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Refugiada colombiana abre su hogar a venezolanos en necesidad

Historias

Refugiada colombiana abre su hogar a venezolanos en necesidad

Angélica Lamos fue acogida por Venezuela cuando huyó de los grupos armados en 2003. Ahora de vuelta en Colombia, ella abre su hogar a las personas venezolanas en necesidad.
31 agosto 2017
Angélica Lamos interactúa con algunos de los venezolanos que acoge en su hogar en Cúcuta, Colombia.

Angélica Lamos Ballesteros, de 51 años, se sintió bienvenida en Venezuela cuando los grupos armados las obligaron a abandonar su hogar en el montañoso departamento norte de Santander. Ahora de vuelta en Colombia, ella ha abierto las puertas de su hogar a las personas venezolanas en su tiempo de necesidad.


"Es hora de retribuir", dice Lamos en su hogar en un polvoriento suburbio en la montaña de Cúcuta, la ciudad colombiana que se encuentra justo al oeste del Río Táchira de Venezuela, que actualmente se encuentra en medio de su propia crisis.

La vida en la porosa frontera de 1300 millas, entre Venezuela y Colombia ha estado llena de personas que huyen de la violencia desde hace mucho tiempo.

Lamos, cuya suave figura contrasta con su confianza y su determinación de acero, solo sabía cultivar. Aun así comenzó de nuevo en Venezuela, después de cruzar la frontera con apenas una bolsa de ropa hace 14 años.

Sin embargo, después de hacer su vida y criar a su familia allí, se vio obligada a volver a Colombia en agosto de 2015 cuando el Gobierno de Venezuela ordenó la deportación de las personas colombianas en la región fronteriza. Esto provocó que cerca de 20.000 colombianos, muchos de los cuales se habían desplazado por la larga guerra civil de Colombia, se vieran obligados a salir del país.

"Las personas llegan aquí con nada, así que la prioridad es darles un lugar para quedarse."

"Hace dos años abrí mi hogar cuando se dieron las deportaciones", dice Lamos. "Yo viví allí, trabajé allí. Tenía una vida allí, así que sé lo que es dejar todo atrás. Las personas llegan aquí con nada, así que la prioridad es darles un lugar para quedarse".

La creciente inflación, la escasez generalizada de alimentos y medicinas, la agitación política y la violencia, están causando que decenas de miles de venezolanos huyan. Muchas personas siguen los pasos de Lamos, cruzan la frontera por tierra hacia Cúcuta, con la esperanza de construir una mejor vida, solicitando asilo en algunos casos.

Ahora de vuelta en Colombia, Lamos vive en una casa estilo colonial, donde ofrece comida, albergue y solidaridad a los venezolanos que huyen de la crisis. Su hogar tiene un patio central donde los residentes socializan, y a veces comen juntos. Las habitaciones son espaciosas, y algunas familias comparten cama.

Mujeres y niñas comparten una comida en el hogar de la ex refugiada Angélica Lamos en Cúcuta, Colombia.

"Tenemos alrededor de 10 venezolanos viviendo aquí", dice ella, gesticulando y animada. "Algunas personas se quedan por un mes, o por tres, hasta que pueden valerse por sí mismos. Les ayudamos a comprender sus derechos en Colombia, les ayudamos a organizar sus papeles".

El Gobierno colombiano estima que cerca de 300.000 venezolanos están ahora en la nación andina donde, a pesar de la reciente introducción de permisos de trabajo temporales para quienes cruzan la frontera legalmente y que se quedaron más tiempo del permitido por sus visas, hay muy poca infraestructura para recibirles.

Más de 650.000 venezolanos cruzan de forma regular a Colombia utilizando la Tarjeta de Movilidad Fronteriza, principalmente para comprar alimentos y otros artículos básicos. En lo que va del año, 32.000 venezolanos han solicitado asilo a nivel mundial, a un ritmo altamente más acelerado que el año anterior, donde el total fue de 34.000 personas.

"Durante mucho tiempo, Colombia ha sido país de origen de refugiados. Ahora necesita adaptarse para ser el país que los acoge."

"Durante mucho tiempo, Colombia ha sido país de origen de refugiados", dice Jozef Mekx, el representante del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en el país. A nivel mundial, hay más de 340.000 refugiados colombianos, además de los siete millones de desplazados internos por el conflicto del país. "Ahora necesita adaptarse para ser el país que los acoge".

En su esfuerzo personal para acoger refugiados, Lamos y su familia también han organizado un almuerzo comunitario mensual, que es gratuito. Ella cobra una renta mensual de apenas un dólar mensual a los inquilinos, y comprende cuando en ocasiones le dicen que no pueden pagar. "También los alentamos a que trabajen. Que vayan de puerta en puerta a encontrar algo para llenar su tiempo".

El venezolano Oswell Mujica se encuentra fuera del albergue dirigido por Angélica Lamos en Cúcuta, Colombia. Él vende una bebida fermentada dulce llamada mazato hecha por las mujeres en el albergue para pagar su viaje y su alquiler.

Oswell Mujica, un estudiante venezolano de 19 años, es parte de las personas que reciben su hospitalidad. Él huyó de Caracas en enero y llegó a Cúcuta con nada. "Yo estaba buscando trabajo pero no encontraba nada, el Gobierno abandonó a las personas", dice él, hablando en un tono callado en el patio central de la espaciosa casa de Lamos.

"Cuando recién llegué a Cúcuta tenía que dormir en las calles, pero encontré este lugar". Él cuenta que pasó hambre durante sus primeras semanas en Colombia. "Cuando llegué aquí era como Venezuela".

A pesar de que muchas de las personas que han pasado por el hogar de Lamos huyen del hambre y la violencia, algunos afirman que la amenaza de violencia política los obligó a huir. Keener González, de 21 años, recuerda las protestas que presenció en Caracas y la implacable respuesta.

"Allí no puedes hablar en contra del Gobierno", dice él afuera de la casa de Lamos, donde había asistido a una reunión informativa sobre los derechos de los venezolanos recién llegados. "Ellos golpean a quienes protestan, arrestan a quienes toman fotografías . . . No puedo vivir en un país como ese".

Para Lamos, la decisión de abrir su hogar fue simple. "Los venezolanos están viviendo un momento muy difícil y eso me duele. Yo viví ahí y ellos me trataron bien todo el tiempo, pero ahora las autoridades se están portando terriblemente", dice ella. "Todos somos seres humanos, y todos tenemos derechos".

Por Joe Parkin Daniels