápidamente e hice muchos amigos y clientes de diferentes nacionalidades. La gente me traía sus teléfonos móviles para cargar las baterías. Algunos incluso traían sus portátiles, iPads y iPhones".

Pero de nuevo la desgracia le golpeó. Ruhimbana estaba planeando ampliar su negocio cuando estalló una bomba frente a su tienda en 2011. Huyó del campo junto al resto de la gente y cuando regresó descubrió que le habían robado.

"Me robaron todos los aparatos electrónicos caros. También la ropa que había diseñado. La llegada de la policía empeoró las cosas porque arrestaron al azar a toda la gente que encontraron en el lugar del incidente, incluido yo mismo".

Los clientes que exigían compensaciones por sus artículos robados lo amenazaron y, sin tener una manera de pagarles, Ruhimbana volvió a buscar la protección de ACNUR. Fue trasladado a un nuevo asentamiento donde logró un puesto como asistente de gestión del complejo. La seguridad y los escasos ingresos no han frenado el deseo de Ruhimbana de mejorar su vida. Entre sus actividades también se encuentra la enseñanza del francés por las tardes.

"Lo que realmente me gustaría hacer es establecer primero mi propio negocio y luego tener la opción de continuar con mis estudios, incluso mientras hago estos otros trabajos. Tengo gente que depende de mí, ya sabes".

Por Duke Mwancha en Dadaab, Kenia