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Una mujer con manos de oro: refugiada siria en Jordania encuentra la alegría y un mejor futuro en la elaboración de bellos artículos

Historias

Una mujer con manos de oro: refugiada siria en Jordania encuentra la alegría y un mejor futuro en la elaboración de bellos artículos

25 Abril 2022 Disponible también en:
Luego de que el conflicto llegara a su vecindario en 2012, Zuzan Mustafa, una mujer de 36 años originaria de Alepo, Siria, huyó a Jordania junto a su esposo y tres hijos. Hoy en día, Zuzan emplea sus habilidades manuales para ayudar a sostener a su familia.

Zuzan tiene manos de oro. Luego de huir a Jordania en 2012, descubrió que, con su habilidad de convertir cosas viejas y usadas en algo bello, podría ayudar a su familia a generar ingresos y reconstruir sus vidas en el proceso.

Zuzan se encuentra entre los 5,7 millones de personas refugiadas que viven en países vecinos como Jordania, Líbano y Turquía porque tuvieron que huir del conflicto que empezó en 2011. Muchas de estas personas perdieron su empleo o cayeron en situación de pobreza, circunstancias que se agravaron con la pandemia de COVID-19.

Tras salir del campamento de refugiados de Za’atari, Zuzan y su familia se mudaron a Amán, la capital de Jordania. Como parte de un proyecto dirigido por la Fundación Jordan River, socia de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) que también vende sus artículos en bazares, desde casa, Zuzan elabora fundas para cojines que IKEA se encarga de vender.

IKEA se asoció con esta fundación, que, en respuesta a la crisis en Siria, ofrece sesiones de capacitación y otros programas socioeconómicos en Jordania. Datos recabados recientemente por ACNUR Jordania muestran que, si bien la mayoría de las personas refugiadas en zonas urbanas cuentan con un empleo, sigue existiendo el riesgo de que caigan en la pobreza.

Zuzan charló con Hazm Almouzoni, quien es también una persona siria refugiada, sobre su trabajo y sobre la libertad que siente al poder apoyar en el sostén de su familia. Su historia se editó por su longitud y para fines de claridad.

Después de haber dejado el campamento de Za’atari, las primeras semanas fueron las más duras para mi familia. Al final, apenas teníamos un par de colchones, algunas mantas y pocas prendas, y unos cuantos ahorros.

Aún estábamos en invierno, y no podíamos costear un apartamento amueblado. Encontramos uno vacío y barato que tenía moho en las paredes. Mi esposo y yo lo pintamos, arreglamos lo que había que arreglar y empezamos una vida nueva.

Mis hijos necesitaban ropa abrigadora para el invierno, así que fui a un bazar de ropa de segunda mano y compré suéteres usados, descosí la lana e hice suéteres nuevos, más modernos.

Se sabe que a los niños les gustan las cosas coloridas, así que los llevé conmigo al bazar para que escogieran los colores que más les gustaran; eso los llenó de alegría.

A los profesores de la escuela de mis hijos les encantaron los suéteres y me pidieron hacer unos para sus hijos. Fue así como recibí los primeros encargos y generé mis primeros ingresos.

En ese momento, mi esposo, un maestro zapatero, no tenía trabajo. Pasaron un par de meses antes de que obtuviera uno. Tenía que mostrar su trabajo a posibles empleadores, así que compró herramientas y materiales, y empezó a hacer zapatos para mujer en casa.

“Aprendí cómo fabricar zapatos. A mi esposo le encantaba mi trabajo y me daba ánimos”.

Al principio, empecé a ayudarlo por curiosidad. Nunca me pidió que lo ayudara, pero siempre hemos tenido la costumbre de ayudarnos y apoyarnos mutuamente. Después de todo, estamos en un país que no es el nuestro, y no había nadie que nos ayudara. No tenemos familiares aquí, así que tanto él como yo tenemos que trabajar para sostener a nuestra familia.

Aprendí cómo fabricar zapatos. A mi esposo le encantaba mi trabajo y me daba ánimos. Mostramos el trabajo en un mercado local en el que mi esposo puso los zapatos a la venta, y así consiguió trabajo. Los ingresos que obtuvimos nos ayudaron a adquirir muebles viejos y baratos.

La palabra “mueble” apenas alcanza para describir lo que compramos. Era un montón de madera y carcasas de metal que dejaron abandonados en una azotea en la lluvia.   

No fue fácil renovar los muebles a mano, con hilo y aguja. No tenía herramientas, pero sí mis manos y las ganas de hacerlo, así que compré telas e hice fundas nuevas. Fue así como conseguimos dos conjuntos de muebles a una décima parte de lo que costarían siendo nuevos.

A las mujeres en mi vecindario les gustó cómo tapicé mis muebles. Aunque en más de una ocasión mencionaron que la fabricación de zapatos y la tapicería son oficios masculinos, me pidieron renovar sus muebles. La tapicería se convirtió en mi tercer oficio y en una nueva fuente de ingresos que me permitió comprar una máquina de coser.

En ocasiones, cuando otras mujeres descubren que tapizo muebles, se sienten confundidas porque están acostumbradas a ver hombres haciéndolo. Sin embargo, pienso que, si sus condiciones físicas se lo permiten, cualquier persona puede realizar el trabajo que sea. No existen trabajos femeninos ni masculinos.

Los últimos nueve años de mi vida comprobaron algo que mi madre me decía cuando, siendo yo una niña, me enseñaba a coser y tejer: dominar un oficio es como tener una fortuna en las manos. Después de todo, no sabes cuándo ese oficia te ayudará a sobrevivir.

Hace tres años, la Fundación Jordan River me contrató oficialmente para bordar cojines que se venderían en IKEA. Ahora que tengo un empleo estable, cuento con seguridad social y me siento más protegida.

“No existen trabajos femeninos ni masculinos”.

En el proceso de fabricación de los cojines, yo me encargo del bordado, pero otras mujeres se hacen cargo de otros pasos.

Disfruto este trabajo porque me queda a la perfección. Trabajo desde casa, pero con contrato; además, es formal, con prestaciones laborales.

Aunque el salario no es tan alto, tener un ingreso estable me da una sensación de confianza y estabilidad, que son esenciales en la vida de una persona refugiada.

Cuando pienso que allá afuera, en otras partes del mundo, hay personas que utilizan la almohada o el cojín que yo ayudé a hacer, siento que mis habilidades son importantes y útiles.

Ahora soy más independiente y puedo hacer importantes contribuciones para satisfacer las necesidades económicas de mi familia.

Puedo decir que finalmente existo. 

 

Hazm Almouzoni participó recientemente en el programa de ACNUR de mentorías de periodismo para refugiados, un proyecto creado para apoyar a las personas refugiadas, desplazadas internas y apátridas a contar historias que tienen lugar hoy en día.