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En Yemen, tras una década de guerra, la ciudad de Taiz resiste, pero necesita ayuda para su reconstrucción

Historias

En Yemen, tras una década de guerra, la ciudad de Taiz resiste, pero necesita ayuda para su reconstrucción

Sawsan, una trabajadora de ACNUR, huyó de su ciudad natal hace siete años por el conflicto. Ahora ha vuelto y para acompañar a un grupo de donantes y mostrarles cómo, gracias a su apoyo, los residentes están recuperando las riendas de su propio futuro.
3 June 2025
Dos mujeres posan juntas para una foto en un punto panorámico de una ciudad.

Sawsan Alaswal, de ACNUR (izquierda), y Ingela Andersson de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo (derecha), en la ciudad natal de Sawsan, Taiz, en Yemen.

Situada a una altitud de 1400 metros, en el punto donde las montañas de Yemen comienzan su pronunciado descenso hacia la costa suroeste, la histórica ciudad amurallada de Taiz es famosa por sus impresionantes vistas y su rica arquitectura. Para Sawsan Alashwal, de 38 años, que nació y creció rodeada de familiares y amigos en la tercera ciudad más grande de Yemen, Taiz siempre ha sido simplemente su hogar.

Sin embargo, el conflicto interno que desde 2015 azota Yemen transformó la ciudad y trastocó la vida de sus habitantes. Durante los enfrentamientos por controlar la ciudad, los barrios se convirtieron en frentes de batalla, la infraestructura civil quedó destrozada y, mientras la comida y el agua escaseaban, los disparos de los francotiradores al acecho en los históricos edificios de la ciudad habían sustituido los sonidos habituales de la vida cotidiana.

Durante los tres primeros años del conflicto, y a pesar del empeoramiento de las condiciones, Sawsan se quedó en Taiz trabajando como oficial de protección de la infancia para el Consejo Danés para los Refugiados. Su trabajo consistía en documentar las graves violaciones a los derechos de la niñez en la ciudad. Incluso tuvo que ocultar en su persona algunos testimonios escritos mientras pasaba por los retenes de los combatientes, sorteando los disparos de los francotiradores y caminando durante horas para hablar con familias devastadas por la guerra.

“Lloré durante años. Lo que vi fue desgarrador”, comentó Sawsan. En 2018, cuando los combates se intensificaron y las condiciones en la ciudad sitiada alcanzaron su punto más bajo, Sawsan tomó la dolorosa decisión de huir de su hogar. “Ya no podía seguir viviendo en Taiz. El desplazamiento, la guerra, las divisiones políticas... Llegué a un punto de ruptura”.

Un edificio encaramado en un acantilado rocoso.

Un edificio encaramado en un acantilado rocoso forma parte del espectacular paisaje de Taiz.

Tras más de una década de conflicto e inestabilidad, se estima que 4,8 millones de personas siguen desplazadas en Yemen, muchas de ellas desde hace años. Otros 19,5 millones de personas necesitan asistencia humanitaria en un país con una población aproximada de 40 millones. Taiz ha sido una de las zonas más afectadas, lo que ha dejado a muchos residentes sin acceso a servicios públicos, atención sanitaria, educación y documentación.

A finales de 2018, tras trasladarse a la ciudad portuaria de Adén, en el sur del país, Sawsan comenzó a trabajar para ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, como asociada de protección comunitaria. El pasado abril, como parte de su trabajo con ACNUR, Sawsan regresó a Taiz por primera vez en casi siete años para acompañar una visita de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo (SIDA).

“No puedo describir la mezcla de emociones que sentí cuando me enteré”, dijo. “Antes conocía la carretera desde Adén como la palma de mi mano. Esas montañas escarpadas y abruptas formaban parte de un recuerdo borroso, pero ya no me resultaban conocidas. Quizás quería olvidarlas”.

Cuando el convoy entró en la ciudad, su corazón comenzó a latir con fuerza. Por todas partes había lugares familiares: la universidad donde estudió, el hospital oncológico donde una vez apoyó a los equipos médicos. Pero también vio imágenes dolorosas. En un barrio aislado durante mucho tiempo por los combates, donde las casas estaban reducidas a escombros, la imagen de un columpio oxidándose en medio de una calle se quedó grabada en la mente de Sawsan.

“Aun así, la gente estaba regresando. Eso conmovió”, confesó. La delegación se reunió con familias que recibieron ayuda del ACNUR y sus socios, gracias al apoyo de SIDA, incluidas aquellas que habían regresado a sus hogares desde otras zonas de la ciudad y del país.

A través del programa de rehabilitación de viviendas de ACNUR, ejecutado en colaboración con la ONG yemení Nahda Makers Organization (NMO), casi 1.700 familias de Taiz recibieron ayuda financiera en 2024 para reparar los daños en sus hogares, lo que les proporcionó no solo un lugar seguro donde vivir, sino también un sentido de renovada dignidad y la oportunidad de recomenzar con sus vidas.

Un grupo de personas escucha a una mujer que habla.

El representante adjunto de ACNUR en Yemen, Marat Atamuradov, e Ingela Andersson, de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo (SIDA), hablan con una residente retornada, cuya casa se ha reparado con el apoyo de ACNUR.

Una de las personas retornadas con las que Sawsan se reunió le dijo: “Nos abrieron la puerta para que pudiéramos regresar. Con el apoyo de ACNUR, tuvimos lo justo para volver. Lo que no pudieron cubrir ustedes, lo solucionamos nosotros. Pero sin ese primer paso, nunca hubiéramos podido volver a casa”.

Sin embargo, las necesidades de la población superan con creces los recursos disponibles. La falta de financiación está obligando a muchas organizaciones humanitarias a reducir su ayuda, dejando a las familias sin ese apoyo básico que necesitan para volver a casa.

El apoyo de Suecia a las comunidades desplazadas – y a la labor del ACNUR – se refleja no solo en su financiación flexible y oportuna, sino también en su compromiso de estar presente en el terreno. En un momento en que los recursos humanitarios disminuyen y las necesidades aumentan, la presencia de Suecia, como en la reciente visita a Taiz, ayuda a llamar la atención sobre la crisis y el papel fundamental de las alianzas y la solidaridad internacionales.

Durante la visita, Sawsan le presentó a Ingela Andersson, de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo (SIDA), a comunidades que trabajan para reconstruir sus vidas, compartiendo su convicción de que las soluciones más poderosas provienen de los propios residentes. “La gente aquí sabe lo que necesita. Solo tenemos que apoyarlos”.

Visitaron una oficina del registro civil donde un sistema de energía solar instalado por ACNUR a través de NMO ha duplicado la capacidad, lo que significa que más familias pueden obtener documentos de identidad y obtener así el acceso a servicios esenciales. Se reunieron con familias que coordinaban las reparaciones de sus viviendas y con Yasmine, una voluntaria de la red de protección comunitaria de ACNUR que también organiza clases informales para la niñez en lo que queda de una antigua escuela, un edificio sin puertas, ventanas ni suministros.

“No quería interrumpir su trabajo para hablar”, dijo Sawsan. “Pero lo hizo. Y le contó todo a la Sra. Andersson: lo que se necesita, lo que falta”.

Dos niñas sentadas en pupitres de madera con papel y lápices de colores en un aula dentro de una tienda de campaña.

Niñas asisten a clases en una escuela informal en el campamento para desplazados internos de Al Muharraq, en Taiz.

Antes de marcharse, Sawsan visitó la casa donde vivía su familia y se reunió con su antiguo profesor universitario. Vio una ciudad que seguía orgullosamente en pie, dañada, pero resistiendo.

“A la gente de Taiz, estamos orgullosos de ustedes”, exclamó. “Siguen bajo asedio. Siguen sin servicios. Pero están sobreviviendo. Están educando a sus hijos. Están reconstruyendo. Y los vemos”. Y añadió: “Todo lo que necesitan es un poco de apoyo. Ellos harán el resto”.

“Son colegas como Sawsan los que encarnan lo que realmente significa la protección”, comentó Marat Atamuradov, representante adjunto de ACNUR en Yemen. “Ella tiene el conocimiento, tiene la confianza de la gente y conoce su sufrimiento, y convierte todo eso en acciones. Así es como pasamos de escuchar a tener un impacto real”.