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Miles de sudaneses que huyen de la violencia cruzan a Etiopía

Una mujer con la cabeza cubierta con tela, frente a un alojamiento hecho de ramas bajo la sombra de un árbol.
Historias

Miles de sudaneses que huyen de la violencia cruzan a Etiopía

A medida que se agrava el conflicto en Sudán, Etiopía – con recursos limitados – sigue recibiendo a personas refugiadas.
31 January 2024

Hawa Ahmed Yassin frente a su alojamiento en el centro de tránsito de Kurmuk, cerca de la frontera occidental de Etiopía con Sudán.

Hawa Ahmed Yassin, de 40 años, preparaba el desayuno una fría y lluviosa mañana de junio del año pasado cuando estallaron mortíferos combates en Kurmuk, su ciudad natal, en el estado sudanés del Nilo Azul. Los intensos tiroteos y los fuertes bombardeos estaban tan cerca de su casa que ella y su familia tuvieron que dejarlo todo y huir.

“Tuvimos que irnos”, cuenta. “No tuvimos tiempo de empacar nuestra ropa ni siquiera de tomar el té”.

Junto con sus 10 hijos y su madre de 80 años, emprendió un arduo camino de tres horas para llegar a la frontera con Etiopía y pedir asilo.

“Llovía y la carretera estaba llena de lodo”, señala. “Se oían disparos desde la ladera de las montañas; daba mucho miedo. Mi madre estaba enferma y no podía caminar. En un momento decidió volver, pero era peligroso, así que tuvimos que presionarla”.

Desde abril del año pasado, cuando estalló el conflicto en la capital de Sudán, Jartum, y se extendió a otras partes del país, cerca de 8 millones de personas se han visto desplazadas tanto dentro de Sudán como a través de las fronteras, principalmente hacia Chad, Sudán del Sur y Egipto, pero también hacia Etiopía, que ha recibido a más de 47.000 personas refugiadas y solicitantes de asilo.

En los últimos meses, los combates se han intensificado con la toma de la segunda ciudad de Sudán, Wad Madani, en el estado de Al Jazirah, por las Fuerzas de Apoyo Rápido. La ciudad había estado acogiendo a cientos de miles de personas desplazadas de Jartum y otros lugares que se vieron forzadas a huir por segunda vez.

Hawa es una de las más de 20.000 personas, entre ellas algunas refugiadas retornadas, que han huido a Etiopía a través de la frontera occidental de Kurmuk en los últimos nueve meses. La mayoría procedía del estado del Nilo Azul, huyendo de los combates entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido, pero en las últimas cinco semanas han llegado más de 2.700 desde Wad Madani.

Las nuevas llegadas han puesto en aprietos a un centro de tránsito de emergencia creado al comienzo de la crisis por el Servicio de Refugiados y Repatriados (RRS, por sus siglas en inglés) del Gobierno etíope y ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, junto con sus socios. Ahí se brinda asistencia básica como alimentos, agua, carpas, mantas, utensilios y servicios médicos de emergencia, pero la capacidad del centro es limitada y el campamento de refugiados más cercano, Sherkole, que alberga a más de 15.000 personas refugiadas, está lleno.

La mayoría de las personas recién llegadas son mujeres, niñas y niños, que luchan por superar el trauma que sufrieron cuando la guerra les arrancó de sus hogares. Viven en alojamientos improvisados con plástico, palos, hierba y retazos de tela. Otros se refugian en hangares comunales abarrotados, encerrados en condiciones escuálidas con un mínimo de intimidad y servicios sanitarios e higiénicos limitados.

Sobrevivir a base de té

Con la ayuda de sus hijos, Hawa ha instalado una pequeña tienda de campaña y una cocina bajo un árbol que da algo de sombra. Ella, su madre adulta mayor y sus 10 hijos deben compartir la tienda, que apenas les protege del calor del sol o del frío nocturno. Dice que lo que más necesita es una vivienda adecuada y más comida.

“Tratamos de comer dos veces al día, pero cuando no tenemos suficiente, intento llenar el espacio con té como si fuera una comida”, explica.

Como parte de la política del gobierno etíope de integrar a la población refugiada desde el inicio de las emergencias, las autoridades regionales han asignado nuevos terrenos para un asentamiento de refugiados a unos 88 kilómetros de la frontera. Quienes actualmente se alojan en el centro de tránsito pronto serán reubicados ahí y tendrán acceso a mejores alojamientos y a los servicios nacionales de salud y educación.

Etiopía es ya uno de los mayores países que acoge población refugiada en África, con casi un millón de personas refugiadas además de 3,5 millones de personas desplazadas internas (PDI), y sin embargo es una de las operaciones de ACNUR más infrafinanciadas a nivel mundial. A finales de 2023, sus programas en Etiopía solo estaban financiados en un 36 por ciento. ACNUR solicita 426 millones de dólares (USD) para responder este año.

“La generosidad continua de Etiopía hacia las personas desplazadas, incluidas aquellas que han llegado recientemente desde Sudán, es digna de elogio y debe ser correspondida con un apoyo aún mayor por parte de la comunidad internacional”, declaró el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, quien completó esta semana una visita de tres días a Etiopía.

“Sé que hay muchas otras crisis en todo el mundo. Algunas son graves. Algunas ocupan los titulares. No debemos olvidarlo. Las personas con quienes acabo de hablar que han huido de la guerra en Sudán, su titular es el sufrimiento día tras día”, añadió.

Esperanza de paz mental

Afuera del centro de tránsito de Kurmuk, las habilidades empresariales y el espíritu de autosuficiencia de las personas refugiadas son evidentes, ya que han instalado tiendas improvisadas junto a la carretera en las que venden frutas, verduras y una gran variedad de comestibles.

Sentadas en un pequeño taburete de madera dentro de una cocina con techo de paja frente a su tienda, Hawa y su hija fríen crujientes falafel sudaneses en una gran sartén apoyada en una estufa tradicional de forma triangular.

Una mujer sentada en la tierra de su alojamiento cocina en una estufa tradicional

Hawa cocina falafel que venderá para comprar jabón y alimentos para sus hijos.

“Como pueden ver, mis ingresos provienen de hacer falafel y venderlo, y si consigo dinero, les compro jabón [a mis hijos] además de comida, pero es insuficiente para comprar ropa, zapatos y medicinas”, explica.

Hawa no cree que pueda regresar pronto a Sudán debido a la violencia que persiste y a los traumáticos recuerdos de lo que ella y su familia vivieron mientras huían a Etiopía. Pronto serán reubicados al nuevo asentamiento.

“Espero que la guerra termine porque no tiene ningún beneficio”, comenta. “Espero que mis hijos reciban una educación de calidad y vivan en un entorno seguro donde puedan acceder a la [atención de] salud para que mi madre y yo podamos tener paz mental”.