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El popular cirujano capaz de sacar todo adelante en su hospital de Sudán del Sur

Historias

El popular cirujano capaz de sacar todo adelante en su hospital de Sudán del Sur

El Dr. Evan Atar Adaha se ha comprometido a llevar atención médica a los más necesitados en una tensa e inestable región de Sudán del Sur.
25 September 2018
El Dr. Evan Atar Adaha en el quirófano de su hospital en Bunj, en una de las zonas más aisladas e inseguras de Sudán del Sur.

El cargo oficial del Dr. Evan Atar Adaha es el de cirujano jefe y director médico, pero ni tiene despacho ni le gusta estar sentado.


Realiza hasta 10 operaciones al día, pasando largas horas de pie, pero también ayuda a las enfermeras a preparar a los pacientes y atiende todo tipo de casos, desde pacientes con heridas de bala hasta enfermos de malaria y recién nacidos.

A menudo es el primero en llegar al quirófano y hasta se encarga él mismo de colocar la pesada mesa quirúrgica. También se le puede ver en el ala de neonatología arrullando a un recién nacido. Hace poco, un compañero le encontró en plena noche descalzo sobre la mesa de operaciones, tratando de arreglar la luz del techo.

"Estamos aquí para salvar vidas, no para estar sentados", afirma el Dr. Atar, quien es conocido por su segundo nombre. "En este quirófano no hay lugar para la holgazanería. Todos somos iguales. Somos un equipo".

El Dr. Atar, de 52 años, es el cirujano jefe -y el único cirujano- en el Hospital de Maban, un edificio con 120 camas y dos quirófanos situado en Bunj, en el extremo sudoriental del Estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur.

El hospital, situado a más de 600 km de la capital, Yuba, es la única infraestructura quirúrgica en funcionamiento en Alto Nilo. Cuenta con una sección de neonatal y un servicio de tratamiento de la tuberculosis con 20 camas.

Abierto las 24 horas, el hospital atiende a una población de más de 200.000 personas. El Dr. Atar es tan conocido que muchos simplemente lo llaman "el hospital del Dr. Atar", y los pacientes viajan durante días para ponerse bajo su cuidado.

 “Somos el final de la cadena”, señala el Dr. Kalisa Yesero Wabibye, un médico ugandés que lleva más de dos años trabajando en el hospital de Maban. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, financia el trabajo del hospital a través de varios socios.

"Esta es una ventanilla única. No hay a quien derivar ningún caso. No hay especialistas más cualificados".

El Dr. Atar y su equipo trabajan en un entorno difícil y peligroso. En Sudán del Sur escasean las infraestructuras y los trabajadores de salud cualificados, así como los medicamentos y el equipamiento sanitario.

Cuando Sudán del Sur obtuvo su independencia en 2011, contaba con unos 120 médicos y 100 enfermeras para una población de 12 millones de habitantes. Desde que estalló la guerra civil en diciembre de 2013, que ha desplazado de sus hogares a más de 4 millones de personas en el interior del país, la atención médica se ha deteriorado.

En estos últimos años, las instalaciones médicas han sido saqueadas y ocupadas, y el personal ha sufrido intimidaciones, detenciones, secuestros y asesinatos. Las ambulancias han sido objeto de disparos y robos; y 107 trabajadores humanitarios han sido asesinados desde 2013.

La situación en el condado de Maban es volátil y en los últimos años se han registrado regularmente episodios de violencia. Después de que las oficinas e instalaciones de las organizaciones internacionales, incluido ACNUR, fueran atacadas en julio de este año, el Dr. Atar continuó trabajando en su hospital, incluso cuando los miembros de su equipo médico se vieron obligados a huir.

El Dr. Atar resta importancia al peligro. "Aquí tratamos a todo el mundo, independientemente de quiénes sean", dice y agrega con una sonrisa que todas las partes en el conflicto parecen entender que ellos también se benefician de una buena atención médica.

Con su optimismo incurable, su risa sonora y, en ocasiones, su perceptible obstinación, se ha mantenido fiel a la causa de llevar la atención médica hasta los más necesitados.

Originario de Torit, en el sur de Sudán del Sur, recibió una beca para estudiar medicina en Jartum y continuó después su formación en Egipto.

En 1997 se trasladó a Kurmuk (Estado del Nilo Azul, Sudán), directo al corazón de un  gran conflicto armado, y durante doce años, a menudo bajo el fuego de los bombardeos, se ocupó de dirigir un hospital donde trataba tanto a civiles heridos como a combatientes de las dos facciones rivales.

"Cuando llegué, el hospital era como un enorme retrete, lo único que quedaba era una mesa de quirófano", rememoró.

"Lo único que quedaba era una mesa de quirófano"

"Para las suturas usábamos hilo normal y para el drenaje de sangre palitos de  los matorrales". Su posesión más preciada, según cuenta, es un estuche con material para realizar amputaciones y un pequeño kit de esterilización que le dio un médico francés.

En 2011, bajo un intenso bombardeo por parte de Sudán, él y su equipo se unieron a decenas de miles de sudaneses que huían hacia el otro lado de la frontera, al condado de Maban, en Sudán del Sur. Empacó todo el material del hospital en cuatro autos y un tractor. "Tardamos un mes", cuenta sobre su trayecto a pie hasta Maban. "No había carreteras. Estábamos en temporada de lluvias y los ríos estaban desbordados".

En el año 2011, Bunj, la ciudad principal de Maban, era un lugar pequeño con apenas un puñado de tiendas. El hospital, en un primer momento, se situó en un centro sanitario de atención primaria, sin quirófano. Para su primera operación, el Dr. Atar creó su propio quirófano fabricando una mesa elevada con puertas apiladas.

Hoy, además de ser el hogar de 53.000 habitantes de Maban, la zona de Bunj también alberga a 144.000 refugiados sudaneses del Nilo Azul, de los cuales 142.000 viven en cuatro campamentos de refugiados. Además, hay 17.000 sursudaneses desplazados internos a causa del conflicto en el condado de Maban y sus alrededores. Dado el recrudecimiento de los combates al otro lado de la frontera, ACNUR prevé la llegada de otros 12.000 refugiados este año.

Las infraestructuras sanitarias en los campamentos están vinculadas al hospital de Maban. El equipo quirúrgico, compuesto por cuatro médicos, opera un promedio de 58 casos a la semana. En 2017, más del 70 por ciento de los casos quirúrgicos tratados provenían de comunidades de refugiados.

Bunj y sus alrededores viven en una situación tensa y altamente volátil. Las comunidades se enfrentan entre sí por recursos limitados como la madera, el espacio agrícola y las tierras de pastoreo.

Con frecuencia, las fricciones entre partidos políticos derivan en tiroteos. El personal de las agencias humanitarias soporta toques de queda, se resguarda de los tiroteos en refugios a prueba de balas y, en varias ocasiones, ha tenido que ser evacuado a Yuba. Sin embargo, el Dr. Atar ha permanecido siempre en Bunj.

"Ahora puedo hacer los deberes de física y química con mi hijo mayor"

Reconoce que el trabajo que ha elegido resulta duro para su esposa y sus cuatro hijos. Solo los ve tres veces al año. Su familia vive en Nairobi y tratan de mantenerse en contacto a través de WhatsApp, y por correo electrónico varias veces por semana. "Ahora puedo hacer los deberes de física y química con mi hijo mayor", dice. "Cuando estaba en Kurmuk le escribía cartas que tardaban un mes en llegar".

El Dr. Atar no cree que esté haciendo nada extraordinario. Vive en una tienda de campaña golpeada por la intemperie y tiene una máquina de coser de pedal en el porche de la misma con la que cose la ropa para el quirófano.

Dice que obtiene su energía gracias a la leche. Los domingos se relaja yendo a la iglesia o echándose la siesta al aire libre sobre los muelles de una cama oxidada.

“Es como tener aire acondicionado", dice. Adora cantar. A veces trabaja turnos de 24 horas y le gusta bromear diciendo que sus enfermeras lo llaman dictador.

Mientras hace sus rondas, bromea con los niños, habla sobre planificación familiar con una madre que se recupera de su tercera cesárea, o enseña a caminar con una sola muleta a un hombre al que le han amputado el brazo izquierdo y tiene el fémur derecho destrozado. Está claro que su mayor fuente de felicidad no es simplemente operar, sino conectar con sus pacientes.

Cristiano, habla con fluidez árabe -el idioma principal de la región-, reza con los pacientes antes de aplicarles la anestesia y, en función de su religión, recita la Biblia o el Corán.

"Soy muy feliz cuando me doy cuenta de que mi trabajo le ha salvado a alguien la vida o ha aliviado su sufrimiento", afirma. "Pero la curación no solo se encuentra en la medicina. Tienes que transmitirle seguridad al paciente. En el momento en que te relacionas con un paciente, te abrirá su corazón... Y cuando un paciente muere en mis manos, me pongo muy triste".

Parte de su trabajo se basa en la improvisación. Si surge una situación de necesidad, especialmente durante la estación de lluvias, cuando la malaria está más extendida, duplica el número de pacientes por camas, pudiendo añadir hasta 60.

Dos generadores y paneles solares son los encargados de proporcionar electricidad al hospital. El Dr. Atar pide que todos los médicos tengan conocimientos de mecánica básica, especialmente útiles cuando todos los sistemas fallan al comienzo de una operación. No tienen banco de sangre, porque mucha gente cree que morirá si dona la suya. Pero el Dr. Atar no tiene ningún tipo de reparo para meter presión a los familiares de los pacientes para que donen.

Ve poco probable retirarse. El hospital es lo que da esperanza y sentido a su vida. "Cuantos mejores servicios brindes, más gente vendrá", afirma con una sonrisa.